El autor de la trilogía Azul, Blanco y Rojo, Krzysztof Kieślowski, alargó uno de los mediometrajes de su
Decálogo rodado para la televisión polaca: El raro hechizo de la pulsión de
muerte temblando en cada plano…
Título original: Krótki film o
zabijaniu (A Short Film About Killing)
Año: 1988
Duración: 85 min.
País: Polonia
Dirección: Krzysztof Kieślowski
Guion: Krzysztof Kieślowski, Krzysztof Piesiewicz
Música: Zbigniew Preisner
Fotografía: Slawomir Idziak
Reparto: Miroslaw Baka, Krzysztof Globisz, Jan Tesarz, Zbigniew
Zapasiewicz, Barbara Dziekan, Aleksander Bednarz, Krystyna Janda, Artur Barcis,
Olgierd Lukaszewicz.
Esta
fue la película que dio a conocer al realizador polaco en Europa y la que le
permitiría, poco después, rodar la trilogía Azul, Blanco y Rojo,
con una buena aceptación crítica y de público. No matarás es la ampliación de
uno de los capítulos del decálogo que Kieslowski dirigió para la televisión
polaca y reconozco que fue todo un acierto, porque ha construido una película
llena de misterio, de tensión y de temblor, teniendo en cuenta el arranque de
la misma: un gato ahorcado por unos chiquillos que juegan a torturar animales
en un barrio degradado. En el mismo, un taxista limpia su coche para disponerse
a realizar su jornada laboral. Una pareja requiere sus servicios, pero él
desaparece sin llevarlos, con una expresión de malicia indefinida que culmina
el breve retrato de su desagradable figura, con la que de ninguna de las maneras
puede simpatizar el espectador. Al poco, la cámara se entra en un joven que
deambula por las calles de Varsovia, sin aparente rumbo, y entra en un cine,
allí le pregunta a la taquillera qué tal es la película. Le dice que “aburrida”,
aunque no la ponen hasta la noche, porque en esos momentos se está celebrando una
asamblea en el local. La cámara enfoca el perfil del protagonista y observamos
el cartel de la película: Wetherby, de David Hare, aquí traducida como Un
pasado en sombras, un mensaje inequívoco sobre el desarrollo de la película
-a pesar de lo explicito del título-, porque ella arranca con la presencia de
un extraño que se cuela en una celebración de amistad en una casa y allí,
delante de la anfitriona, sin ningún tipo de explicación se quita la vida.
Desde ese momento, la película se centra en la reacción de los invitados frente
a tal hecho y en la posibilidad remota de tener alguna relación con el suicida.
Con este antecedente, pues, y con el título propio de la obra, tardamos un
decir amén en percatarnos de que el joven que va a protagonizar la historia, y
en quien reconocemos enseguida un cierto trastorno mental cuyo alcance no estamos
en disposición, de momento, de evaluar con suficientes garantías como para
temernos lo peor, acabará llevándose a alguien por delante. De forma paralela
se nos cuenta la situación de otro joven, con una estética muy diferente de la
del joven protagonista, que tiene un aire más “usamericanizado”, y al que se
nos presenta en el día de su examen final para sacar el título de abogado y
poder ejercer. Más adelante, cuando el joven sea acusado de asesinato, el
abogado será el responsable de llevar su defensa, por el turno de oficio. La
película sigue los pasos del joven perturbado a través de Varsovia,
fotografiada de un modo casi expresionista y con un plano de bordes alterados
por un filtro como la banda tintada del parabrisas de algunos coches que distorsiona
la percepción de la ciudad, dándonos a entender la propia perturbación del
joven. Es desoladora la imagen de la ciudad que nos ofrece el director, del
mismo modo que es desalentadora la presencia del protagonista, mudo durante la
larga primera parte de la película, la gestación del asesinato que acabará perpetrando, si bien en no pocos de
sus gestos a lo largo de ese metraje, casi de cine mudo de su deambular por la
ciudad y su entrada en un bar, lleva a cabo actos de gratuita maldad, próximos
a la mera gamberrada, que nos alertan de lo que vendrá después. Con un
crescendo de irritación cuyos orígenes desconocemos, el protagonista coge el
taxi del taxista desagradable que hemos conocido al comienzo de la película y lo
dirige hacia una dirección a las afueras de la ciudad en pleno campo, momento
en el que lleva a cabo el pecado contra el quinto mandamiento con una crueldad
que mete el espanto en el cuerpo, todo sea dicho. ¡Qué contraste el del intuido
desvalimiento del joven perdido en la gran ciudad y la crueldad infinita de su
pecado! El director no nos ahorra crudeza ninguna, ciertamente y consigue una
suerte de naturalismo dostoievskiano que preludia el arrepentimiento que habrá
de venir.
La segunda parte de la película, pues la elipsis nos ahorra
la investigación y la detención del joven, tiene que ver con el juicio y la
sentencia del joven a morir en la horca. Esta segunda parte, estamos en 1986,
se convierte en un alegato contra la pena de muerte. Y en ella logramos saber
cuál es la raíz del impulso asesino que sufre el protagonista y cuyo
conocimiento bien puede decirse que es el verdadera «desenlace» de la obra.
Todo lo relativo a la actuación del abogado en relación con el acusado y el
procedimiento protocolario para la realización de la ejecución tienen mucho que
ver con el lado trágico de la película El verdugo, de Berlanga.
La música de Zbigniew
Preisner que va subrayando los diferentes momentos de la acción, desde su
comienzo, ya nos pone sobreaviso de la dimensión espeluznante del suceso en el
que se basa la obra, algo que se adensa especialmente al final, con la interpretación
de la voz sola que probablemente pueda relacionarse con su Réquiem for my
friend, del que es eminentemente deudora, si es que no ha reproducido una parte
del mismo.
Hay en la visión desoladora del espacio degradado una suerte
de correspondencia con el alma estragada del joven protagonista, y ahí es donde
el Director se esmera para transmitirnos fielmente el abismo en que cae el protagonista,
como si el vacío interior, reflejado en la ciudad, se metiera en él como un
desierto inmoral. Los encuadres y los planos fijos que abundan en la
realización nos dan, también, la sensación de ese “tiempo suspendido” en el que
parece habitar el protagonista, al margen completamente de la realidad, de ahí
el desasosiego que va creciendo, plano tras plano, hasta esa secuencia brutal
del asesinato.
En fin, en pocas películas se mezcla tan efectivamente el
mejor arte cinematográfico con la más desagradable de las realidades, pero ello
mismo hace de No matarás una obra excepcional, valiente y necesaria.
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