Un triángulo amoroso entre
aguerridos atuneros: Pasto de tiburones,
de Hawks o las tribulaciones tormentosas de la pesca y del amor.
Título original: Tiger Shark
Año: 1932
Duración: 77 min.
País: Estados Unidos
Director: Howard Hawks
Guion: Wells Root (Historia:
Houston Branch)
Música: Bernhard Kaun
Fotografía: Tony Gaudio (B&W)
Reparto: Edward G.
Robinson, Richard Arlen, Zita Johann,
Leila Bennett, J. Carrol Naish,
Vince Barnett, William Ricciardi.
Confieso que Edward G.
Robinson, mereciéndome todos los respetos, como el gran actorazo que es, a
veces me distrae de sus personajes por la tendencia a la sobreactuación. Verlo en
la carátula “caracterizado” de pescador extranjero tópico, en este caso
portugués, Mike Mascarenhas, morenazo, con pendiente, bigotón y, desde que
empieza la película, con un garfío por mano izquierda, no me animaba mucho,
pero saber que actuaba a las órdenes de Howard Hawks, cuya Monkey business, vista recientemente, no admite revisitación
posible, a pesar de la buena voluntad con que uno está dispuesto a acercarse a
los clásicos, me incitó a adquirirla y verla. La sorpresa ha sido mayúscula.
Pasto de tiburones es una historia de pescadores atuneros en la costa de
California, magníficamente ambientada, con unas interpretaciones absolutamente
convincentes y con unas escenas, de fuerte tono documental, sobre la pesca del
atún, llenas de fuerza, interés y plasticidad, con un blanco y negro tamizado
muy acorde con la historia. El protagonista indiscutible es Mascarenhas, quien
se reclama como el mejor pescador del pacífico, aunque la película arranca con
una venganza terrible que corta la respiración, porque se deshace de un
marinero que comparte el bote con él y con su “protegido” lanzándolo al título
de la película: a ser pasto real de los tiburones, momentos antes de quedar él
con el brazo sumergido en el agua, agotado y noqueado por el golpe que le dio
su agresor, y aunque su protegido, Pipes
Boley, trata de retirarlo hacia el interior del bote, no puede evitar
que un tiburón le arranque parte del brazo izquierdo. No mucho después, un
error fatal arrastra a otro de los marineros al mar infestado de tiburones y
apenas logran rescatar de él sino algunos restos. Mascarenhas se encarga de
comunicar a la hija de Manuel Silva, así se llama el fallecido, que su padre ha
muerto. Poco a poco, Mascarenhas, que no tiene suerte en el amor, en parte por
su decidida y soberbia personalidad, acaba cayéndole en gracia a la hija,
quien, sin otra perspectiva de futuro tras la muerte de su padre, ve “normal”
casarse con él, en buena parte por corresponder, agradecida, a los cuidados que
le ha prodigado Mascarenhas, pero sin estar realmente enamorada de él. De quien
sí se enamora es del protegido de Mascarenhas, quien se debate, entonces, entre
la fidelidad y la pasión. Cuando el protegido es herido durante una captura de
atunes, el grueso anzuelo de un pescador le hace una profunda herida en el
cuello, Quita, la hija del pescador fallecido, lo cuida y acaba enamorándose de
él. Mascarenhas parece no darse cuenta de nada, pero finalmente llega el
momento en que su mujer no puede silenciar por más tiempo que no puede
sorportar la convivencia con él. Aunque Pipes pretende arreglar “civilizadamente”
el asunto con Mascarenhas, la apasionada naturaleza del intrépido pescador se
impone sobre el sereno juicio y acaba condenando a Pipes a ser comido por los
tiburones, en una escena vibrante en la que lo arroja a un esquife y después,
con un arpón, lo taladra para lograr que se hunda y sea, finalmente pasto de
los tiburones. Y ahí lo dejo. La película mantiene en todo momento la tensión
del triángulo amoroso, el peligro real de una actividad pesquera de altísimo
riesgo y el ritmo febril de una historia que avanza narrativamente mediante una
realización ágil, al servicio de la trama y sin concesiones a esteticismos que
no se deriven estrictamente -y los hay a patadas- de la actividad pesquera.
Insisto, las escenas de la captura de los atunes son francamente espectaculares
y casi merecen por ellas mismas el visionado de la película. Mascarenhas es
apabullante, eso es cierto, pero la verosimilitud que consigue Robinson, tanto
en su papel de capitán como en el de enamorado, consigue convencer al
espectador de que en la película se está ventilando un problema humano de
siempre, eterno: la pasión, el amor, los celos, la venganza, el arrepentimiento,
el perdón, etc. Son palabras mayores, sí, pero la película nos las hace
cotidianas y efectivas en el quehacer del día a día a través de unos personajes
bien definidos, aunque algo esquemáticos, porque, al fin y al cabo, la tragedia
de los celos pasa por encima de las clases sociales y las idiosincrasias
individuales. En resumen, una excelente diversión que satisfará incluso a los
paladares exigentes. Algunos años más tarde, Víctor Fleming dirigiría ese
clásico que fue, desde su estreno, Capitanes
intrépidos, con Spencer Tracy haciendo, también, de marinero portugués.
Pues bien, a nadie que le gustara la película de Fleming dejará de gustarle la
presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario