Producido por
Humphrey Bogart, una B tensa, intensa y electrizante que le da mil vueltas a
muchas Aes.
Título original: The
Enforcer (Murder, Inc.)
Año: 1951
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Bretaigne
Windust, Raoul Walsh
Guion: Martin Rackin
Música: David Buttolph
Fotografía: Robert Burks
(B&W)
Reparto: Humphrey Bogart; Zero Mostel; Ted de Corsia; Everett Sloane; Roy
Roberts; Michael Tolan; King Donovan; Bob Steele; Adelaide Klein; Don Beddoe; Tito
Vuolo; John Kellogg; Jack Lambert.
Gracias a la benemérita labor de
Filmin, a mi entender la única plataforma en la que el cine auténtico, el que
acaba convirtiéndose en obra de arte, es el verdadero protagonista, voy
descubriendo películas cuyo interés me sorprende y me revela lo mal que se
escriben habitualmente las «Historias del Cine», porque dejan en el olvido películas
que merecen siquiera una mención, cuando no una recomendación entusiasta. Sí,
como subrayo en el título, la clasificación A y B, en función, sobre todo, del presupuesto
empleado, quiere ayudar a facilitar la selección de las obras que, como se dice
habitualmente, «merecen la pena», en vez de «merecen la alegría», como sucede con
esta producción de Bogart en la que, aun llevando en buena medida él mismo el
peso de la interpretación, se ha rodeado de unos secundarios como Zero Mostel y
Everettt Sloane, amén de Ted de Corsia y Jack Lambert, sin olvidar al
inquietante Michael Tolan, quien debutó con fortuna en esta película.
El primer
director contratado fue Bretaigne Windust, a quien, por enfermedad de este, sustituyó
Raoul Walsh, cuya personalidad indiscutible en este tipo de películas borró lo
poco que pudiera quedar de lo que dirigió Windust. Tras haber abandonado una
carrera teatral exitosísima en Broadway para probar suerte en Hollywood y haber
dirigido cuatro películas, dejó la quinta inacabada y luego ya se dedicó en
cuerpo y alma a la televisión,
Con un comienzo
lleno de tensión, se traslada al Palacio de Justicia a un mafioso arrepentido
que testificará contra su jefe, un asesino sin piedad que ha «inventado» un
sistema para cometer asesinatos que deja a la policía sin pistas sobre los
verdaderos autores. La «empresa» recluta a pequeños delincuentes sin gran
historial para firmar un «contrato» basado en la eliminación de un «objetivo».
La empresa les paga un sueldo, una prima especial y sustanciosa por cada «contrato»
y, si tienen familia o son apresados, la
organización se encarga de pasarle el sueldo a la familia y de contratar los
mejores abogados para librarlos de la cárcel. La película se basa en hechos
reales, y la cifra de asesinados oscila entre los 500 y los 1000.
En esta
adaptación libre de aquellos hechos, el fiscal encargado de llevar a juicio a
Mendoza, el responsable de la «empresa», ve cómo su testigo de cargo,
arrepentido de su intento de denunciar a su jefe, huye de la sala donde lo
tiene custodiado el fiscal y acaba cayendo por una ventana, tras ser tiroteado,
sin suerte, desde un edificio cercano. Mediante la técnica del flashback,
dentro del cual aún se producirá otro, lo que le da a la película una
complicación propia de estas tramas de cine negro, los espectadores no
enteramos de cómo se gesta Murder.Inc, la empresa de asesinos, y cómo el
encargado principal de la misma, Rico, el testigo del fiscal, decide denunciar
a su Jefe para enviarlo a la silla eléctrica.
He de reconocer
que el funcionamiento de la empresa tiene un aire tan surrealista que le da a
la película un toque fantástico muy curioso, como si la fantasía hubiera hecho
acto de aparición en una despiadada trama llena de crueldad: la presencia de
Zero Mostel como un «funcionario» de la empresa contribuye lo suyo a esa
percepción, lo mismo que la de Michael Tolan, cuyas aventuras asesinas forman
parte de la trama que se desarrolla con una celeridad total para evitar que, al
día siguiente de la muerte del testigo de cargo, el criminal responsable de la
empresa y de sus asesinatos salga en libertad sin cargos.
La película
está rodada en interiores, y con muy pocos planos de exterior; pero en todos
ellos, dentro o fuera, la fotografía espléndida de William Burks, al mando de
la dirección de fotografía en 13 películas de Hitchcock y Oscar por Atrapa a
un ladrón, sabe imprimir la más decantada estética noir a la película
de Walsh, quien dirigió con un ritmo frenético esta noche loca de un Fiscal que
no desespera de ver a un importante mafioso fuera de circulación.
Los
espectadores seguimos incluso con pasión y urgencia el modo como la policía,
dirigida por el Fiscal, busca nuevas pruebas y, a ser posible, la testigo de
cargo que irrumpe al final de la película, en ese tramo en que aparece Everett
Sloane para conferirle a la película una dimensión que va creciendo plano tras
plano hasta la secuencia final, una auténtica maravilla de ejecución.
Bogart está ya
en el largo ocaso de su carrera, pero el poder interpretativo del actor sigue
intacto. Su primera aparición en la película, enfrentado al testigo de cargo
que se arrepiente, en camisa y con la corbata de lazo deshecha, remite inmediatamente
al magnífico papel de editor de un diario a punto de ser vendido a la
competencia en la película de Richard Brooks, El cuarto poder, una de
sus grandes interpretaciones en una carrera cuajada de ellas. Aquí, como en la
de Brooks, Bogart llena la pantalla y construye una historia muy atractiva,
pero que parece haber caído en el olvido, a juzgar por lo poco que se oye hablar
de eta película. Acostumbrado a bucear en los noir de serie B, me ha
sorprendido la estética y el empaque general de esta película de excelente
guion. ¡No se la pierdan!
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