Buenos
amigos o una película que Chaplin vio con mucha atención y Legado trágico o la querencia irlandesa
del realizador: dos excelentes obras de la época muda de Ford.
Título original: Just Pals
Año: 1920
Duración: 50 min.
País: Estados Unidos
Director: Jack Ford
Guion: John McDermott, Paul
Schofield
Música: Película muda
Fotografía: George
Schneiderman (B&W)
Reparto: Buck Jones, Helen Ferguson, George Stone,
Duke R. Lee, William Buckley,
Eunice Murdock Moore, Bert Appling, Edwin B. Tilton, Slim Padgett,
John B. Cooke.
No sé si me paso de
listo, pero tengo para mí que Buenos
amigos, rodada un año antes que El
chico, de Chaplin, le sirvió a este de estupenda inspiración, y lo sostengo
porque mientras visionaba Buenos amigos descubrí no pocas escenas y gestos que
me trajeron a la memoria enseguida la película de Chaplin. El protagonista es
un vagabundo sin oficio ni beneficio, un devoto seguidor de Paul Lafargue , de El Derecho
a la pereza, que practica con consumada maestría. Un día estando junto a la
maestra, de quien está enamorado aunque no se atreva a decirle nada por la
diferencia de clases que hay entre ellos, observa que un violento revisor, al
estilo del de El emperador del norte,
de Aldrich, tira del tren a un niño que viaja sin billete. El vagabundo se acerca
a defender al niño y acaba de un sonoro guantazo en el lado de la vía donde
había caído el niño. A partir de ese encuentro, el niño se queda con él y
empiezan una vida juntos que se verá alterada por el empeño de la maestra en
que vaya a la escuela. Hay una escena muy curiosa, para el parecido que señalo
con El chico, en que se levantan ambos del pajar donde duermen y, recortados en
el hueco del acceso al mismo, se desperezan al mismo tiempo. Más adelante,
advirtiendo el vagabundo que al crío le hace falta un buen lavado, lo atrapa
con una cuerda y lo suspende en el aire para proceder a enjabonarlo, ante las
protestas de este, una escena que recuerda, vagamente, a la cuna colgada donde
guarda Charlot a la criatura que no le ha quedado más remedio que adoptar. La
trama se complica por la petición de dinero que le hace el que se supone que
pretende ser novio suyo, un empleado del banco, para cubrir un déficit de caja
del que no le da razón. Cuando la junta municipal le exige el dinero que la
maestra custodiaba, el novio está ausente y no llega a tiempo parta
devolvérselo. Ante el deshonor de no poder devolverlo, la maestra se intenta suicidar
en el río. La rescatan y la historia se complica, con una dosis de acción
trepidante, con un asalto al banco planeado por el propio trabajador en
compañía de una banda organizada y la detención de todos ellos cuando el
vagabundo, en unas escenas muy meritorias de persecución automovilística, llega
a tiempo para intentar impedirlo, lo que acaba en una lucha contra todos ellos
en la que lleva las de salir perdiendo. Avisados los agentes, detienen a todos
aún dentro del banco. El vagabundo es acusado por el jefe de la banda de ser el
cabecilla y está en un tris de ser ahorcado por la famosa ley de Lynch, de no
ser por la detención del novio de la maestra, quien confiesa su participación
en el intento de robo. La película está a caballo entre las películas
costumbristas de Ford y los westerns que le hicieron famoso, si bien aquí el
personaje del vagabundo de quien se ríe toda la ciudad y que se convierte en el
héroe que la salva del atraco al banco adquiere una dimensión melodramática muy
eficaz, porque, al fin y al cabo, todo su heroísmo lo es por amor a la maestra,
algo de lo que, al final, ella acabará enterada. La historia de un secuestro
-el coche que derrapa era conducido por un chófer que había secuestrado al hijo
del millonario para pedir un rescate- sirve casi de deus ex machina para que el vagabundo cobre una recompensa que le
permita encarar con ciertas garantías de éxito el cortejo de la maestra. La
imagen final del vagabundo y el chico impecablemente atildados ante la verja de
la casa de la maestra forma parte de de ese repertorio de escenas que ponen de
relieve el humor fordiano que se prodiga, sin embargo, a lo largo de toda la
película, tanto en acciones como en diálogos: “si los chismorreos de las
cotillas fueran brisa, la de este pueblo sería un vendaval”, le dice el vagabundo
al chico. Se trata, pues, de una película, bastante más que entretenida, que
consagra ese tipo usamericano del vagabundo que vive de milagro, lleno de
poderosas virtudes y excelsos sentimientos, y cuya figura aborda Ford en esta
película con evidente humor e inequívoco afecto, porque Bim, que así se llama,
desafía las convenciones ultraconservadoras de la sociedad en la que “le dejan”
vivir.
Título original: Hangman's House
Año: 1928
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Director: John Ford
Guion: Malcolm Stuart Boylan,
Philip Klein, Willard Mack, Marion Orth (Novela: Brian Oswald Donn-Byrne)
Música: Tim Curran
Fotografía: George
Schneiderman (B&W)
Reparto: Victor McLaglen, June Collyer,
Earle Foxe, Larry Kent, Hobart Bosworth.
