jueves, 25 de mayo de 2023

«La interpretación de Rose, de Joe Lawlor y Christine Molloy y «Nunca llueve en California», ópera prima de Jamie Dack: el sexo delictivo.



El mundo extraño que alumbra el sexo violento y delictivo: entre el trauma y el retrato ácido de la orfandad afectiva.

 

Título original: Rose Plays Julie

Año: 2019

Duración: 100 min.

País: Irlanda

Dirección: Joe Lawlor, Christine Molloy

Guion: Joe Lawlor, Christine Molloy

Música: Stephen McKeon

Fotografía: Tom Comerford

Reparto:  Ann Skelly; Orla Brady; Aidan Gillen; Annabell Rickerby; Catherine Walker;

Joanne Crawford; Alan Howley; Sadie Soverall.

 

Título original: Palm Trees and Power Lines

Año: 2022

Duración: 110 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Jamie Dack

Guion: Jamie Dack, Audrey Findlay. Historia: Jamie Dack

Fotografía: Chananun Chotrungroj

Reparto: Lily McInerny; Jonathan Tucker; Gretchen Mol; Emily Jackson; Quinn Frankel; Armani Jackson; Ping Wu; Timothy Taratchila; Auden Thornton; Kenny Johnston; Yvette Tucker; Michael Petrone; John Minch; Yolanda Corrales; Rhied De Castro; Angel Grey Cooper.

 

         He aquí dos películas que muy probablemente sea imposible verlas en nuestras saturadas carteleras y que las plataformas ponen a nuestra disposición para que sepamos qué caminos sigue el cine actual. Son muy diferentes, pero hay un tema, el de la sexualidad, en sus manifestaciones extremas y delictivas de la violación y el proxenetismo que las pone en relación, lo que da para un programa doble quizá demasiado doloroso, pero real, dando por buenas las distorsiones a que una lectura superficial de ambas películas puede inducir.

         Se trata, no obstante, de dos «casos» individuales que no responden a ninguna teoría sobre la sexualidad en la sociedad moderna, sino al modo como una historia personal condiciona la vida de las personas que la viven, de un modo complejo y no maniqueo.

         Técnicamente, ambas películas están muy bien hechas, y, sobre todo, la irlandesa de la pareja Joe Lawlor, Christine Molloy, que consigue crear, entre sus majestuosos planos de interior, los bellísimos exteriores de Irlanda y una música muy inquietante, una atmósfera que nos predispone a contemplar casi cualquier cosa, incluso lo sobrenatural, porque vemos la película sometidos a un estado hipnótico continuo: el de la dolorida e indignada, por el abandono de que fue objeto, expresividad facial de la protagonista, quien, desde el inicio de la película vive en una mitificación del padre que pretende pasar del mito a la realidad, gracias a la búsqueda de sus progenitores reales, porque ella fue adoptada nada más nacer. No es una situación original, y algún día convendría que se nos explicara desde la ciencia y la psicología esa supuesta «voz de la sangre» que es capaz de pasar por encima de una vida feliz al lado de los padres adoptivos y en la ignorancia absoluta de los biológicos. Quede claro, pues, que la situación de la película va más allá de lo real para entrar en una patología de la obsesión por los orígenes en la que, muchos hijos adoptados, caen irremisiblemente, por feliz y próspera que haya sido su vida, pero… Es lo que le ocurre a la infeliz protagonista de voz rasgada y emotiva y de mirada abstraída en el lejano pasado de su concepción. Finalmente, ha conseguido el teléfono de una actriz a la que asedia desde lejos y en cuya casa, so pretexto de visitarla porque está en venta, se introduce para forzar el encuentro con ella.

A partir de ahí, no hay más que tirar del hilo que forzosamente ha de facilitarle su madre biológica para acabar descubriendo, porque ella al final lo confiesa, que la protagonista, Rose, es el resultado de una violación y que nació con el nombre de Julie. De ahí el título original de la película: Rose plays Julie, «Rose interpreta a Julie», porque, disfrazada de la Julie que nunca tuvo vida propia, la estudiante de veterinaria se lanzará al descubrimiento y encuentro con su propio padre, con quien acabará viviendo un peligroso juego de seducción del que no revelo nada, porque va en ello el misterio de la película que, sin ser de intriga y bastante previsible, consigue atrapar al espectador en el torbellino impasible, valga el oxímoron, que vive la protagonista, fotogénica hasta decir basta.

Pudiera parecer que los estudios de veterinaria en una institución académica lujosa sean una circunstancia exótica en el seno de la trama, pero no solo es una fuente de escenas de extraordinario verismo, sino que está íntimamente conectado con el desenlace de la película, de ahí que me limite a destacar la originalidad de esas clases prácticas a las que la protagonista asiste con una indiferencia glacial. Una foto de ella, de espaldas, mirando hacia un faro al que lleva una senda que gira levemente a la izquierda, un paseo que siempre ha soñado recorrer en animada charla con su padre, forma parte del arranque de la película, pero también del desenlace.

Desde el punto de vista del drama, es muy efectivo que el talante de agresor sexual del padre reviva con ocasión de la seducción de quien ignora que es hija biológica suya, una escena muy tensa que se resuelve con un golpe en la cabeza de él que dispara, a su vez, una seria crisis matrimonial, en otra escena en la que la mujer de él, Catherine Walker, tiene un grado de lucimiento altísimo, a pesar de la brevedad de su intervención.

         Palm Trees and Power Lines, un título que se ha querido explicar a través del supuesto aburrimiento que puede producir el hecho de que «nunca llueva en California» es la ópera prima de un directora Jamie Dack quien ha desarrollado en largo un corto dirigido en 2018. El calvario de esta película para hallar distribuidora nos indica el grado de «material comprometido» que nos transite una cruda historia de proxenetismo, disfrazada convenientemente, en el seno de la narración por parte de los protagonistas, como una desigual pero apasionada historia de amor entre una joven de diecisiete años y un hombre de treinta y cuatro, un largo verano de vacaciones escolares para ella en medio del aburrimiento y la orfandad, porque el desencuentro con una madre que va a lo suyo es total, pero el padre, como sucede en muchos hogares usamericanos, es un padre ausente. La insatisfacción que le produce su relación con los jóvenes de su edad, social y sexualmente, la deja en un estado inercial de profundo aburrimiento del que solo sale cuando, arrastrada por los niñatos a hacer un «sinpa» en un restaurante es atrapada por el dueño y retenida hasta que llegue la policía. En ese momento, un hombre joven se enfrenta al dueño y, tras reprocharle que haya golpeado a la joven, le conmina a dejarla marchar. Más tarde, mientras ella camina hacia casa, el joven se acerca con el coche y se ofrece a llevarla a casa. Ella lo rechaza, pero se siente halagada.

         Ha comenzado el «idilio», un estado de gracia que ella va a vivir como la gran aventura de su vida, porque, en efecto, él, que es muy evasivo respeto del modo como se gana la vida, finalmente le dice que «arreglando cosas», se desvive por complacerla y se va acercando con una calculada lentitud a las emociones de la joven para conseguir, por la vía de la adulación, que ella se le entregue con total confianza. La joven, de quien la madre vive totalmente despreocupada, atareada en su propia vida y en sus relaciones con otros hombres que, a veces, invaden la casa donde ambas viven, con la incomodidad que a la hija le representa; la joven, digo, puede perderse con su «galán» sin tener que dar ninguna explicación. Con todo, la joven siempre muestra alguna extrañeza respecto de la conducta de su amante; sospechas que se acrecientan cuando en un bar, la camarera, aprovechando que Tom ha ido al servicio, le dice a la joven que si necesita ayuda o si quiere que llame a la policía, que puede contar con ella. El desconcierto de la joven adquiere una dimensión colosal, y, desde entonces, no deja de darle vueltas a las sospechas, atando cabos de reacciones de él que le inspiran cierto temor. Hasta que llega, cundo están pasando unos días en una localidad cercana, el momento culminante de l verdad: ella ha de recibir a un «amigo» de él y ser sexualmente tan amable como con él mismo: porque par vivir se ha de tener dinero, y ese es el modo como «ellos dos» lo van a conseguir.

         Ni que decir tiene que la escena del «servicio sexual» al que ella, en absoluto estado de choque, se presta es, a pesar de la delicadeza con que está rodada, muy difícil de ver y de aceptar, por la pasividad de ella y por el abuso delictivo de su proxeneta. Con todo, lo peor está por llegar, aunque ello habrá de sufrirlo el espectador. ¡Y menos mal que se trata de una «directora»!, porque ese desenlace a cargo de un hombre hubiera significado poco menos que su muerte civil… Jamie Dack ha revelado que algunos distribuidores le sugirieron eliminar la cruda escena del hotel para acceder a exhibirla, pero ella se ha negado, y muy bien que ha hecho. La autocensura es aún peor que la censura externa.

         La película cuenta con dos interpretaciones muy sobresalientes, las de Lea, Lily McInerny y la de Tom,  Jonathan Tucker, quienes salvan la diferencia de edad con un frescor y una estudiadísima capacidad de seducción, respetivamente, sin perder Tucker el desasosiego de la permanente amenaza y el doble juego que no tarda en desvelarse, para horror del espectador. La vulnerabilidad de una adolescente sin referentes familiares vertebrales y con unos amigos superficiales y frívolos no deja de meternos el escalofrío en el cuerpo, porque intuimos que cualquiera, incluso sin un desamparo tan extremo, puede ser víctima de facinerosos como el protagonista de la película. Una ópera prima valiente y narrada de manera exquisita.

 

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