sábado, 14 de enero de 2017

Enternecedor y cáustico humor inglés, pero naíf, de los 50: “La batalla de los sexos”, de Charles Crichton.



 
La irrupción de la modernidad en el “heteropatriarcado” escocés o el discreto encanto del humor inglés de la Ealing: La batalla de los sexos o Peter Sellers at his best. 


Título original: The Battle of the Sexes
Año: 1959
Duración: 84 min.
País: Reino Unido
Director: Charles Crichton
Guión: James Thurber, Monja Danischewsky
Música: Stanley Black
Fotografía: Freddie Francis (B&W)
Reparto: Peter Sellers, Robert Morley, Constance Cummings, Jameson Clark, Ernest Thesiger, Donald Pleasence, Moultrie Kelsall, Alex Mackenzie, Roddy McMillan, Michael Goodliffe.


Está claro que si cae, como así ha sido, en mis manos una obra de Charles Crichton, de quien ya llevo criticadas varias, y muy elogiosamente, no voy a renunciar a verla y, si lo estimara conveniente, como así ha resultado ser, hacer la crítica correspondiente. Estamos ante una película solo apta para nostálgicos de un cine que ya no volverá y que incluso ya había desaparecido cuando se rodó esta película, los famosos productos de la productora Ealing. Hay algo anacrónico en La batalla de los sexos, que es casi un género dentro del cine, porque, en pleno siglo XXI, resultan imposibles de aceptar las premisas de las que parte la película: una emprendedora mujer usamericana pretende cambiar de arriba abajo una empresa, aplicando nuevos métodos de organización, producción e incluso orientación del género, teniendo en cuenta que la ejecutiva pretende que el dueño, de quien va poco a poco enamorándose, deje de fabricar prendas de auténtica lana escocesa y orientarse hacia las fibras sintéticas, algo que, como es fácil de entender, es recibido como una auténtica herejía en una empresa de índole casi pre-capitalista, a juzgar por sus artesanales modos de producción, gestión y venta. El hijo es algo así como un retrasado que ha heredado, para desgracia de su padre, un negocio que puede acabar yendo a la ruina en sus manos si Martin, el gerente de la empresa, ¡todo un personaje perfectamente caracterizado e interpretado por Peter Sellers!, no lo impide. Desde que el hijo pone la empresa en manos de la ejecutiva usamericana, Martin no tendrá otro objetivo que boicotear esos intentos de modernización para mantenerse dentro de los límites de la estricta tradición en cuyo confortable seno la empresa ha progresado lo suficiente como para dar de comer a cuantos viven de ella, y cuyos puestos peligran por los afanes renovadores de la “intrusa” en un mundo no solo de hombres, sino de escoceses más que apegados a sus centenarias tradiciones. Desde ese punto de vista, la película no solo es un choque entre la eficacia empresarial de hombres y mujeres -la visita de la ejecutiva a la oficina siniestra donde se lleva la contabilidad de la empresa es desternillante-, sino también entre una mentalidad innovadora, la usamericana, y una mentalidad arcaizante, la escocesa. Sí, va a haber, en la película, un hermoso desfile de tópicos perfectamente desarrollados en clave cómica por unos actores secundarios que otorgan a la película una naturalidad tan extraordinaria que, en no pocas ocasiones, más nos parece asistir a la proyección de un documental que de una ficción. Crichton combina perfectamente los exteriores de Edimburgo y los interiores de la empresa, con una escapada a las Islas Hébridas, donde viven los 700 tejedores artesanales que trabajan para la empresa, (¡para desesperación de la ejecutiva usamericana, empeñada en levantar una fábrica que agrupe la producción reduciendo los costes!). El blanco y negro con que Crichton retrata Edimburgo, y los espacios siniestros de la oficina anclada en el tiempo, consigue unos efectos de calidad que nos permiten sentirnos confortables dentro de una historia cuya excesiva ingenuidad, sobre todo por parte del gerente, Martin, puede parecerle a no pocos espectadores excesiva e incluso algo ñoña, pero cuando se consuma la unión sentimental entre la ejecutivo y el propietario, una excelente pareja cómica, la formada por Robert Morley y Constance Cummings, eternos secundarios que aquí asumen un protagonismo que superan con excelente nota, hasta el punto de competir en eficacia cómica con ese genio de la interpretación que fue el complejo ser humano llamado Peter Sellers (y aprovecho para recomendar vivamente la más que interesante The Life and Death of Peter Sellers, en España Llámame Peter, de Stephen Hopkins); en ese momento, digo, el guion da un giro hacia el humor negro, con el intento de asesinato de la ejecutiva por parte de Martin, el gerente, que hace subir la película muchos enteros. Sin llegar a ser una película coral, es evidente que la “gran familia” de la empresa de tejidos conforma un bando que actúa perfectamente coordinado para lograr el supremo objetivo de impedir que el hijo tontorrón del difunto amo de la fábrica eche por tierra su memoria y su negocio. La película, así pues, está llena de detalles hilarantes que los degustadores de obras como Oro en barras, La isla soñada o Clamor e indignación sabrán saborear como corresponde, con esa sonrisa nostálgica de un mundo hace mucho perdido y del que películas como La batalla de los sexos guardan, ¡por fortuna!, inmarcesible memoria. Olvídense los espectadores de lo políticamente correcto, antes de sentarse a ver esta deliciosa comedia de un tiempo ido, y disfruten con esa ingenuidad propia de él, e irrepetible, ya. en esta era del recelo, del desengaño y de los derechos.

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