lunes, 15 de mayo de 2017

De Jack a John, en ambos casos Ford: “Buenos amigos” y “Legado trágico”, dos películas seductoras para una magnífica sesión doble.



Buenos amigos o una película que Chaplin vio con mucha atención y Legado trágico o la querencia irlandesa del realizador: dos excelentes obras de la época muda de Ford.




Título original: Just Pals
Año: 1920
Duración: 50 min.
País:  Estados Unidos
Director: Jack Ford
Guion: John McDermott, Paul Schofield
Música: Película muda
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto: Buck Jones,  Helen Ferguson,  George Stone,  Duke R. Lee,  William Buckley, Eunice Murdock Moore,  Bert Appling,  Edwin B. Tilton,  Slim Padgett,  John B. Cooke.


No sé si me paso de listo, pero tengo para mí que Buenos amigos, rodada un año antes que El chico, de Chaplin, le sirvió a este de estupenda inspiración, y lo sostengo porque mientras visionaba Buenos amigos descubrí no pocas escenas y gestos que me trajeron a la memoria enseguida la película de Chaplin. El protagonista es un vagabundo sin oficio ni beneficio, un devoto seguidor de Paul Lafargue , de El Derecho a la pereza, que practica con consumada maestría. Un día estando junto a la maestra, de quien está enamorado aunque no se atreva a decirle nada por la diferencia de clases que hay entre ellos, observa que un violento revisor, al estilo del de El emperador del norte, de Aldrich, tira del tren a un niño que viaja sin billete. El vagabundo se acerca a defender al niño y acaba de un sonoro guantazo en el lado de la vía donde había caído el niño. A partir de ese encuentro, el niño se queda con él y empiezan una vida juntos que se verá alterada por el empeño de la maestra en que vaya a la escuela. Hay una escena muy curiosa, para el parecido que señalo con El chico, en que se levantan ambos del pajar donde duermen y, recortados en el hueco del acceso al mismo, se desperezan al mismo tiempo. Más adelante, advirtiendo el vagabundo que al crío le hace falta un buen lavado, lo atrapa con una cuerda y lo suspende en el aire para proceder a enjabonarlo, ante las protestas de este, una escena que recuerda, vagamente, a la cuna colgada donde guarda Charlot a la criatura que no le ha quedado más remedio que adoptar. La trama se complica por la petición de dinero que le hace el que se supone que pretende ser novio suyo, un empleado del banco, para cubrir un déficit de caja del que no le da razón. Cuando la junta municipal le exige el dinero que la maestra custodiaba, el novio está ausente y no llega a tiempo parta devolvérselo. Ante el deshonor de no poder devolverlo, la maestra se intenta suicidar en el río. La rescatan y la historia se complica, con una dosis de acción trepidante, con un asalto al banco planeado por el propio trabajador en compañía de una banda organizada y la detención de todos ellos cuando el vagabundo, en unas escenas muy meritorias de persecución automovilística, llega a tiempo para intentar impedirlo, lo que acaba en una lucha contra todos ellos en la que lleva las de salir perdiendo. Avisados los agentes, detienen a todos aún dentro del banco. El vagabundo es acusado por el jefe de la banda de ser el cabecilla y está en un tris de ser ahorcado por la famosa ley de Lynch, de no ser por la detención del novio de la maestra, quien confiesa su participación en el intento de robo. La película está a caballo entre las películas costumbristas de Ford y los westerns que le hicieron famoso, si bien aquí el personaje del vagabundo de quien se ríe toda la ciudad y que se convierte en el héroe que la salva del atraco al banco adquiere una dimensión melodramática muy eficaz, porque, al fin y al cabo, todo su heroísmo lo es por amor a la maestra, algo de lo que, al final, ella acabará enterada. La historia de un secuestro -el coche que derrapa era conducido por un chófer que había secuestrado al hijo del millonario para pedir un rescate- sirve casi de deus ex machina para que el vagabundo cobre una recompensa que le permita encarar con ciertas garantías de éxito el cortejo de la maestra. La imagen final del vagabundo y el chico impecablemente atildados ante la verja de la casa de la maestra forma parte de de ese repertorio de escenas que ponen de relieve el humor fordiano que se prodiga, sin embargo, a lo largo de toda la película, tanto en acciones como en diálogos: “si los chismorreos de las cotillas fueran brisa, la de este pueblo sería un vendaval”, le dice el vagabundo al chico. Se trata, pues, de una película, bastante más que entretenida, que consagra ese tipo usamericano del vagabundo que vive de milagro, lleno de poderosas virtudes y excelsos sentimientos, y cuya figura aborda Ford en esta película con evidente humor e inequívoco afecto, porque Bim, que así se llama, desafía las convenciones ultraconservadoras de la sociedad en la que “le dejan” vivir.