Legado trágico es una película “irlandesa” de Ford, lo
que, inevitablemente, ha de llevarnos a hablar de El hombre tranquilo, aunque solo sea porque rescata de la que hoy
comento la carrera de caballos, si bien con alguna diferencia notable, porque,
en Legado trágico, son jockeys
expertos y el recorrido, al estilo del John Smith’s Grand National, está lleno
de obstáculos que van ejerciendo una férrea selección de los participantes.
Seguro que Fernando Savater vería las secuencias de la carrera con un nudo en
la garganta, porque, además de espectaculares, son bellísimas y consiguen
transmitir una emoción que pocos directores de acción consiguen en sus
filmaciones. En esas magníficas secuencias podemos contemplar, además, la
primera aparición de John Wayne en pantalla con un minipapel, curiosamente en
una película que tanto tiene que ver, por la ambientación, con la que él rodara
22 años después a las órdenes del mismo Ford. La historia comienza, en una película
con una ambientación parecida a la de La
última patrulla, en el desierto de Argelia, donde un militar recibe un cable
con la noticia de la muerte de su hermana tras haber sido abandonada por un
rico con quien, en la localidad irlandesa a la que se desplaza el militar, un
juez riguroso que apura sus últimos días de vida quiere dejar casada a su hija
antes de morir. Ahora bien, la hija está enamorada de otro y, por no contrariar
a su padre está dispuesta a someterse al matrimonio, pero no tanto a
consumarlo, para desesperación del flamante marido y espléndido villano, con un
empaque de tal como es difícil verlo en las pantallas actuales. El militar
llega a Irlanda y ha de camuflarse para no ser detenido por las fuerza
británicas de ocupación antes de llevar a cabo la venganza de su hermana. La
actuación del actor fetiche de Ford, Víctor McLaglen llena la pantalla de humor
y de interés y, a través de sus disfraces y de la red de apoyo independentista
que lo acoge, poco a poco vamos acercándonos a es momento culminante de la
venganza. La película tiene mucho de relato gótico y no solo por el castillo en el
que vive el juez, quien en una excepcional toma desde detrás de la chimenea,
vive angustiado por todos los que mando ahorcar en el ejercicio de su procesión.
El plano se invierte y, desde el punto de vita del juez, el hueco de la
chimenea, con los morillos enmarcándolo y el fuego en primer plano, se
convierte en una pantalla por la que el juez, en sus postrimerías, revive todo
el daño que ha hecho y por el que la gente lo maldice, como maldice el castillo
donde vive, una herencia con la que ha de luchar su hija, y que se añade al
matrimonio concertado por él. Esa atmósfera gótica se consigue a través del uso
de la niebla en muchos momentos de la película y en un breve viaje en barca a
través del río que recuerda notablemente el de los dos hermanos que huyen río
abajo en La noche del cazador. Hasta
la presencia de unos cisnes majestuosos en primer término en la orilla del río,
mientras avanza en segundo término la barca con los dos enamorados en busca del
vengador McLaglen, recuerda a la película de Laughton. No me atrevo a decir que
Sir Charles guardara en la memoria estas imágenes cuando proyectó y rodó las
suyas, pero nada me extrañaría, en efecto.
Legado trágico es la última película muda de Ford, pero sin voz sonora y
hasta sin música, porque estas son las películas con las que me acompaño en las
noches de insomnio y ni siquiera habilito la banda sonora añadida que la
complementa, lo que me permite aquilatar visualmente las muchísimas virtudes
del film. La película es de estudio, y los decorados de cartón piedra cantan lo
suyo, de ahí esa mezcla de género gótico, drama sentimental e historia de
venganza. El final, impactante, supone algo así como la caída de la casa Usher,
porque un voraz incendio en el que resulta atrapado el ambicioso malvado con
quien casó el juez a su hija, y en el que este perece, supone algo así como el
borrón y cuenta nueva mediante el cual la hija puede iniciar una nueva vida con
su enamorado. Es curioso que el asesinato vengativo no pueda ser llevado a cabo
y la muerte del malvado sea producto del incendio, es decir, que nadie puede
reclamar el honor de haber sido la mano ejecutora de una sentencia merecida,
por lo que vamos viendo de su actuación a lo largo de la trama. Hay verdaderos
momentos de excelente humor, como la aparición del criado con el perro para
alejar al marido de su legítima mujer, por ejemplo, y, sobre todo, en la
carrera, cuando los apostantes por el caballo de la hija del juez se suben a un
carro para seguir la carrera y el pobre asno que lo lleva queda elevado con las
cuatro patas en el aire, como si de un tobogán se tratara… Estoy convencido de
que para quienes El hombre tranquilo
es una de las grandes películas de la historia del cine, Legado trágico es una película de imprescindible y obligado
visionado. No tarden. Como dice la carátula de las películas, una “joya del
cine mudo” les espera.
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