La irrupción de la modernidad en
el “heteropatriarcado” escocés o el discreto encanto del humor inglés de la
Ealing: La batalla de los sexos o
Peter Sellers at his best.
Título original: The Battle of
the Sexes
Año: 1959
Duración: 84 min.
País: Reino Unido
Director: Charles Crichton
Guión: James Thurber, Monja
Danischewsky
Música: Stanley Black
Fotografía: Freddie Francis (B&W)
Reparto: Peter Sellers, Robert
Morley, Constance Cummings, Jameson Clark, Ernest Thesiger, Donald Pleasence,
Moultrie Kelsall, Alex Mackenzie, Roddy McMillan, Michael Goodliffe.
Está claro que si cae, como así ha sido, en mis manos
una obra de Charles Crichton, de quien ya llevo criticadas varias, y muy
elogiosamente, no voy a renunciar a verla y, si lo estimara conveniente, como
así ha resultado ser, hacer la crítica correspondiente. Estamos ante una
película solo apta para nostálgicos de un cine que ya no volverá y que incluso
ya había desaparecido cuando se rodó esta película, los famosos productos de la
productora Ealing. Hay algo anacrónico en La
batalla de los sexos, que es casi un género dentro del cine, porque, en
pleno siglo XXI, resultan imposibles de aceptar las premisas de las que parte
la película: una emprendedora mujer usamericana pretende cambiar de arriba
abajo una empresa, aplicando nuevos métodos de organización, producción e
incluso orientación del género, teniendo en cuenta que la ejecutiva pretende
que el dueño, de quien va poco a poco enamorándose, deje de fabricar prendas de
auténtica lana escocesa y orientarse hacia las fibras sintéticas, algo que,
como es fácil de entender, es recibido como una auténtica herejía en una
empresa de índole casi pre-capitalista, a juzgar por sus artesanales modos de
producción, gestión y venta. El hijo es algo así como un retrasado que ha
heredado, para desgracia de su padre, un negocio que puede acabar yendo a la
ruina en sus manos si Martin, el gerente de la empresa, ¡todo un personaje
perfectamente caracterizado e interpretado por Peter Sellers!, no lo impide.
Desde que el hijo pone la empresa en manos de la ejecutiva usamericana, Martin
no tendrá otro objetivo que boicotear esos intentos de modernización para
mantenerse dentro de los límites de la estricta tradición en cuyo confortable
seno la empresa ha progresado lo suficiente como para dar de comer a cuantos
viven de ella, y cuyos puestos peligran por los afanes renovadores de la “intrusa”
en un mundo no solo de hombres, sino de escoceses más que apegados a sus
centenarias tradiciones. Desde ese punto de vista, la película no solo es un
choque entre la eficacia empresarial de hombres y mujeres -la visita de la
ejecutiva a la oficina siniestra donde se lleva la contabilidad de la empresa
es desternillante-, sino también entre una mentalidad innovadora, la usamericana,
y una mentalidad arcaizante, la escocesa. Sí, va a haber, en la película, un
hermoso desfile de tópicos perfectamente desarrollados en clave cómica por unos
actores secundarios que otorgan a la película una naturalidad tan extraordinaria
que, en no pocas ocasiones, más nos parece asistir a la proyección de un
documental que de una ficción. Crichton combina perfectamente los exteriores de
Edimburgo y los interiores de la empresa, con una escapada a las Islas
Hébridas, donde viven los 700 tejedores artesanales que trabajan para la
empresa, (¡para desesperación de la ejecutiva usamericana, empeñada en levantar
una fábrica que agrupe la producción reduciendo los costes!). El blanco y negro
con que Crichton retrata Edimburgo, y los espacios siniestros de la oficina
anclada en el tiempo, consigue unos efectos de calidad que nos permiten
sentirnos confortables dentro de una historia cuya excesiva ingenuidad, sobre
todo por parte del gerente, Martin, puede parecerle a no pocos espectadores
excesiva e incluso algo ñoña, pero cuando se consuma la unión sentimental entre
la ejecutivo y el propietario, una excelente pareja cómica, la formada por Robert
Morley y Constance Cummings, eternos secundarios que aquí asumen un
protagonismo que superan con excelente nota, hasta el punto de competir en
eficacia cómica con ese genio de la interpretación que fue el complejo ser
humano llamado Peter Sellers (y aprovecho para recomendar vivamente la más que interesante
The Life and Death of Peter Sellers,
en España Llámame Peter, de Stephen
Hopkins); en ese momento, digo, el guion da un giro hacia el humor negro, con
el intento de asesinato de la ejecutiva por parte de Martin, el gerente, que
hace subir la película muchos enteros. Sin llegar a ser una película coral, es
evidente que la “gran familia” de la empresa de tejidos conforma un bando que
actúa perfectamente coordinado para lograr el supremo objetivo de impedir que
el hijo tontorrón del difunto amo de la fábrica eche por tierra su memoria y su
negocio. La película, así pues, está llena de detalles hilarantes que los
degustadores de obras como Oro en barras,
La isla soñada o Clamor e indignación sabrán saborear como corresponde, con esa
sonrisa nostálgica de un mundo hace mucho perdido y del que películas como La batalla de los sexos guardan, ¡por
fortuna!, inmarcesible memoria. Olvídense los espectadores de lo políticamente
correcto, antes de sentarse a ver esta deliciosa comedia de un tiempo ido, y
disfruten con esa ingenuidad propia de él, e irrepetible, ya. en esta era del recelo,
del desengaño y de los derechos.
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