Título original: Hangman's House
Año: 1928
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Director: John Ford
Guion: Malcolm Stuart Boylan, Philip Klein, Willard Mack, Marion Orth (Novela: Brian Oswald Donn-Byrne)
Música: Tim Curran
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto: Victor McLaglen,  June Collyer,  Earle Foxe,  Larry Kent,  Hobart Bosworth.


Legado trágico es una película “irlandesa” de Ford, lo que, inevitablemente, ha de llevarnos a hablar de El hombre tranquilo, aunque solo sea porque rescata de la que hoy comento la carrera de caballos, si bien con alguna diferencia notable, porque, en Legado trágico, son jockeys expertos y el recorrido, al estilo del John Smith’s Grand National, está lleno de obstáculos que van ejerciendo una férrea selección de los participantes. Seguro que Fernando Savater vería las secuencias de la carrera con un nudo en la garganta, porque, además de espectaculares, son bellísimas y consiguen transmitir una emoción que pocos directores de acción consiguen en sus filmaciones. En esas magníficas secuencias podemos contemplar, además, la primera aparición de John Wayne en pantalla con un minipapel, curiosamente en una película que tanto tiene que ver, por la ambientación, con la que él rodara 22 años después a las órdenes del mismo  Ford. La historia comienza, en una película con una ambientación parecida a la de La última patrulla, en el desierto de Argelia, donde un militar recibe un cable con la noticia de la muerte de su hermana tras haber sido abandonada por un rico con quien, en la localidad irlandesa a la que se desplaza el militar, un juez riguroso que apura sus últimos días de vida quiere dejar casada a su hija antes de morir. Ahora bien, la hija está enamorada de otro y, por no contrariar a su padre está dispuesta a someterse al matrimonio, pero no tanto a consumarlo, para desesperación del flamante marido y espléndido villano, con un empaque de tal como es difícil verlo en las pantallas actuales. El militar llega a Irlanda y ha de camuflarse para no ser detenido por las fuerza británicas de ocupación antes de llevar a cabo la venganza de su hermana. La actuación del actor fetiche de Ford, Víctor McLaglen llena la pantalla de humor y de interés y, a través de sus disfraces y de la red de apoyo independentista que lo acoge, poco a poco vamos acercándonos a es momento culminante de la venganza. La película tiene mucho de relato gótico y no solo por el castillo en el que vive el juez, quien en una excepcional toma desde detrás de la chimenea, vive angustiado por todos los que mando ahorcar en el ejercicio de su procesión. El plano se invierte y, desde el punto de vita del juez, el hueco de la chimenea, con los morillos enmarcándolo y el fuego en primer plano, se convierte en una pantalla por la que el juez, en sus postrimerías, revive todo el daño que ha hecho y por el que la gente lo maldice, como maldice el castillo donde vive, una herencia con la que ha de luchar su hija, y que se añade al matrimonio concertado por él. Esa atmósfera gótica se consigue a través del uso de la niebla en muchos momentos de la película y en un breve viaje en barca a través del río que recuerda notablemente el de los dos hermanos que huyen río abajo en La noche del cazador. Hasta la presencia de unos cisnes majestuosos en primer término en la orilla del río, mientras avanza en segundo término la barca con los dos enamorados en busca del vengador McLaglen, recuerda a la película de Laughton. No me atrevo a decir que Sir Charles guardara en la memoria estas imágenes cuando proyectó y rodó las suyas, pero nada me extrañaría, en efecto. Legado trágico es la última película muda de Ford, pero sin voz sonora y hasta sin música, porque estas son las películas con las que me acompaño en las noches de insomnio y ni siquiera habilito la banda sonora añadida que la complementa, lo que me permite aquilatar visualmente las muchísimas virtudes del film. La película es de estudio, y los decorados de cartón piedra cantan lo suyo, de ahí esa mezcla de género gótico, drama sentimental e historia de venganza. El final, impactante, supone algo así como la caída de la casa Usher, porque un voraz incendio en el que resulta atrapado el ambicioso malvado con quien casó el juez a su hija, y en el que este perece, supone algo así como el borrón y cuenta nueva mediante el cual la hija puede iniciar una nueva vida con su enamorado. Es curioso que el asesinato vengativo no pueda ser llevado a cabo y la muerte del malvado sea producto del incendio, es decir, que nadie puede reclamar el honor de haber sido la mano ejecutora de una sentencia merecida, por lo que vamos viendo de su actuación a lo largo de la trama. Hay verdaderos momentos de excelente humor, como la aparición del criado con el perro para alejar al marido de su legítima mujer, por ejemplo, y, sobre todo, en la carrera, cuando los apostantes por el caballo de la hija del juez se suben a un carro para seguir la carrera y el pobre asno que lo lleva queda elevado con las cuatro patas en el aire, como si de un tobogán se tratara… Estoy convencido de que para quienes El hombre tranquilo es una de las grandes películas de la historia del cine, Legado trágico es una película de imprescindible y obligado visionado. No tarden. Como dice la carátula de las películas, una “joya del cine mudo” les espera.

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