El cosmopolitismo de los años 20 y
el retrato inmortal de la Garbo como femme
fatale en un folletín de espectacular realización y poderosas y memorables
secuencias: La tierra de todos, La
seductora, en el título de la versión original.
Título original: The Temptress
Año: 1926
Duración: 117 min.
País: Estados Unidos
Director: Fred Niblo, Mauritz Stiller
Guión: Dorothy Farnum, Marian Ainslee (Novela: Vicente Blasco Ibáñez)
Música: Película muda
Fotografía: William H. Daniels, Tony Gaudio (B&W)
Reparto: Greta Garbo, Antonio Moreno, Marc McDermott, Lionel Barrymore,
Armand Kaliz, Roy D'Arcy.
Empecemos por la anécdota, pongo en el buscador de
Google femme fatale y en un pliego de infinitas imágenes que me aparecen en
pantalla, ¡no hay ni una sola fotografía de Greta Garbo!, y teniendo en cuenta
que hasta Audrey Hepburn aparece entre ellas algo no acaba de funcionar, porque
La tierra de todos, segunda película de la Garbo en Usamérica, la entronizó
como mujer fatal en toda regla y de hecho, el título original es “La seductora”
o “La tentadora”, en cualquier caso, Helena, el nombre totalmente simbólico de
la protagonista, porque desata las rivalidades entre los hombres y la historia
de su vida está marcada por los hitos funerarios de las lápidas de los hombres
que han muerto por sucumbir a su tentación. La novela recoge, en parte, la
aventura de Blasco Ibáñez en Sudámerica, su “hacer las américas” de las que
sacó un botín tan poderoso como la novela que tardó muy poco en ser llevada al
cine como vehículo de lucimiento de una actriz a quien el espectador, el de
este Ojo cosmológico al menos, no se cansa de admirar, más que ver, porque, sin
ser la Garbo una belleza espectacular, pensemos en Rita Hayworth, Marylin Monre,
la jovencísima Brigitte Bardot o Cyd
Charisse, entre cientos de ellas, es indudable que su manera de mirar, el
felino movimiento envolvente de su cuerpo junto al hombre deseado y el
ofrecimiento sensual de sus labios era una tentación que habríamos de ver si el
rocoso anacoreta de Siria en que se inspira Buñuel para su Simón del desierto, no hubiera cedido, como hizo ante Silvia Pinal.
La historia se conforma de acuerdo al folletín, porque de él son los recursos
sentimentales que usa Blasco Ibáñez, unos recursos que están muy cerca del
melodrama, que roza, pero sin llegar a ajustarse a él, aunque buena parte de la
película tiene más de este que de aquel. Me ha llamado mucho la atención la más
que cuidado realización de Fred Niblo, un autor hoy olvidado pero en cuyo haber
constan obras de tanta envergadura como el primer Ben-Hur, Sangre y arena,
con otro mito del cine como Rodolfo Valentino, y La marca del Zorro, con el inimitable Douglas Fairbanks, un clásico
del cine de aventuras que modeló el personaje para los infinitos remakes que
vendrían después. Un ingeniero argentino que construye en su país una gran
presa, una importantísima obra de ingeniería civil, se enamora en París, en un
baile de disfraces, de una marquesa que, aun casada, es amante de un banquero
que, tras arruinarse, se suicida en la fiesta de despedida que da en honor de
quien ha provocado su muerte, a quien señala antes de caer fulminado. Cuando se
quedan sin ingresos, Helena y su marido, quien es amigo del ingeniero
argentino, deciden trasladarse a Argentina, para ser acogidos por el ingeniero,
de quien, como antes del banquero, espera la pareja recibir los favores
correspondientes a la adúltera relación que se insinúa pueden tener con el
consentimiento mundano del marido. En la historia se mezcla la rivalidad de un
delincuente que le roba al ingeniero caballos y hombres a quienes seduce para
unirse a su banda. Cuando Helena aparece, sin embargo, la rivalidad se centra
en recibir los favores de la mujer ante la que los dos rivales pelean como dos
gallos en un desafío que se celebra “a la manera argentina” -aunque apenas,
salvo un vídeo sobre un duelo semejante en Perú, he encontrado información al
respecto-, es decir, encerrados en un círculo y liándose a latigazos hasta que
uno de los contendientes sea expulsado. Pelean con el torso descubierto y, a
medida que avanza la lucha, se van marcando las huellas de la salvaje agresión de
las cuerdas en ellos. Es llamativa la secuencia, perfectamente realizada, con
un verismo sobresaliente, porque Helena contempla la lucha con una implicación corporal
