A medio camino de todo: thriller,
drama romántico, Casablanca o La dama de Shanghai, Una vida
y un amor, de John Brahm o los inicios de una veyenda: Ava Gardner.
Título original: Singapore
Año: 1947
Duración: 79 min.
País: Estados Unidos
Director: John Brahm
Guion: Seton I. Miller, Robert
Thoeren (Historia: Seton I. Miller)
Música: Daniele Amfitheatrof
Fotografía: Maury Gertsman
(B&W)
Reparto: Fred MacMurray, Ava Gardner,
Roland Culver, Richard
Haydn, Spring Byington, Thomas
Gomez, Porter Hall, George Lloyd,
Maylia, Holmes Herbert, Edith Evanson.
He de reconocer que la
intervención de Fred MacMurray en una película ya me hace sospechar sobre su
posible interés y calidad. Que aparezca formando pareja con una Ava Gardner aún
alejada de la gran estrella en que llegaría a convertirse, con una belleza más
discreta, podríamos decir, esto es, sin que aún tuviera aquella presencia que
la acreditaría, años más tardes, como “el animal más bello del mundo”, en
definición de quien la amó hasta el delirio, Frank Sinatra, ya me inclina algo
más favorablemente hacia ella, pero la firma del director, John Brahm, “otro” de los
directores alemanes exiliados tras la llegada de Hitler al poder, me
invita, decididamente, a darle una oportunidad. Haber visto hace poco Semilla de odio, con Anne Baxter, es
aval suficiente para dedicarle un visionado que, sin defraudarme, tampoco me ha
entusiasmado. La película se nos ofrece como una muestra de ese cine en
ambientes exóticos, en este caso Singapur, poco reconocible, sin embargo, por
la ausencia de planos generales o panorámicos de la ciudad, y un exceso de
interiores o exteriores de estudio; un cine, ya digo, que incluye, usualmente,
una historia a medio camino entre el thriller y el drama romántico, sin que,
como en este caso sucede, se sepa cuál es la más importante. A mi entender, el
drama romántico es la parte sustancial de la historia, y el asunto del
contrabando de perlas un mero pretexto para esa historia dividida en dos
partes: un flash back en el que se recuerda cómo se conocen los protagonistas y
cómo el ataque japonés sobre la ciudad acaba separándolos el mismo día en que
iban a casarse. El contrabandista vuelve, pasada la Segunda Guerra, a intentar
recuperar las perlas escondidas en un hotel que había sido requisado por el
ejército británico y en el que el contrabandista no pudo, por tanto, recoger su
botín. Vuelve, pues, para hacerlo y, por casualidad, en una sala de fiestas
descubre a la novia que daba por muerta bailando con un hombre. Se presenta
ante ella pero ella no lo reconoce. Tras el bombardeo en el que sufrió un golpe
en la cabeza que le produjo una severa amnesia, rehízo su vida y se casó con un
rico terrateniente. A esta historia del reencuentro imposible ha de añadírsele la
estrecha vigilancia del jefe de la policía y el interés de un estraperlista por
hacerse con el botín del protagonista. Llegados a este punto, he de reconocer
que el giro de guion de la amnesia bastó para cautivarme, porque, sí, lo
reconozco, Niebla en el pasado de
Mervyn LeRoy, es una de mis películas favoritas, y, por la misma razón
amnésica, La mujer sin rostro, de
Delbert Mann me ha gustado tanto, entre las que he visto sobre el tema
recientemente. Singapur, un título con el que se pretendía evocar esos amores
bajo cielos exóticos, tenía no pocos ingredientes para haberse convertido en
una película al estilo incluso de Casablanca, con la que comparte el final, por
ejemplo, con un último plano excelentísimo, acaso lo mejor de la película. El
peor defecto de la película es el quedarse a medio camino de casi todo, porque
ni MacMurray es el galán adecuado, ni la trama de las perlas tiene suficiente
consistencia, ni el giro amnésico provoca el suspense acongojante que mantenga
en vilo a los espectadores sobre el resultado final del mismo, aunque está muy
cerca de lograrlo, es decir, con esa indefinición entre excelente película de
serie B o entretenida de serie A, al final nos quedamos un poco en terreno de
nadie. Eso sí, la película puede verse y disfrutarse sin excesivo entusiasmo,
porque continuamente echamos de menos “lo que podría haber sido”. No creo que
todo sea cuestión de presupuesto, sino de que la película exigía una atmósfera
que no se acaba de conseguir. Salvo por los extras orientales, casi nos da igual
que la acción se sitúe en oriente que en Oregón, no afecta para nada al
desarrollo de la trama. Esa falta de consistencia en la puesta en escena afecta
notablemente al impacto visual del film. Y eso es ya responsabilidad de Brahm,
quien, por otro lado, tiene obra magnífica en la serie B, en el género de
terror, Concierto macabro o Jack, el destripador, en las que la
atmósfera, por conseguida, es determinante. Insisto, la película se ve con
agrado e incluso Fred MacMurray tiene una actuación tolerable -¡lo que hubiera
sido esta película con Robert Ryan, por ejemplo…!- y Brahm consigue planos de
Ava Gardner que, sin duda, contribuyeron a cimentar la fama universal de su
belleza.
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