El espléndido debut de Norman
Jewison en una comedia familiar e inteligente, remake de Little Miss Marker (Dejada en prenda) (1934), de Alexander
Hall.
Título original: 40 Pounds of
Trouble
Año: 1962
Duración: 106 min.
País: Estados Unidos
Director: Norman Jewison
Guión: Marion Hargrove
Música: Mort Lindsey
Fotografía: Joseph MacDonald
Reparto: Tony Curtis, Suzanne
Pleshette, Larry Storch, Howard Morris, Edward Andrews, Stubby Kaye, Warren
Stevens y la colaboración especial de Phil Silvers.
Llevo algún tiempo considerando la posibilidad de
abrir un subblog para agrupar en él las críticas de las óperas prima por las
que siento verdadera devoción, sobre todo cuando se trata de autores
consagrados de quienes ignoraba cuál pudo haber sido dicha obra; pero la
dificultad técnica y la más que segura opción de tener que abrir otro
exclusivamente para esas óperas primas me temo que me reduzcan a seguir sin dar
un paso cibernético que acabe complicándome en exceso la existencia, ya de por
sí ajetreada con los tres blogs que hasta la fecha voy sacando adelante a no
pocos trompicones y más que moderada (pero selecta) audiencia (a la que
recomiendo que, en el entreacto, visite nuestro bar…). Hace unos días tuve la suerte de ver la ópera
prima de Norman Jewison, un autor de dos musicales que fueron grandes éxitos en
su momento, El violinista en el tejado
y Jesucristo Superstar, aunque
excelente director en otros géneros también, por supuesto, como la oscarizada,
seis, En el calor de la noche, con la
ahora celebérrima canción de Quincy Jones, de idéntico título, cantada por Ray
Charles o la comedia de estereotipos como ¡Que
vienen los rusos! Con una producción de Tony Curtis, Soltero en apuros varía lo suficiente el clásico en el que se
inspira para lograr una película diferente y en la que la situación del protagonista,
un seco Mr. McCluskey, a quien prácticamente en ningún momento se dirige nadie
por otro nombre que por el apellido, se ve envuelto entre dos complicadas
situaciones: cómo hacerse cargo de una niña cuyo padre la deja abandonada en un
casino en Nevada, una presencia, la de la menor en ese local, penada por ley y la tentación seductora de la
sobrina del jefe del casino, un maravilloso mafioso interpretado por Phil
Silvers con gracia inigualable. La sobrina en cuestión, una cantante que debuta
en el casino del tío, es nada más ni nada menos que Suzanne Pleshette, con lo
que puede explicarse a la perfección el serio dilema que significa para Curtis,
que está saliendo de un divorcio en el que se le acusa de no querer pagar la
pensión a la rica heredera de la que se ha divorciado, con la consiguiente
prohibición de salir de Nevada si no quiere ser detenido y puesto a disposición
judicial. Como se aprecia hay una gran dosis de ligereza en las situaciones,
todas ellas tomadas desde un punto de vista cómico que evita cualquier
planteamiento realista, salvo en la resolución de la trama, en la que la
realidad hace acto de aparición, precisamente para poder resolver el enredo
previo. La película sigue la estética de muchas películas de Jerry Lewis, tanto
por lo que hace a la puesta en escena, como al uso privilegiado del plano
americano y la cámara fija ante la que se van encadenando gags centrados en la
tumultuosa relación de los personajes con las cosas, como ocurre cuando la “invitada”,
una Claire Wilcox de excepcional naturalidad y simpatía, menos “sobrada” que Shirley
Temple y más espontánea, usa el cuarto de baño del “soltero de oro” Tony
Curtis, para desesperación de este, quien se convierte, de repente, en un cómitre
que obliga a la condenada a galeras a ir recogiéndolo todo y ordenándolo, pues
el tal McCluskey es, en efecto, una maniático del orden y la eficacia, de ahí
que la intrusión de la niña suponga un quebradero de cabeza que acabará trastocándolo
todo. Apenas se entera de la muerte del padre en un avión, toma la decisión de,
junto con la sobrina del gánster, llevar a la niña a Disneyworld, donde,
gracias a la presencia impagable del agente judicial que lo quiere detener,
tiene lugar una persecución que reúne dos motivos de interés, uno, la propia
persecución, al estilo slapstick (policías incluidos, por cierto, figurantes
del parque), y dos, ser la primera vez que se autorizaba un rodaje de cine en
Disney, lo que aprovechó Jewison para, con la colaboración fantástico del gran
payaso que también fue Tony Curtis, recorrer prácticamente la totalidad de las
secciones temáticas del parque, una visita nostálgica y casi arqueológica al
primer parque abierto por la empresa Disney. La película, ¿aún no lo había dicho?,
es un remake de Dejada en prenda, de
Alexander Hall, interpretada por Adolphe Menjou y Shirley Temple, aunque, ya
digo, el apostador profesional en los hipódromos es cambiado aquí por un
gerente de casino cuya fría eficacia al margen de los sentimientos se irá
derritiendo a medida que las complicaciones le vayan “devorando” la agenda. Casi
veinte años después de la original versión de Jewison, Walter Bernstein dirigió
El truhan y su prenda, con un excepcional
Walter Matthau y dos coprotagonistas de lujo, Julie Andrew y, si, también Tony
Curtis de nuevo, aunque, ahora, en un papel de gánster malvado que nada tiene
que ver con el dandy sensible y de tierno corazón que protagoniza en Soltero en apuros. Las películas con
niño, niña en este caso, siempre son un serio problema para cualquier director,
pero la pequeña Claire Wilcox debió de nacer en un camerino, no en un hospital
o en su casa, porque el desparpajo de su actuación es de tal naturaleza que ni
siquiera la pizpireta Shirley Temple de la primera versión sale bien parada de
la comparación. Suzanne Pleshette ha de poner el tipo y el rostro preciosísimo
y poco más, porque, a pesar de sus magníficas cualidades de actriz, aquí tiene
un papel casi de terciaria, más que de secundaria; en cualquier caso, otorga
verosimilitud a la disparatada situación y contribuye, en algunas secuencias en
escogidos exteriores, a redondear la parte de comedia romántica que tiene,
también, la película. Entiendo que haya quien no comprenda que quepan en el
gusto de un crítico obras tan dispares como la Belinda criticada hace escasos días
o la presente, pero el cine está lleno de géneros, los géneros de reglas y las
reglas de excepciones. De todo ello hay en Soltero
en apuros para quien vea el cine sin anteojeras.
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