Cuanta más películas suyas veo,
más se agranda la figura del director Rafael Gil: Una mujer cualquiera o la maldición de la belleza: el hechizo
magnético de una María Félix magnífica vampiresa a su pesar.
Título original: Una mujer cualquiera
Año: 1949
Duración: 89 min.
País: España
Director: Rafael Gil
Guion: Rafael Gil, Miguel Mihura
Música: Manuel Parada
Fotografía: Theodore J. Pahle
Reparto: María Félix, Antonio
Vilar, Mary Delgado, Manolo Morán,
José Nieto, Juan Espantaleón,
Juan de Landa, Eduardo
Fajardo, Carolina Jiménez, Tomás
Blanco, Ricardo Acerdo, Manuel Aguilera, Rafael Bardem, Julia Caba Alba, María Isbert, Fernando Fernández de Córdoba, Ángel de Andrés, Félix Fernández, Julia Lajos, José Prada.
¡Cuánto agradezco al
programa Historia de nuestro cine que
me haya permitido rescatar el cine de Rafael Gil! Ya llevo unas cuantas
criticadas en este Ojo y hoy sumo una
más que he visto con particular delectación, a pesar de que haya personajes
tópicos, situaciones manidas y una cierta indefinición entre el melodrama y el
thriller, acaso producto todo ello de un guion de Miguel Mihura que se evade
del humor, en el que es especialista, para meterse en un drama de perdedores
con una huida a ninguna parte que bien puede calificarse de espectacular. La “maldición
de la belleza”, subtitulaba esta crítica, porque la belleza va a ser el
principal obstáculo que halla la protagonista, María Félix, al querer reiniciar
su vida tras la muerte de su único hijo y la separación de su marido, en parte
responsable de la pérdida. La profecía del despechado marido: “caerás muy bajo;
volverás a la calle”, actúa como una maldición propia del teatro griego, como
un fatum contra el que la heroína
firme y desvalida al tiempo no va a poder luchar con el feliz resultado que
ella quisiera. Decidida, en última instancia, para salir de la pobreza, a “hacer
la calle”, se encuentra con el coprotagonista, Antonio Vilar, un miserable con
carita de no matar una mosca que busca a “una cualquiera” para endosarle el
muerto que él va a asesinar en un ajuste de cuentas por tráfico de cocaína, un
asunto que, en 1949, no dejaba de ser un atrevimiento el llevarlo a la pantalla,
empeñado el Régimen en mostrar una sociedad poco menos que idílica, como se
refleja en algunos personajes secundarios, como el taxista, Manolo Morán, y en
el camionero, Ángel de Andrés, la cara feliz de la dramática realidad de los
protagonistas. La trama es lo suficientemente compleja como para mantener la
intriga de los espectadores y tiene algunos golpes de efecto que convierten la
relación entre los dos protagonistas en algo muy parecido al tormento del protagonista
de Perdición, de Billy Wilder, con los papeles cambiados, aquí es el “dulce”
Antonio Vilar, quien exhibe una maldad con las suficientes dosis de complejidad
como para que los espectadores nunca sepan exactamente cuál es la carta que va
a jugar, una tensión que se mantiene prácticamente hasta el final de la
película. No quiero seguir sin hacer mención de la banda sonora de la película, de un todoterreno musical de su tiempo,
Manuel Parada de la Puente, ¡el autor de una música muy asociada indirectamente
al cine: la del NO-DO!, puesto que no hubo sesión, desde 1943 hasta 1975 en que
no sonara aquella música de la que el imaginario popular dictaminó al oír otra
poco bailable: “¡Eso es más difícil de bailar que la música del NO-DO!”. La
banda sonora de Parada incluye algunos fragmentos con unos acordes
aparentemente distorsionados, como el producido por la hoja vibrante de una
sierra, que consigue un efecto de suspense admirable y muy efectivo. Parecen
sacados de Vértigo o de Recuerda, del maestro británico. Hay, ya
puestos a buscar analogías, algo de Hitchcockiano en esta película de Gil, como
la relación de la protagonista con el vecino voyeur que pretende aprovecharse
de ella tras haber leído en la prensa la historia del asesinato que cometió. Los interiores que devienen espacios opresivos
y claustrofóbicos se suceden en la película, marcando el ritmo creciente de la
angustia de la mujer, quien se ve arrastrada contra su pesar, en parte porque
no sabe qué hacer, en parte porque se siente atraída por el asesino de corteses
maneras que incluso rompe con su novia por defenderla a ella, a quien parece
ligar su destino en una atropellada huida que deja a oscuras la línea dramática
paralela de la investigación, de la que iremos sabiendo por vía indirecta en
boca de personajes secundarios, como el guardiacivil al que recogen cuando van
huyendo en el camión. Insisto, la película me ha dejado un magnífico sabor de
ojos, y la dirección de Gil, muy ajustada al protagonismo de una diva como María
Félix, con quien rodaría dos películas más, Mare
Nostrum, que vi no hace mucho en el mismo programa, y La noche del sábado, una adaptación de la obra de Benavente que me
gustaría ver. Una mujer cualquiera nos ofrece la visión de una realidad que
desmiente, hasta cierto punto, la España virtuosa y tranquila del Dictador,
porque late, bajo tanta paz de cementerios que trajo la Guerra Civil, un mundo
del hampa descrito con sobriedad y efectividad. Me parece un acierto de guion
la elipsis sobre el acecho de la policía, reducida a noticias que les van
llegando a los protagonistas y que determinan, como una presión intolerable,
los movimientos de ambos fugitivos. Ahorro el desenlace a los futuros
espectadores -hallarán la película en la página web de RTVE, aquí-
y les invito a verla para descubrir una tradición española del suspense que
bien merece ser revisitada.
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