domingo, 28 de mayo de 2017

Un leve toque Lubitsch en “Desire”, de Frank Borzage.





Entre la parodia de la comedia sentimental y la alta comedia frívola de entreguerras: Desire, o la química imposible entre Dietrich y Cooper (por aquel entonces pareja, no obstante). 

Título original: Desire
Año: 1936
Duración: 89 min.
País: Estados Unidos
Director: Frank Borzage
Guion: Hans Szekely, R.A. Stemmie
Música: Frederick Hollander
Fotografía: Charles Lang (B&W)
Reparto: Marlene Dietrich,  Gary Cooper,  John Halliday,  William Frawley,  Alan Mowbray, Akim Tamiroff.


Borzage es, para mí, uno de los creadores del gran melodrama, al menos si nos atenemos a El séptimo cielo o El ángel de la calle, y más en la segunda, pero en este Deseo al que me ha asomado esperando, por el título, algo parecido, me he llevado la sorpresa de encontrarme con una comedia en la que todo es ligero, el romanticismo, la intriga de ladrones de guante blanco, el humor, el toque exótico de la España romántica, la modernidad del mundo automovilístico, etc. Bien es verdad que la producción y el participación no acreditada en el guion por parte de Ernst Lubitsch parecen haber influido decisivamente para conseguir ese tono suyo inconfundible al que a Borzage no le ha costado adaptarse, a juzgar por la liviandad y espontaneidad con que va encadenando las secuencias de una aventura disparatada que muy vagamente recuerda, con papeles invertidos, a Atrapa a un ladrón, de Hitchcock. Marlene Dietrich, fotografiada con un glamour absoluto, representa mejor el papel de experta ladrona que el de clarísimo objeto del deseo de un tontorrón Gary Cooper cuyo lado cómico en modo alguno está a la altura de lo que un papel de esa naturaleza deberá de haber dado de sí. ¡Lo que hubiera hecho Cary Grant con un papel así, por ejemplo! Con todo, no le quito los méritos que tiene, sobre todo en el arranque de la película, cuando ensaya el rapapolvos que le va a echar al jefe para exigirle unas vacaciones que este, nada más recibirle, le concede, sin dejarle lanzar el speech con tanto ímpetu ensayado. De igual manera, la presentación de la Dietrich en el papel de gran condesa que va a hacerse con el botín de un collar de más de dos millones de dólares en una divertida situación de enredo con un psiquiatra de por medio, y ya se aprecia el mucho juego que los psiquiatras van  a dar en el cine, y el juego que se va extraer de ellos para situaciones archicómicas como la del engañado joyero que visita al psiquiatra creyendo que es el marido de la condesa y es recibido por este como el marido que tiene la manía de presentar facturas a cualquier persona con la que se encuentre…La huida y el paso de la frontera inician, al colocarle al nada espabilado Cooper el collar en la chaqueta, una juego de captura del mismo en el que se acaba mezclando el amor, primero como estrategia de seducción interesada para recuperar el collar; segundo, como una suerte de redención moral de la ladrona que decide iniciar una nueva vida con un ingeniero usamericano tan sin malicia como sin molicie.  La acción se traslada a España y es muy curioso de ver el paisaje, las carreteras, los albergues, los controles policiales y algo de la vida rural del país en una época, 1936, cuya cruda realidad histórica no aparece para nada en la película, que discurre siempre y en todo momento por el cauce de la comedia ligera, superficial, aunque siempre entretenida, a pesar de algunos tópicos ineludibles en situaciones tan artificiosas y poco verosímiles. Lo sorprendente, con todo, es la complacencia con el espectador sigue que una historia tan poco puesta en razón y sin que siquiera haya un derroche interpretativo por parte de los dos “monstruos” de la pantalla. Es destacable, eso sí, la canción que compuso Hollander, el autor de la música y canciones de El ángel azul, para la Dietrich, algo así como una “marca de fábrica” a la que estuvo durante mucho tiempo asociada. La narración es fluida y aunque hay ciertos momentos especialmente mortecinos, como la estancia en la Hacienda del noble español donde intentan recuperar el collar, no son tan tediosos como para echarle una ojeada al reloj. Enseguida se progresa hacia el desenlace moral que construye un happy ending muy del gusto de la época. La película me ha parecido más curiosa que interesante, pero nada en lo que Lubitsch ande por medio puede resultarle indiferente a un sólido aficionado al séptimo arte.

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