La visión “oficial”, con
pinceladas críticas, de la España vertebrada (a fuer de deslomada): ¡Aquí hay Petróleo!, de Rafael J.
Salvia o el costumbrismo levemente crítico y sentimental.
Título original: ¡Aquí hay petróleo!
Año: 1956
Duración: 85 min.
País: España
Director: Rafael J. Salvia
Guión: Rafael J. Salvia, Pedro Masó (Historia: Pedro Chamorro, Pedro
Masó)
Música: Salvador Ruiz de Luna
Fotografía: Eloy Mella (B&W)
Reparto: Manolo Morán, José Luis Ozores, María Rivas, Félix Fernández,
Antonio Riquelme, Rosa Palomar, Mónica Pastrana, Mario Berriatúa, Josefina
Serratosa, Xan das Bolas.
El programa Historia de nuestro cine me sigue
deparando películas interesantes que me atrapan así que uno tiene la suerte,
como ocurrió ayer, de recrearse en el arte magnífico de tantos actores y
actrices que han contribuido, como en otras cinematografías, al prodigio de la
naturalidad y la espontaneidad en la representación de lo que podríamos
considerar algo así como la vida corriente, más o menos realista, y reflejo
fidedigno de un país. Entre la nómina de virtuosos secundarios que conforman el
reparto de ¡Aquí hay petróleo!, una fábula bien intencionada pero con escasa mordiente
crítica, baste el nombre de Félix Fernández para invitar al cinéfilo a no
perderse ni un plano en el que aparezca ese prodigio de la actuación
cinematográfica. Aquí, además, tiene reservado el papel de “sabio” que ha de
lidiar con la cazurrería de sus paisanos en un pueblo abandonado de Castilla,
Castilviejo (en realidad el muy hermoso de Turégano), perfectamente
fotografiado, en un estadio de su desarrollo que a quienes gastan las canas que
iluminan el camino hacia el cementerio les retrotraerá con su pellizco de
nostalgia a la dureza de un tiempo en el que ni siquiera te dabas cuenta de las
pésimas condiciones de vida en las que se vivía, porque la urgencia de la vida
en flor no te dejaba tiempo para consideraciones de orden material tan
prosaico. El drama del pueblo, ilustrado desde el comienzo es la falta de agua,
aun teniendo a tiro de piedra, como quien dice, un pantano que se loa en la
película como la gran obra del Régimen franquista, con un tono que desentona lo
suyo de la perspectiva crítica desde la que los lugareños se afanan en montar
un negocio de búsqueda de petróleo porque los americanos han aparecido en el
pueblo para perforar, porque creen que lo hallarán. A un lugareño endeudado y
picaresco le ofrecen una fuerte cantidad por permitirles la prospección, pero,
en junta popular deciden que, de haberlo, petróleo, el negocio bien podría ser
todo para ellos, en vez de cederlo a los “aprovechados” americanos. La
presencia del equipo en el pueblo y la convivencia mientras duran los trabajos
dará a pie a un ejercicio de contrastes y otras menudas historias de amoríos
imposibles que nutren la película de momentos, aunque tópicos, muy logrados,
como el partido de baseball entre americanos y lugareños, por ejemplo. Esos estereotipos de la crew americana en
contraste con las auténticas radiografías de los lugareños de Castilviejo
constituyen, pues, un contraste que dará lugar a no pocas escenas, como ya
hemos dicho, de innegable interés. Pero la parte del león se la llevan los
trabajos de prospección, rudimentarios y chapuceros que, dirigidos por Félix
Fernández, "¡Exijo poderes absolutos!", se reivindica frente a la cazurrería de sus socios en el proyecto, en calidad de sabio reconocido, irán de tropiezo en tropiezo hasta
el éxito final…, que no es la bolsa de petróleo que los enriquezca, sino la
bolsa de agua que alivia la gran necesidad del pueblo y promueve, a menor
escala, la creación de una empresa que gestione su extracción, canalización y
distribución. La película puede entenderse como una pobre versión de Bienvenido, Mr. Marshall, e incluso la
presencia central en esta de Manolo Morán, abona esa posible intención de los
creadores de la película, Pedro Masó entre ellos. A pesar de que entra dentro
de lo posible que se quisiera explotar un filón tan estupendo como el que abrió
Berlanga, la veta de ¡Aquí hay petróleo!
es de menor calidad, pero garantiza, sin embargo, un perfecto entretenimiento y
tiene, faltaría más, su perspectiva documental, sociológica, que engrandece la
obra, porque la verdad de la vida popular, la autenticidad de los extras del
propio pueblo, la arquitectura, la presencia imponente del gran castillo, amén
de la trama empresarial de la obra, en competencia con los americanos, y los
abundantes “tipos”, perfectamente dibujados en el guion, nos permite disfrutar,
hechas las salvedades pertinentes, durante toda la película. Sí, es evidente
que hay películas que solo por el año de realización casi merecen un visionado
que nos permita comparar aquellos tiempos con estos, aquellos pueblos llenos de
animales con los de hoy llenos de coches, aquellos campos de secano, con los
regadíos actuales, que es en lo primero que piensan los lugareños cuando dan
con la bolsa de agua en vez de petróleo: las ricas verduras de huerta que van a
poder cultivar. No estamos ante una película “imprescindible”, pero Salvia es
un perfecto artesano de obras con mucho arrastre popular, como lo demostró con Manolo guardia urbano y Las chicas de la Cruz roja, aunque su
labor como guionista marcó indeleblemente otras como La gran familia, de Fernando Palacios, por ejemplo, con ese
hallazgo del ¡Chencho! que grita
afónico el abuelo Pepe Isbert, quien lo ha perdido en la Plaza Mayor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario