sábado, 23 de mayo de 2020

«No soy ningún ángel», de Wesley Ruggles, ad maiorem Mae West gloriam…



Mae West: una actriz icónica del Séptimo Arte, tan espabilada industrialmente como creadora ácida de diálogos brillantes en películas mediocres…

Título original: I'm No Angel
Año: 1933
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Wesley Ruggles
Guion: Mae West, Lowell Brentano, Harlan Thompson
Música: Harvey Brooks
Fotografía: Leo Tover (B&W)
Reparto: Mae West, Cary Grant, Gregory Ratoff, Edward Arnold, Ralf Harolde, Kent Taylor, Gertrude Michael, Russell Hopton, Dorothy Peterson, William B. Davidson, Gertrude Howard, Dennis O'Keefe.

         Reconozco que es la primera película entera que veo de Mae West. Dudo de si, cuando el programa de José Luis  Garci, llegué a verla en algún largo, pero lo visto esporádicamente en programas de cine y documentales no invitaba, ciertamente, a frecuentar a una actriz cuyo éxito, sin embargo, la llevó a ser la mujer mejor pagada de Usamérica. Considerada una provocación constante al orden establecido, sus mejores contribuciones al cine son anteriores a la implantación del Código Hays de censura, que limitó notablemente sus ingeniosas y mordaces réplicas de contenido sexual, como la célebre: ¿Llevas una pistola en el bolsillo o te alegras de verme?; la preferida de las feministas: Cuando soy buena, soy muy buena; pero cuando soy mala, soy mucho mejor o la menos conocida:
 Eres muy alto, ¿cuánto mides?
 —Señora West, mido seis pies y siete pulgadas.
 —Bien, pues olvidémonos de los pies y hablemos de esas siete pulgadas…(18 centímetros)
         Como se advierte, frases todas ellas de sabor picante que los más viejos del lugar recordarán de El Molino o El teatro chino de Manolita Chen, el primero en BCN, el segundo de tournée por toda España… Si a ello añadimos que el repertorio de contoneos de la señora West eran tan limitados como la estatura que la obligaba a llevar tacones de 15 centímetros, que tanto colaboraban para conseguirlo, y que su sexappeal era tan básico como el del barrio chino de cualquier ciudad portuaria, resulta incomprensible el éxito que llegó a tener en su día, aunque, todo se ha de decir, en esta película, al menos, es capaz de pergeñar una trama absurda que tiene un final apoteósico en un juicio en el que la señora se convierte en abogada de sí misma y va interrogando y «fulminando» a los distintos testigos que iban a buscarle la ruina.
         La película no solo se basa en una historia escrita por la propia actriz, sino que ella escribió el guion y contrató al director que quiso para su mayor lucimiento. La situación inicial arranca en una feria. Un inciso:  no sé si existe ya un monográfico dedicado a la importancia de la feria en el cine, pero a fe que es un tema al que se le puede sacar un partido excelente. Desde Freaks, de Tod Browning, hasta Extraños en un tren, de Hitchcock, pasando por El tercer hombre, de Carol Reed, Brighton Rock, de John Boulting o El hombre con rayos X en los ojos, de Roger Corman, son innúmeras las películas que han escogido ese escenario, acaso como homenaje a los inicios del cine y por lo que tiene de ágora y plaza de mercado donde conviven todas las clases sociales. En esa feria entramos en contacto con la sensual atracción, Tira, quien, con su voz rota y los contoneos de sus curvas generosas, aprovecha para seducir a alguno de los espectadores -todos ellos patéticamente rijosos- a quien, después, en la habitación de un hotelucho poder desvalijarlo. De ahí en adelante, y gracias a su reconversión en domadora de leones, en las fauces de uno de los cuales mete su cabeza para el escalofrío general de la audiencia, en el máximo clímax de su número, logra seducir a un joven enardecido que, abandonando su compromiso matrimonial, se convierte en su mecenas particular. Llegado ese momento, entra en escena, ¡nada menos que un jovencísimo Cary Grant!, a quien Mae West contrató porque, dice la leyenda, lo vio caminar por el recinto del estudio mientras ella discutía con los mandamases los términos de sus proyectos. Hizo con él dos películas, y en esta lo cierto es que desempeña un papel de galán «en brazos de la mujer madura» que jamás debió de considerar entre sus más afortunadas interpretaciones, aunque no dudo de que se riera sinceramente con la actuación de una actriz hecha a sí misma en el vodevil y en el trato duro con los hombres, esto es, con el poder. Entiéndase, pues, el valor sociológico, en los años 30, de una réplica como esta:
         —Recuerda siempre esto, cariño. El mejor lema es: «Toma cuanto puedas conseguir y da lo menos posible». Y no lo olvides: Nunca te preocupes por ningún hombre: Encuéntralos, vuélvelos locos y olvídalos…
         En nuestros días, el equivalente sería el de Paquita La Del Barrio y su Rata de dos patas que revoluciona a la audiencia femenina en cada actuación.
El personaje de Grant pretende apartar a la domadora de su joven amigo, para que este respete su compromiso matrimonial, y acaba él enredado, entiéndase que incomprensiblemente, en la sinuosa y ultracalórica sensualidad de la domadora y cantante, porque en la trama de la película se incorporan algunas canciones que la West entona con una voz escasa pero expresiva y efectiva. La escena del piano con Grant es muy significativa al respecto.
         Una vez que se instala a lo grande, a costa del joven amante, Tira contrata dos criadas negras con quienes tiene, al mismo tiempo, una doble relación: de ama blanca caprichosa, como una diosa que quiere que se lo hagan todo, y de complicidad femenina que salta las barreras raciales, supongo que para indignación de no pocos en aquellos años 30 de tan recio racismo. A ese respecto es muy significativo el vestuario «seductor» que luce, y en el que destaca por derecho propio una capa sobrepuesta con un estampado de tela de araña…, que debería entrar por derecho propio en todas las antologías del kitsch
         Por una jugarreta de su productor del número de circo, que convence a un empleado, y antiguo amante de Tira, para aparecer como «el amante» de ella cuando entra un día su prometido, porque va, realmente a casarse con él, la pareja se separa, él desaparece, y ella retoma su carrera circense, pero encarga a su abogado que le ponga una demanda al millonario por haber roto un compromiso formal, demandándolo por una millonada. Al cabo de unos meses, por fin, se celebra el juicio y con él, la parte que redime a la película de todos los disparates narrativos a los que hemos asistido y que se mantienen solo por que son el vehículo para que Tira suelte sus frases como una ametralladora, frases que quedan en la memoria de los espectadores como réplicas ingeniosas y que, para las mujeres, suponen algo así como una bandera de enganche para contrarrestar el poder masculino que tan oprimidas las mantenía, y ello desde una perspectiva de mujer popular, sin formación, pero que sabe imponerse a los hombres.
         Recordemos, finalmente, la admiración de Salvador Dalí por la actriz, a quien rindió homenaje en su Museo de Figueras. O sea, que, aunque solo sea por acercarse a uno de los grandes mitos del Cine, merece la pena conocer de primer ojo con qué «artefactos» se encumbró a la cima del estrellato Mae West.


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