domingo, 16 de abril de 2023

«Romeo is Bleeding» [«Doble juego»], de Peter Medak, un «neonoir» espectacular.

 


Entre la corrupción política y la adicción al sexo: la desesperación del «pardillo» corrupto.

 

Título original: Romeo is Bleeding

Año: 1993

Duración: 109 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Peter Medak

Guion: Hilary Henkin

Música: Mark Isham

Fotografía: Dariusz Wolski

Reparto:  Gary Oldman; Lena Olin; Roy Scheider; Annabella Sciorra; Juliette Lewis; Will Patton; David Proval; Ron Perlman; Dennis Farina; Larry Joshua; William Duff-Griffin; Gene Canfield; Paul Butler; James Cromwell;  Michael Wincott; Tony Sirico; Joe Paparone; Neal Jones; Vicctoria Bastel; Gary Hope; James Murtaugh.

 

         Imagino que no le haría ninguna gracia a Tom Waits que el título de una de sus canciones, una suerte de romance sobre un violento delincuente, se transformara en Doble juego para anunciar la película de Peter Medak. De ahí que yo lo haya respetado en el encabezado de mi crítica. Ciertas traducciones rompen el contexto muy desconsideradamente. Dicho esto, no sé a cuándo se remonta en la Historia del cine la aparición del neonoir como género, pero de las listas al azar que he consultado en Google, en ninguna aparece El amigo americano, de Wim Wenders, que tan maravillado me dejó la segunda vez que la vi hace relativamente poco, algo a lo que me atreví contra mi criterio de que lo que guardo con un excelso sabor de boca no he de revisarlo, por si las moscas…

         Romeo is Bleeding no añade argumentalmente nada nuevo al cine negro, pero la explosiva combinación de la estética, la música, los potentísimos personajes y la puesta en escena hacen de ella una película que realmente impresiona, descontando algunos excesos poco consistentes, como la muerte de la amante del protagonista, interpretada por una convincente Juliette Lewis, en su undécima película y, por lo tanto, con sobrada experiencia.

         Es la pareja protagonista, Gary Oldman, que venía de hacer el Drácula de Coppola, y, sobre todo, Lena Olin, quienes nos ofrecen un duelo interpretativo que arranca con una seducción que acaba con el policía en el suelo, inmovilizado por la delincuente, mientras los agentes del FBI entran por la puerta para encontrarse con la escenita humillante para el pardillo, para el nada avispado policía corrupto. Esa imagen de policía con buena planta y muy escasas luces, seductor y banal, la da a la perfección Gary Oldman, convincente en todo momento, incluida la desesperación por el error suyo que le ha costado la vida a la amante con quien ensayaba el espectáculo del sexo de pago de los ricos que contempla como un mirón excitado y envidioso.

         Llama la atención esa circunstancia: que los espectadores no puedan simpatizar con ninguno de los personajes principales de la película, el mafioso para quien trabaja, Roy Scheider, su rival «del Este», la diabólica Mona de Marcow, y, por supuesto, el inmoral policía corrupto que se estrena para los espectadores con una delación de dónde los federales tienen escondido a un testigo de cargo al que liquida, tras el soplo, junto con los federales, compañeros, en el fondo, del delator. Es cierto que, por momentos, parece que algún conflicto ético se cuela entre las preocupaciones del protagonista, pero el cobro de sus recompensas, 65.000 $ por cada trabajito, pronto las relega al olvido.

         El soplo sobre De Markow se complica, porque cuando los liquidadores llegan al piso, resulta que se han trasladado a otro espacio seguro. Entre la espada y la pared, el policía delator ha de convertirse en «liquidador» para protegerse a sí mismo y a su mujer de la represalia de su «jefe» mafioso. A partir de ese momento se inicia un carrusel de persecuciones que tendrán diferentes alternativas, porque a un policía corrupto solo se le puede disuadir de sus compromisos con una recompensa mayor. De ahí que de su alianza con su jefe pase a aceptar la oferta de de Marcow para enfrentarse al primero, en comandita con la asesina sin entrañas, cuya voz y, sobre todo, su risa, marcan un antes y un después en el género de las «mujeres fatales». ¡Impresionante, la actuación de Lena Olin!, una auténtica diosa del neonoir. Una actriz que ha envejecido maravillosamente, como he podido comprobar en la última película, a las órdenes de su marido, Lasse Hällstrom, Hilma, criticada también en este Ojo.

         Hay mucha violencia en la película, cierto, pero también, como es propio del género, con una estilización que, sin desmentirla, la enmarca en una dimensión esteticista que la hace más soportable. Lo importante es que hay una evolución de los personajes y un interés que se mantiene desde que el policía corrupto sabe que acaba de meterse en un laberinto de traiciones del que no puede salir indemne. Es él mismo, con omnipresente voz en off, quien nos va guiando por esos callejones oscuros de la deslealtad, el sueño de la riqueza y la sempiterna adicción al sexo, siempre dispuesto a dejarse perder por la seducción del círculo de mujeres, muy distintas, que lo rodea.

         Como un gran flashback, técnica idiosincrásica del género, además de la voz en off, la historia va regresando, por sus sangrientas barbaridades contadas, al presente en el que el protagonista, envejecido y literalmente perdido en medio del desierto, alimenta los sueños, la nostalgia, como única actividad posible en medio de la nada. Antes, sin embargo, la acción tiene un desenlace espectacularmente rodado. Y uso este adjetivo, porque el mimo con que Peter Medak rueda todas las escenas de acción tiene en ese desenlace su apoteosis.

         Pasó un poco sin pena ni gloria por las carteleras, dominadas por Forrest Gump, de Robert Zemeckis, en aquel tiempo, pero todos aquellos que no la hayan visto, se van a sorprender por la calidad de la cinta y el buen saber hacer  no solo de la pareja protagonista, sino también de, en este caso, secundarios de lujo como Roy Scheider,  Juliette Lewis y Annabella Sciorra. ¡Ah, y no se pierda de oído la banda sonora de Mark Isham, puro jazz al servicio de un personaje con más matices que los de su pueril superficialidad…!

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