Un acabado ejemplo de los extravíos
lisérgicos de la imaginación: El
unicornio, de Louis Malle, o un mal viaje lo tiene cualquiera…
Título original: Black Moon
Año: 1975
Duración: 100 min.
País: Francia
Director: Louis Malle
Guión: Louis Malle, Joyce
Buñuel, Ghislain Uhry
Música: Diego Masson
Fotografía: Sven Nykvist
Reparto: Therese Giehse,
Cathryn Harrison, Joe Dallesandro, Alexandra Stewart.
Francamente, en 1975 ya hacía su tiempo que los efectos
distorsionadores de la Década Prodigiosa se habían disipado, de ahí que esta
ficción rural de Malle choque tanto y se
aprecie como lo que fue y sigue siendo, una cinta pretenciosa y
pseudotransgresora tan mal realizada como mal interpretada y en absoluto
interesante. ¡Menudo disparate! Me ha llamado la atención que entre los
críticos aficionados de FilmAffinity aparezca varias veces la etiqueta “película
para cinéfilos” que es lo que se suele decir cuando la película es
insoportablemente inane y aburrida o no hay por dónde cogerla de puro
disparatada. Ikiru (Vivir), de Kurosawa sí es, por ejemplo,
una película para cinéfilos, pero El
unicornio es para pasarla, en pase privado, a gente que este viajando con
un buen chute de LSD, como en The trip,
de Roger Corman, muy propiamente de 1967 y pionera en la aparición del LSD como
tema principal en una película o para quienes estén ciegos de grifa… Existe el
surrealismo en el cine y la ficción onírica,y ahí están autores como Resnais y
obras como Providence, o las fantasías barrocas de Greenaway; pero sugerir
siquiera que este bodrio monumental lejanamente inspirado en el cine de Luis Buñuel,
siquiera sea porque la nuera de D. Luis, Joyce, casada con su hijo Juan Luis,
ha participado en la creación de algunos de los diálogos de esta película en
modo alguno caracterizada por la profundidad o el interés de los mismos, sea una película para cinéfilos casi ha de considerarse un insulto al gusto de la mayoría de los tales. En el
contexto de una cruel guerra entre hombres y mujeres, con algunas escenas
pobrísimas de presupuesto y de ridícula realización, una desconocida sale
huyendo de un pelotón de hombres que acaba de asesinar a mujeres enemigas y se
interna en el bosque, al estilo de las quests
artúricas, y en el curso de ese viaje hacia el interior de la naturaleza no
solo descubre un unicornio archifondón que irá apareciendo a lo largo de la
película, sino una casa ha bitada por una impedida que habla con las ratas y a
quien amamanta una mujer joven, hermana de un galán mudo, Joe Dallesandro, mito
erótico de Warhol, de imprevisible conducta pues tanto es dominado por la agresividad
más desquiciada como por la dulzura y ternura casi angelical. En medio de ese
trío, la recién llegada trata de adaptarse a la incoherencia de la situación y
poco a poco, de sobresalto en sobresalto se instala en ella, hasta que,
finalmente, acaba reemplazando a la vieja impedida que desaparece de escena
como desaparecen los dos hermanos que se matan el uno al otro en cainita pelea.
Que por el medio haya unos críos desnudos que llevan y traen a un gran cerdo
blanco y se reúnen en el salón para oír unas arias de Tristán e Isolda, pues nada, otro ingrediente más del potaje con
que Malle deja que supure su infección convertida en ficción. De verdad, si
entro a comentarla en este Ojo Cosmológico no es por otra razón que por
la de fijar posición ante engendros que ni siquiera con la mejor intención
pueden “descifrarse” para entender los famosos mensajes subliminales: aquí
todas las necedades y los disparates están claros a simple vista, y no admiten
sesudas sesiones hermenéuticas que nos desvelen señales del apocalipsis o de la
trascendencia que se nos escapen a los pocos dotados intelectualmente. No. Es
rematadamente mala, pobre, aburrida, inane y fea. Ignoro la vida comercial que
tuvo, pero ni siquiera la perpleja actuación de la hija de Rex Harrison como
una especie de Alicia en el país de las maravillas o la impresionante
fotografía, sobre todo de los interiores de la casa de campo, obra del director
de fotografía de Bergman, Sven Nykvist, logran que la película gane el interés
suficiente como para no desertar del sofá. Llámeseme exagerado, pero hay una
impostura de trascendencia en la película que arruina incluso los mínimos
aciertos que tiene y los que podría haber tenido si, en vez de la perspectiva
dramática, hubiera aflorado ese excelente humor que sabía incluir Buñuel en
todas sus películas. La película está dedicada a Therese Giehse, quien
interpreta a la señora impedida, que murió pocos meses después de acabada la
película. Me cuesta horrores aceptar que el Luis Malle que ha dirigido “esto”
es el mismo que dirigió esa conmovedora película que es Adios, muchachos (Au revoir les
enfants), la verdad. Misterios del séptimo arte.
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