Remake del Liliom de Frank Borzage, de 1930, Fritz Lang se deja seducir por la
vida trashumante y el fantástico vuelo celestial de la imaginación.
Título original: Liliom
Año: 1934
Duración: 118 min.
País: Francia
Director: Fritz Lang
Guion: Fritz Lang, Robert Liebmann, Bernard Zimmer (Obra de teatro:
Ferenc Molnár)
Música: Franz Waxman
Fotografía: Rudolph Maté, Louis Née (B&W)
Reparto: Charles Boyer, Madeleine Ozeray, Robert Arnoux, Roland Toutain, Alexandre Rignault, Henri Richard, Marcel Barencey, Raoul Marco,
Antonin Artaud, Mimi Funes.
Puede parecer, a simple
vista, y dado el sobreactuado papel de Charles Boyer, que estemos ante un
trabajo de encargo, un simple ejercicio de estilo o un entretenimiento que
apartara a Fritz Lang de la angustiosa situación en que se vio forzado a huir
de Alemania tras negarse a convertirse en algo así como el factótum de la
cinematografía nazi, en cuyo proyecto sí que colaboró, como todo el mundo sabe,
su mujer, la guionista Thea von Harbou, su segunda mujer, de la que se divorció
y separó por la vía express de la huida de la Alemania nazi, donde ella permaneció,
adicta al régimen. El mundo de las ferias populares, ahí está Freaks, de Tod Browning, con sus
personajes trashumantes, desarraigados y llenos de tanta vitalidad apasionada
como instintos a flor de piel, siempre ha sido un mundo al que el cine se ha acercado
con mucho interés. En este caso de Liliom,
título que responde al nombre del protagonista, un ser consciente de su
atractivo para las mujeres y, al tiempo, celoso de su independencia gatuna, nos
hallamos ante una suerte de estudio naturalista de una mentalidad muy
particular y, al tiempo, muy común, pues Liliom reúne en su persona, al margen
del atractivo sexual y romántico para las modistillas, sirvientas y camareras
que se divierten la tarde del domingo en su tiovivo musical, lo peor de un machismo
que no repara ni siquiera en la violencia física para marcar el territorio de
su santo capricho y la embobada devoción de su enamorada, perfectamente
representada por una arrobada y casi mística Madeleine Ozeray, defensora de una
tesis insostenible hoy: “A veces te pueden pegar y no te hacen daño”, como le
confiesa a su hija, evocando el bofetón cruel con que Liliom establece quién
manda y quién se ha de someter en su tormentosa relación. La película amenaza
con entrar en una tediosa situación cuando el embarazo de Julie da un giro
total, porque Liliom, contra todo pronóstico, se enorgullece de ser el
progenitor. Convencido por otro don nadie sin oficio ni beneficio para atracar
al portador de una nómina para los obreros de una fábrica, es sorprendido por
este, que va armado, y por la presencia de la policía. Ante el futuro de acabar
en prisión, si no ahorcado, Liliom decide matarse, clavándose en el pecho el
puñal con el que iba a cometer el atraco. Y ahí se produce el giro definitivo
que le confiere a la película su verdadero interés, en este caso, casi un
interés teológico, porque ante la negativa a aceptar que la muerte sea el final
de todo, porque eso dejaría sin castigo ni recompensa el crimen y la virtud, el
personaje es llevado al cielo por dos ángeles propiamente de Magritte (en la versión
de Borzage, sin embargo, es un tren el que irrumpe en escena, al viejo estilo del
inicio del cine, para llevarse el alma
del yacente hasta ese séptimo cielo donde será juzgado). La parte celestial es
una sátira muy bien desarrollada, con mucha gracia y unas actuaciones y
detalles de caracterización, como las alas de los policías, desternillantes. La
conclusión es que Liliom es un ciclón de la naturaleza que no va a cambiar su
carácter ni siquiera teniendo la oportunidad de regresar un día a la tierra
para enmendar con un acto hermoso su borrascoso pasado. Genio y figura… Charles
Boyer se mueve mejor en la contención de la parte fantástica que en la
sobreactuada de la parte naturalista, pero ese contraste sirve para darle al
personaje una dimensión que, nada más conocerlo, parezca que sea imposible de
alcanzar. Ojo a quienes tienden a pasar por alto la nómina completa de la ficha
técnica: en la fotografía tenemos nada más ni nada menos que a Rudolph Maté,
el director de Con las horas contadas, un clásico del cine negro, ya comentado en
este Ojo. Supongo que cada versión tendrá sus aciertos y sus
errores, pero la interpretación de Rose Hobart, y una cinegenia espectacular insinúan que merece mucho ser vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario