Cómo guionizar lo previsible para
recuperar la frescura narrativa de los amores que se defienden de la
trivialidad y el miedo: Sexo fácil,
películas tristes, de Alejo Flah, un hermoso puente tendido entre Buenos
Aires y Madrid.
Título original: Sexo fácil, películas tristes
Año: 2014
Duración: 91 min.
País: España
Director: Alejo Flah
Guion: Alejo Flah
Música: Julio de la Rosa
Fotografía: Julián Apezteguia
Reparto: Quim Gutiérrez, Marta
Etura, Ernesto Alterio, Carlos Areces, Julieta Cardinali, Bárbara Santa Cruz, Monica Antonopulos, Luis Luque,
María Alche, Óscar Arnaiz, Joëlle
Zilberman.
El original guion de
Alejo Flah, muy trabajado y perfectamente llevado a la pantalla por él mismo,
es una concienzuda aplicación práctica de la teoría compositiva de la comedia
sentimental elaborada en dos planos separados espacialmente: el de la teoría,
ubicado en Buenos Aires, donde un escritor y profesor en horas bajas en su relación
de pareja trata de sacar adelante el guion de una comedia sentimental que se le
resiste; y el de la práctica, o la realización de ese guion en la ciudad de
Madrid. El contraste entre ambas historias contribuye a la reflexión sobre las relaciones
de pareja, más allá de los géneros cinematográficos, porque lo de la comedia
sentimental no deja de ser sino una excusa, con mayor o menor virtuosismo
teórico, para desentrañar las dificultades de las relaciones humanas amorosas a
través, básicamente, de dos historias, la del escritor, un muy argentinizado
Ernesto Alterio, estupendo en todo momento y dos jóvenes Quim Gutiérrez y Marta
Etura, debatiéndose entre el sí quiero y no sé si debo que tan insatisfechos
deja a sus persnajes, anteponiendo sus vidas individuales a la ¿imposible? creación de
una vida en común. La película se centra especialmente en la vida del escritor,
el adulterio de su mujer, la relación con el productor, siempre metido en líos,
un personaje cómico que consigue con creces el contrapunto humorístico al
sombrío momento vital del escritor, y, como una proyección ensayística, vamos
alternando esa vida triste con la supuesta vida alegre y llena de entusiasmo
del joven madrileño quien se confiesa con un amigo, también en busca de pareja,
el estupendísimo actor Carlos Areces, con
una vis cómica innata. Hay un par de secuencias argentinas en las que,
en pantalla, aparecen ambos espacios, el de la realidad del escritor y el
imaginado de la ficción. Se trata de un experimento muy visto y que apuntaba
hacia una deriva abstracta que podía perjudicar totalmente el experimento
cinematográfico arriesgado en que consiste la película; ocurre lo mismo con el
traslado de un personaje de la realidad argentina, una alumna del escritor que
se le insinúa, a Madrid, donde, por riguroso azar, conoce al protagonista de la
comedia romántica imaginada por su profesor. Es una tentativa de barroquismo del
que, afortunadamente, huye Flah enseguida, sin importarle que esa “intrusión”
se difumine a medida que continúa el metraje. Es algo así como una gota de
fictoreality -arriesguemos una etiqueta un poco sin ton ni son…- en una obra
cuyos dos planos están lo suficientemente delimitados como para que los
espectadores sigan ambas historias, la real y la inventada con idéntico interés
y satisfacción, no diré que con apasionamiento, porque, como es lógico, las
comedias sentimentales tienen muchos ingredientes que las convierten en algo
así como simulacros de la realidad, no “verdadera” realidad; pero sí que se
entra en el juego de la impecable verosimilitud de la historia inventada y, por
descontado, de la que se nos ofrece como real. Las interpretaciones, todas en
general, hacen subir el nivel de la película, así como las secuencias urbanas
rodadas con un mimo exquisito, alejado de los tópicos escenarios de ambas
capitales y ciñéndose escrupulosamente a los escenarios habituales de las vidas
de los personajes. Sí, es cierto, la comedia sentimental falsea la realidad y
prioriza el impulso hacia el bien y lo bello por encima de lo conveniente o el
legítimo egoísmo de la propia aventura vital, pero de eso trata la película: de
que la esperanza es lo último que se pierde y de que no se puede luchar contra
la pasión cuando se nos mete tan adentro
que solo nos calmamos si la sacamos afuera y la compartimos con quien nos la
inspira. Y eso es lo que ha hecho Alejo Flah con su película, tender un puente
de esperanza entre ambas capitales, Buenos Aires y Madrid, con dos historias,
más las paralelas de los personajes secundarios, que forman parte de nuestra
vida de cada día, y, como nos reconocemos en ellas, podemos confirmar el
talento narrativo de un director que ha sabido llevarlas a la pantalla sin que
pierdan ni un ápice de verosimilitud ni de interés.
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