La única película del guionista de
De aquí a la eternidad o Picnic: En el ojo del huracán o cómo plantarle cara al macartismo con una emotiva
y persuasiva defensa de la Primera Enmienda.
Título original: Storm Center
Año: 1956
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Director: Daniel Taradash
Guion: Elick Moll, Daniel
Taradash
Música: George Duning
Fotografía: Burnett Guffey (B&W)
Reparto: Bette Davis, Brian Keith,
Kim Hunter, Paul Kelly, Joe Mantell,
Kevin Coughlin, Sally Brophy,
Howard Wierum, Curtis
Cooksey, Michael Raffetto, Joseph Kearns, Edward Platt, Kathryn Grant, Howard Wendell.
De nuevo la intuición
cinematográfica me ha deparado el visionado de una película de la que lo
ignoraba todo y que, después de vista, lamentaría muchísimo no haberla podido
ver. En el ojo del huracán fue la
única película dirigida por un oscarizado guionista, Daniel Taradash, quien lo
consiguió por su guion para De aquí a la
eternidad, aunque fue guionista de otras películas tan excepcionales como Picnic, de Joshua Logan o Encubridora (Rancho Notorius en el original) de Fritz Lang. Se trata, pues, de
un caso parecido al de Dalton Trumbo, quien también realizo una sola película,
la más que notable Johnny cogió su fusil,
película antibelicista y en pro de la eutanasia que vi, sobrecogido, en mi juventud. Como no
sabía absolutamente nada de la película, la elegí en Tallers 79 por la sinopsis
y la presencia de Bette Davis. La grata sorpresa de haber acertado se me
confirmó nada más iniciarse los títulos de crédito, magníficos y, como no podía
ser de otra manera, dada la imaginación y la calidad de los mismos, pertenecen
a Saul Bass, el mayor genio de ese sutil arte, ya bastante reconocido, pero aún
no tanto como para que los Oscar o los Goya se hagan eco de sus creadores, una
especialidad cinematográfica con personalidad propia. La historia que se narra
en la película se acoge a la modestia de un incidente en una mediana localidad.
El equipo municipal decide invertir en un ala infantil para la biblioteca si la
bibliotecaria, Alicia Hull, decide retirar de la circulación un libro titulado El sueño comunista, sobre la presencia
del cual en la biblioteca los miembros de la alcaldía han recibido quejas
furibundas de algunos votantes, lo que les hace temer sobre su reelección si no
toman medidas cuanto antes. A partir de esa anécdota, que se complica en un
crescendo de autoritarismo, espíritu macartista y patriotismo mal entendido, se
desarrolla, a escala, el conflicto peligroso que supuso para la sociedad
usamericana el delirio anticomunista del senador McCarthy, que nos ha dado
estupendas películas recientes como Buenas
noches, y buena suerte, de Clooney, Trumbo, de Jay Roach, la biografía del represaliado guionista
de Espartaco, entre otras, o, algo más lejana en el tiempo, La tapadera, del represaliado Martin
Ritt e interpretada por otro represaliado, el magnífico actor Zero Mostel. La
película es un claro ejemplo de ese arte en el que los usamericanos son especialistas:
a partir de un incidente en una pequeña localidad, este crece hasta adquirir una dimensión metafórica
que lo convierte en una reflexión indispensable sobre el tema que se ventile en
ella, en este caso nada menos que una rebelión contra la censura y en pro de la
libertad de pensamiento y de expresión, recogido todo ello en la famosa Primera
Enmienda de la constitución usamericana. Dicho así, se diría que estamos en presencia
de una película patriótica y, en cierta manera así es, pero, curiosamente, lo
es porque en ella se ataca la perversión del patriotismo mal entendido, el
representado por el joven político municipal con ambiciones interpretado por un
secundario de lujo del cine, Brian Keith. La historia respira un aire de verdad
tan contundente que, buscando información sobre ella, he descubierto que se inspira
en un caso real, el de Ruth Winifred
Brown, la bibliotecaria que tuvo que pasar por un calvario semejante al de
Alicia Hull en esta película. Es evidente que la trama va más allá de lo que
sería un mero planteamiento teórico, aunque hay escenas en la película en las
que la discusión sobre la defensa de los valores fundacionales de la democracia
usamericana, recogidos en la Primera Enmienda, se convierte en un aliciente
dialéctico de primer orden. Se enfrentan, pues, dos visiones: la defensa de las
libertades frente a la histeria anticomunista que veía satanes tras cada
defensor de aquellas. A su manera, los miembros del poder local se constituyen,
incluso físicamente, como la audiencia en que reciben a la bibliotecaria, en
una réplica del comité de actividades antiamericanas, y Alicia Hull, en una
perfecta representante de aquellos artistas e intelectuales que fueron
perseguidos e incluso encarcelados, como recientemente tuvimos la ocasión de
recordar con motivo de la excelente película Trumbo, el alma gemela de Daniel Taradash, quien, aunque no fue
condenado, y acaso precisamente por ello, se atrevió a filmar, tan pronto como
en 1956, este alegato contra la histeria liberticida del senador McCarthy.
Había que tener valor para hacerlo entonces, y, de hecho, la película no tuvo el
éxito que hubiera merecido, pues fue acusada de ser propaganda comunista. Vista
hoy, sin embargo, la película merecería los honores de ser vista en todos los institutos
de enseñanza secundaria de nuestro país para aleccionar al alumnado sobre a qué
extremos de alienación puede llevar la histeria ideológica y el patriotismo nacionalista
mal entendido. Sé que me aparto de lo que son habitualmente las críticas en
este Ojo, pero el fortísimo rebrote
del populismo, unido al del nacionalismo excluyente, supremacista y xenófobo,
hace que el visionado de esta película me parezca inexcusable. El
adoctrinamiento nacionalista en una sociedad tan plural como la mía, la catalana,
está consiguiendo que la peor de las pesadillas de la tolerancia y de la
libertad de pensamiento y de expresión se esté convirtiendo en el pan nuestro
de cada día. La trama de la película gira, también, en torno a la relación
privilegiada de un niño hiperlector con la bibliotecaria, una relación de
admiración y devoción que se ve justamente recompensada con el privilegio de
llevarse a casa ciertos volúmenes valiosos de la biblioteca. No me cuesta
reconocer que la familia del niño, con un matrimonio muy peculiar entre una
madre amante de la cultura y un padre que no conecta con su hijo por su rechazo
a todo lo que signifique “cultura” es una reducción algo caricaturizada y que
pierde realismo por su condición de mero factor de persuasión de hasta dónde
puede llegarse cuando la propaganda histérica contra la libertad de expresión y
la defensa acrítica del patriotismo se inculca en los seres humanos. La
relación que vemos entre el crío lector y la bibliotecaria es en todo
equivalente a la que se nos narra en la película de José Luis Cuerda, La lengua de las mariposas, entre el
maestro y su alumno predilecto, final incluido. La película como tal, tiene la
solvencia narrativa de quien no ignora las leyes esenciales de la realización cinematográfica
y consigue implicar al lector en un desarrollo de los hechos muy ágil y
convincente. Está claro que la cámara está al servicio del guion y que no se
buscan ángulos insólitos ni un despliegue de imaginería visual que, como es
lógico, distraería probablemente de la atención que la historia, tan potente,
merece. Hay, podríamos decir, una dirección “transparente”, in énfasis, casi “funcional”
que pretende pasar inadvertida para potenciar la identificación emocional con
la discusión dialéctica que vertebra la película. Aun así, el alegato final de
Alicia Hull ante la biblioteca que el niño ha incendiado, cuando dice,
desafiante, después de que la inviten a hacerse cargo de la reedificación de la
misma, que antes que censurar un libro de su biblioteca “pasarán por encima de
mi cadáver”, recuerda mucho el de Vivien Leigh contra un cielo en llamas
jurando que no volverá a pasar hambre. Es digno de recordar que la vida de la
pequeña comunidad, con las relaciones muy trabadas entre sus miembros, exige,
como en este caso, cuando se reúne un comité de ciudadanos para protestar
contra el despido de la bibliotecaria, una posición ética nítida que no todos
están dispuestos a asumir, y ahí hurga el guion con excelente criterio, porque
la lucha contra el fascismo es una lucha social, sí, pero, como no puede ser de
otro modo, ha de partir del individuo que “toma partido” ante la injusticia y
se “arriesga”, algo que acaba viendo, ya en el desenlace, la segunda de la bibliotecaria
que, enamorada del impulsor del despido de Hull, y aun a pesar de haber sido
ascendida a bibliotecaria jefa, se percata de la senda de odio por la que han
discurrido los acontecimientos sin haberse querido dar cuenta de la
responsabilidad, indirecta, que ella tenía en ellos. Es, el de Kim Hunter,
famosa por su interpretación en Un tranvía
llamado deseo, uno de esos diálogos que rubrican con broche de oro una
exposición irreprochable:
Martha Lockridge: Whatever was the issue? A stubborn woman was fired. Your council blew
itself up with civic virtue. The city got something to buzz about. I got a
better job. You got a platform.
Paul Duncan: You make it sound like a grab bag.
Martha Lockridge: Well, what do you think it was? Patriotism?
En esas estamos, pues.
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