jueves, 18 de mayo de 2023

«A fool There Was», de Frank Powell y «The Unchastened» Woman, de James Young, a la mayor gloria de Theda Bara.

 



El nacimiento del mito de la vamp en el cine y una obra que juega, diez años después, con el arquetipo encarnado por Theda Bara.

 

Título original: A Fool There Was

Año: 1915

Duración: 67 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Frank Powell

Guion: Roy L. McCardell, Frank Powell, Porter Emerson Browne. Poema: Rudyard Kipling

Fotografía: George Schneiderman (B&W)

Reparto: Theda Bara; Edward José; Mabel Frenyear; Runa Hodges; May Allison; Clifford Bruce; Victor Benoit.

 

Título original: The Unchastened Woman

Año: 1925

Duración: 52 min.

País: Estados Unidos

Dirección: James Young

Guion: Douglas Z. Doty. Obra: Louis K. Anspacher

Fotografía: L. William O'Connell (B&W)

Reparto: Theda Bara; Wyndham Standing; Dale Fuller; John Miljan; Harry Northrup; Eileen Percy; Mayme Kelso; Dot Farley; Kate Price; Eric Mayne;

Frederick Ko Vert; Tetsu Komai.

 

         Hubo un tonto… y La mujer lasciva, serían las traducciones más o menos fieles a los títulos de las dos películas de Theda Bara que traigo hoy aquí no solo para que se sepa que existen, sino para tratar de convencer a los buenos aficionados de que se lo pasarán muy bien con su visionado. Ambas las encontrarán en YouTube, por supuesto, porque las plataformas de cine parece que le tengan tirria al cine mudo, entre cuyas filas tenemos algunas de las mejores películas de la Historia del Cine.

         A fool there was es la versión cinematográfica de una obra de teatro de Porter Emerson Browne inspirada en el poema The Vampire, de Rudyard Kipling, que fue escrito con motivo del cuadro de su primo, Philip Burne-Jones. De hecho, a Theda Bara se la presenta en los títulos de crédito como The Vampire, sin ninguna connotación tradicional vampírica, sino como lo que se nos mostrará enseguida, la perfecta encarnación de la mujer fatal, de donde se quedará en el argot fílmico y popular, el término Vamp para lo que acabará convirtiéndose en un arquetipo de mujer.

         La presentación inicial de los dos protagonistas, el débil marido feliz que sucumbe a la pasión irrefrenable que suscita en él la vampiresa y esta misma, destructora sin entrañas, plasma ya el devenir de la historia. Aparece el marido junto a una mesa con un búcaro del que extrae sus dos flores y las huele; ella, a su vez, en idéntica situación, primero las huele y luego coge una de ellas y la aplasta con su mano, como señal de triunfo y de poder.

         El desarrollo de la historia, un melodrama que deriva en tragedia, nada tiene que envidiar a cualquier película moderna en la que la seducción de una mujer fatal logra romper un matrimonio feliz. Al comienzo del film, la vampiresa se nos presenta, con un elegante y atrevido vestuario, en compañía de su última víctima, a la que ha esquilmado y ahora desprecia. Cuando se entera de que un rico banquero viajará en barco a Europa, saca un pasaje para el mismo trayecto con la clara intención de seducirlo a bordo y retenerlo en un tiempo sin fin en Europa. Sorprende, dramáticamente, que poco antes de zarpar el barco, se suicide un amante suyo en cubierta, algo que en modo alguno parece alterar el ritmo de vida de los pasajeros, aunque uno de los marineros alerta al banquero de que la mujer no es trigo limpio.

         Lo que ha de ser, será. Y eso es lo que acaba sucediendo. Pirrado por la sensual mujer, el marido se deja enredar en la sedosa y excitante tela de araña de la mujer hasta que, cuando se quiere dar cuenta, ha perdido toda su voluntad  y es un juguete roto en sus manos, como anuncio el prólogo de las flores. La película usa una narración en contrapunto, describiendo la agonía de la esposa, que no sabe nada de su marido, y la preocupación por el futuro de su matrimonio y el bienestar de su hija.

         Cuando regresa, el marido se instala en su casa de la ciudad y convierte a la vampiresa en a dueña de la misma, aunque parte del servicio se despide por no recibir órdenes de una mujer así. Poco a poco, ella va a seguir haciendo su vida frívola a expensas de él, y la mujer y la hija no van a conseguir ablandar su corazón para que vuelva al hogar donde fue tan feliz. A este respecto, y porque es un modelo de cámara en la calle, es particularmente interesante la secuencia del tráfico en la ciudad cuando se encuentran, uno junto al otro, los coches donde viajan la esposa y la hija, que llama a su padre, y el que ocupan el marido, que se gira hacia otro lado lleno de vergüenza, y su amante.

         La destrucción psicológica del marido, incapaz de resistirse a la dependencia erótica que tiene de la vampiresa recuerda mucha la del profesor Umrat en El ángel azul, de Josef von Sternberg, uno de los grandes del género del melodrama, por supuesto. Los planos que consigue el director, basados en una fotografía casi expresionista de George Schneiderman nos hablan de una perfección formal notabilísima para una película rodada en 1915 y que, al margen de algunos intertítulos escandalosos, como el «¡Bésame, tonto!» de la vampiresa, de donde debió tomarlo Billy Wilder para su magnífica película, nos ofrece un retrato psicológico muy logrado. No avanzo nada sobre el desenlace porque forma parte de las características que definen la película como una obra atrevida y transgresora, pero sí he de hacer hincapié en la propiedad con que la sensual Theda Bara compone su figura de mujer fatal. De hecho, cuando tras la película lanzaron una campaña sobre ella, le crearon una biografía falsa de tipo oriental que pretendía acentuar ese lado pasional de la actriz.

         The Unchastened Woman, diez años posterior a la creación del mito de la vamp, juega inteligentemente con la fama de Theda Bara para ofrecer una vuelta de tuerca a su personaje, porque, en este caso, es ella la esposa feliz que se ve sorprendida por la relación de su esposo con una empleada más joven, relación que sorprende furtivamente cuando bajaba para comunicarle su inminente maternidad. Ahora la hija sí que habrá de jugar un papel más destacado que en la película precedente, aunque la estrella infantil, Runa Hodges, desempeñó brillantemente su papel, si bien no se convirtió en una estrella adulta. Tras descubrir la infidelidad de su esposo, la mujer decide ocultarle su embarazo, y hay ahí, en ese momento, un juego cinematográfico con la imagen de una Madonna y el niño muy interesante. Se traslada a Europa y allí comenzará a dejarse querer por todo tipo de personajes encumbrados, quienes quieren llevarse la palma de su conquista, especialmente durante su estancia en Venecia, noticias que, finalmente, vía prensa, acaban llegando al marido, quien no da crédito a la liviandad de su esposa y comienza a sentir un conato de celos que se incrustan entre él y su amante, de tal manera que, al final, la cuña acabará separándolos.

         La esposa regresa a casa con una estudiada y bien llevada indiferencia hacia su marido, mientras que retoma, en su propia casa, las visitas de sus admiradores, como dando a entender al marido que una mujer tan deseada es un bien que este desprecia sin saber que lo posee. La llegada a la ciudad tiene una secuencia cómica estupenda, cuando la antigua novia de su marido, que ahora es inspectora de aduanas, se empeña en desnudarla en un reservado para asegurarse de que no entra nada que haya de ser declarado: joyas, por ejemplo. Esa secuencia vale su peso en oro y acredita el buen hacer del director. La especial amistad con un arquitecto que va a renovar un ala de su casa de campo es la mecha que enciende el proceso celoso del marido. Y por esa vía, como en las altas comedias de los 30 y 40, con lujosos escenarios y fastuosos vestuarios, discurre la trama hasta la resolución final, de la que tampoco doy noticia.

         Lo digo convencido, estas dos películas son dignas de verse y de apreciar en lo mucho que tienen, en épocas tan tempranas, de excelente desarrollo narrativo del nuevo arte. La primera, sobre todo, bien puede decirse que está contribuyendo a esos logros que, sin embargo, atribuimos a Griffith, Ford o Eisenstein… Hubo directores que, junto con ellos, trazaron los mejores caminos para el desarrollo del cine. Powell, quien codirigió con Griffith no pocas películas, y Young son dos de ellos.

                                



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