domingo, 23 de abril de 2023

«Puerto de Nueva York», de Lázló Benedek, un «noir» con sorpresa.

Cine pro policial al servicio de la lucha contra el narcotráfico: el debut de Yul Brynner

 

Título original: Port of New York

Año: 1949

Duración: 82 min.

País: Estados Unidos

Dirección: László Benedek

Guion: Eugene Ling, Leo Townsend. Argumento: Arthur A. Ross, Bert Murray

Música: Sol Kaplan

Fotografía George E. Diskant (B&W)

Reparto: Scott Brady; Richard Rober; K.T. Stevens; Yul Brynner; Arthur Blake; Lynne Carter; John Kellogg; William Challee; Neville Brand; Barry Brooks;Harry Brown; Ann Doran.

 

         Quizás el solo hecho de ver por vez primera vez en pantalla a Yul Brynner sea ya motivo suficiente para echarle un vistazo a la película, por poco amante que se sea de las estrellas cinematográficas. Que, además, aparezca con pelo, es bien sabido que él se rapaba, y como jefe inteligente, astuto y cruel de una banda de contrabandistas de droga, redondea una imagen que después de esta película iría creciendo en una carrera que lo llevaría al estrellato. Con todo, que el director de la película sea László Benedek, director de El salvaje, una película, con Marlon Brando, que se convirtió poco menos que en un hecho sociológico, al igual que Rebelde sin causa, con James Dean, de Nicholas Ray.

         El oficio, al director, pues, se le presupone, o, mejor dicho, y por respetar la cronología, se forja en películas como al presente, de serie B, pero con un planteamiento perfectamente definido: parte documental sobre los métodos policiales de las fuerzas que velan por la seguridad de todos; parte, un thriller brioso que no escatima escenas de violencia y suspense, además de la dosis necesaria de heroísmo  en la lucha contra bandas sin escrúpulos que mueven la droga y el dinero.

         A través de una información, la policía sabe que en el último buque llegado al puerto de Nueva York viaja un importantísimo alijo de drogas cuyo paradero han de descubrir antes de que se inicie la distribución y acabe generando los problemas que su consumo produce. El punto de partida es interesante, porque el espectador puede comprobar cómo ha de orientarse la policía para intentar llegar a los delincuentes y abortar su criminal operación. Ve, además, el modo como trabaja el servicio de vigilancia para acercarse a la identificación de los contrabandistas. Y cómo, mediante el arresto de un sospechoso sobre cuya legalidad caben serias dudas, van estrechando el cerco a los malhechores después de que la cómplice del jefe, que viajaba en el buque Florentine, tras no poder conseguir de su antiguo amante el dinero prometido, lo denuncie a los Federales para conseguir la recompensa y desaparecer de la ciudad, pero, desgraciadamente, vuelve a encontrarse con su jefe antes de partir, ella, directamente hacia la nada.

         La película, con un blanco y negro lleno de sombras contrastadas y escenas interiores con notable suspense, sujeta bien el guion de la infiltración de los policías haciéndose pasar, el que sobrevive, por otro mafioso de la costa oeste, cuyo aval, una foto trucada del policía con el gánster, le sirve para no despertar sospechas. La aceleración de los acontecimientos se reserva para el último cuarto de hora, cuando el agente infiltrado en la organización es descubierto y corre serio peligro de sucumbir, como le ocurrió a su compañera quien, en realidad, se ofreció como víctima propiciatoria para que su compañero no fuera descubierto y pudiera culminar la operación.

         La premisa de la película es la de La carta robada, de Poe, porque los delincuentes operan en un buque en el puerto sin despertar la más mínima sospecha, y allí mismo disponen del laboratorio para «cortar» la droga. Sí que aparece un club nocturno, cuyo empresario es detenido por la intuición de que él les puede llevar hasta al jefe mafioso.

         Bien puede decirse, finalmente, que el gran atractivo de la película es la contribución de Yul Brynner, en un papel de criminal elegante y cruel, sarcástico, de untuosas maneras, pero capaz de las mayores vilezas. Un porte distinguido y un rostro muy personal, el propio de su origen ruso, otorgan al personaje un plus de perversidad distinguida que llama forzosamente la atención del espectador. Un actor muy intenso, en efecto. Sin él la película hubiera sido otro producto B sin más; con él, un notable ejercicio de thriller policial bastante notable.

        

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