de tal naturaleza que casi casi está a punto de representar un orgasmo en toda
regla, a juzgar por sus estremecimientos y hasta casi convulsiones, fijándose
en los cuerpos semidesnudos que luchan y sufren por ella. No acabarán ahí las maldades
que la mujer arrastra consigo, como una maldición, porque entre los compañeros
de aventura constructora se desatará una rivalidad por conquistar a la dama que
tendrá funestas consecuencias, y ahí vemos en un papel bien secundario a un
actor de la talla de Lionel Barrymore, por ejemplo. La destrucción de la presa
por el bandido a quien derrotó en el duelo significará, ¡por fin!, la renuncia
del ingeniero a seguir resistiéndose a lo que su enamoramiento parisino le
dictaba y su dignidad y responsabilidad profesional le vetaba: ceder ante la
diosa y someterse a ella. Cuando ello sucede, no sin haber dejado claro Helena
que ella no ha sido sino la causa pasiva de los ardores que buscaban el placer
de los otros, no el suyo, la mujer, satisfecha, decide no apartar a su
enamorado de la gran misión constructora a la que debe su vida y desaparece de
ésta con una discreción total. Una elipsis nos lleva al encuentro del
triunfador, de visita en París con su prometida argentina, y Helena, quien vive
en la miseria. La figuración mística, algo así como un delirium trémens pero en
católico, cierra la película con un amargo sabor de boca. La realización de
Niblo, quien sustituyó al descubridor de la Garbo, y quien la bautizó como tal,
sustituyendo el suequísimo Greta Gustafsson de sus inicios teatrales, Mauritz
Stiller, a quien le quitaron la película por discrepancia con los productores.
Ignoro si Stiller llegó a rodar algo en los diez días que estuvo al frente del
rodaje antes de ser despedido, pero ha de reconocerse que en la parte parisina,
las escenas del baile de máscaras y, sobre todo, del banquete del banquero, son
espectaculares. En la parte de Argentina, y dejando de lado el malvado de
opereta que compone Roy D’Arcy para su personaje Manos Duras, que tiene un
encanto fuera de lo común, así como notable es su aparición primero como sombra
en la puerta y después de cuerpo entero y verdadero, ha de reconocerse que, a
pesar de los primitivos medios de la época, el derrumbamiento de la presa,
primero por la dinamita de Manos Duras y después por el agua que la desborda y
acaba de reducir a escombros, consigue un verismo notable y efectista. De más
está comentar el juego de primeros planos, primerísimos planos, planos medios y
aun hasta planos como el del descenso de la Garbo de la diligencia con la que
han llegado a la residencia de Manuel Robledo, el ingeniero, que este contempla
desde el interior de la casa con el asombro y la admiración de quien ve
descender del carruaje una diosa del Olimpo. Si algo ha de agradecérsele a la
Garbo, a título anecdótico, es que tras cuatro día de rodaje, le llegara la
noticia de la muerte de su hermana Alva, que en modo alguno afecta al
indescriptible despliegue de profesionalidad que realiza la actriz, bella como
nunca se la ha visto en una pantalla y seductora como solo quienes no dependen
de su físico para ejercer ese magnetismo saben hacerlo con tanta intensidad.
Que conste que la película, por ser muda, tiene ese puntito de sobreactuación
gestual en el que caen no pocos personajes de la misma, pero del que huyen con
precisa medida los dos protagonistas, Antonio Moreno y Greta Garbo, cuya
historia de amor desgraciado sigue el espectador con el pasion con que ambos
saben transmitírsela. A este respecto, por ejemplo, el primer plano de las
manos crispadas del ingeniero cuando, derruida la presa y muertos tantos
hombres, se acerca a ella en su cuarto con el afán de estrangularla, recuerda
totalmente el de las manos convulsas de Avaricia,
de Von Stroheim, sin ir más lejos, dos años anterior a la presente película.
Puede que mi inclinación hacia el cine mudo, que desarrolló la narración en
imágenes con una efectividad que en nuestros días echamos tanto de menos, me
condicione el juicio y vea más de lo que hay; pero, para salir de dudas, el
amante del cine haría bien en arrellanarse en su butaca y seguir las idas y
venidas de la Garbo por esta historia que, aun siendo folletinesca, tiene los
mejores ingredientes del puro melodrama aún por venir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario