miércoles, 24 de mayo de 2023

«La quietud en la tormenta», de Alberto Gastesi, una revelación.

 

La mágica atmósfera de lo que pudo haber sido: una magnífica historia de amores imposibles. 

 

Título original: Gelditasuna ekaitzean

Año: 2022

Duración: 97 min.

País: España

Dirección: Alberto Gastesi

Guion: Alberto Gastesi, Alex Merino

Música: Iñaki Carcavilla

Fotografía:Esteban Ramos

Reparto:  Loreto Mauleón; Íñigo Gastesi; Aitor Beltrán; Vera Milán; Oihana Maritorena; Asier Oyarzabal.

 

         Estar acostumbrado a pasear por la calle observando a la gente y fantaseando historias, por amor al arte de la narración, con algunas de ellas te capacita, de entrada, para disfrutar enormemente de esta película que se ha estrenado sin ruido de famosos ni avales de los potentes focos mediáticos de captación de ingenuos espectadores, y que, a mi parecer, es uno de los estrenos más sobresalientes del cine español de los últimos tiempos.

Se trata de una película intimista y ambiciosa, dentro de su discreta producción, compensada por unas interpretaciones muy ajustadas, una fotografía que materializa en su luz el poder absoluto de la nostalgia  y una dirección que no se pierde en virtuosismos, sino en la máxima efectividad dentro de una tradición estilística muy definida, la del cine francés que va de Bresson a Rohmer y Truffaut.

La película está rodada en San Sebastián y usa la lengua vasca, la española y el francés. Arranca con el encuentro de dos jóvenes bajo un voladizo para protegerse de la lluvia, que intercambian alguna mirada furtiva y se retoma con la vuelta a San Sebastián de esa misma joven, ahora casada y dispuesta a instalarse en un piso que le va a enseñar el joven con quien cruzó aquellas miradas, quien trabaja en la inmobiliaria de su madre, compaginándolo con su trabajo en la lonja de pescado. La joven es una violonchelista que ha desistido de presentarse a las pruebas de admisión del conservatorio.

Aunque han pasado, siendo muy generosos, veinte años —un exceso inverosímil de guion dice que treinta— , cuando ambos se encuentran en la playa de La Concha, donde ha varado una ballena, y cruzan sus miradas, se produce un reconocimiento instantáneo, una anagnórisis, técnicamente, que es uno de los recursos más antiguos del teatro y de la primitiva narración bizantina, y se dispara, al poco, el recuerdo de la historia de amor entre ambos que muy probablemente jamás sucedió. ¿O sí? Las señales de que no son evidentes, y una extraordinaria conversación entre los amantes no amantes en el piso donde él trata de arreglar la ventana rota para que no entre el agua de las tormentas —tiempo atmosférico que presiden la narración, creando una atmósfera de penumbra muy propia no solo de los recuerdos, cuyos terrenos son siempre los de la confusión y la indecisión, sino también de la nostalgia— parece dejarlo definitivamente claro; pero… ¡es tan convincente y seductora la historia del acercamiento entre ambos jóvenes, hasta que dejan de verse! que por fuerza ha de instalarse en la mente del espectador que ambos están representando el juego del olvido. Llama la atención, eso sí, que el enamoramiento entre ambos se produzca en eusquera y que su relación en el tiempo presente sea en castellano, lo que parece confirmar la ficción de dicha relación, muy pero que muy rohmeriana en su desarrollo y en la naturalidad con que se produce por parte de ambos intérpretes. ¡Lo bien que le sienta el afeitado total a Íñigo Gastesi, por favor…!

Ambos jóvenes, extraviados en una suerte de camino romántico que los lleva a recrear, crear o recordar la historia de su relación, están, en el presente, «atados» cada uno a una relación en la que supuestamente son felices, e incluso él sabe ya que va a ser padre, antes de que su pareja se lo revele como una gran sorpresa, lo que no impide, sin embargo, que a él parezca faltarle la intensidad de un supuesto primer amor que no puede ni olvidar ni dejar de desear.

La película es una pieza de orfebrería, un relato íntimo, lleno de futuros que apelan a los personajes desde el pasado con un poder emocional que les condiciona su presente. Ese cruce de perspectivas le da a la obra su poderosa atmósfera romántica, aunque sin salir de la realidad cotidiana, reflejada en la película con total naturalidad. Es una película en el País Vasco, sí, pero, por decirlo así, descontextualizada, como si no existieran todos aquellos fenómenos sociales en los que todos pensamos cuando evocamos esa hermosa tierra. La película escoge el mundo individual de los afectos y las emociones, como el funeral del padre al que el hijo se niega a ir o como el padre distante de su amor proyectado en la memoria con todo lujo de detalles. Ese buceo en la psicología y la emociones individuales de la película le confiere un valor universal, por eso la película atrapa al espectador en la red de los tiempos posibles e imposibles, imaginarios o reales, con tanta facilidad.

Los dos protagonistas tienen la virtud de la espontaneidad, de la naturalidad, y el cambio físico de él, que marca ambos tiempos, está más conseguido que el de ella, aunque en esa conversación citada son sus voces las que se encargan de cuadrar todas las sumas de lo que es, de lo que fue y de lo que pudo haber sido. Y ello en el metafórico espacio vacío de un piso aún no habitado y con la ventana rota por la que se cuela el agua de las tormentas, de la borrasca que altera cualquier corazón.

Insisto, la ópera prima de Gastesi se ha presentado sin bombo ni platillo, pero hay una sutil línea de violonchelo y de saxo que se le va a clavar al espectador en el núcleo duro de la emoción. Solo desde la modestia de una película como esta veremos construir una obra que, a salvo de errores de planteamiento, confirmará a un auténtico creador, de esos cuya voz son sus sobras, no la presencia en el agitprop mediático.

 

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