En tiempos de tribulación todo se
tambalea, la persona y sus instituciones: La
vergüenza, de Bergman, o el descenso al cerebro reptiliano en tiempos de
guerra.
Título original: Skammen
Año: 1968
Duración: 99 min.
País: Suecia
Director: Ingmar Bergman
Guión: Ingmar Bergman
Fotografía: Sven Nykvist (B&W)
Reparto: Liv Ullmann, Max von Sydow, Sigge Fürst, Gunnar Björnstrand,
Birgitta Valberg, Hans Alfredson, Ingvar Kjellson, Vilgot Sjöman.
Película desoladora sobre lo peor de la condición humana
en tiempos adversos, como el de la guerra y la consiguiente abolición de los
principios éticos y el desarrollo todopoderoso del instinto de supervivencia.
Una pareja que vive en una isla, alejados del conflicto que enfrente a las fuerzas
gubernamentales contra los guerrilleros en una guerra civil, sin más especificación
espaciotemporal que la de producirse en un país nórdico, se dedica a las labores
agrícolas y vive de ellas, después de haber abandonado sus respectivos trabajos
como músicos y haberse “exiliado” a la pequeña isla para huir de los efectos devastadores
de la guerra civil. Cuando comienza la película, en modo alguno parece que ambos
jóvenes (dos monumentales actuaciones de Liv Ullmann y Max von Sydow, propias
de dos auténticos genios de la interpretación) no sean sino lo que son una
pareja con una convivencia sembrada de dificultades por dos personalidades que
se marcan nítidamente desde el comienzo de la historia: ella, impulsiva,
sociable y solidaria; él, acomplejado, retraído, cobarde y débil. No parece que
haya sintonía alguna entre ellos, aunque, de alguna forma, ambos asumen que su
unión es lo único real, defectos incluidos, en medio de una situación social
que enseguida va a trasladarse del continente a la isla, porque llegan los soldados
y comienza la represión de a quienes, con pruebas falsas, como en el caso de la
protagonista, se les acusa de colaborar con la guerrilla. Los espectadores,
desasosegados por la deliberada falta de información que hurta el guion, y
obligados a vivir la situación desde el exclusivo punto de vista de la pareja,
queriéndolo o no, se verán inmersos en los horrores e injusticias flagrantes de
una situación en que el poder de la fuerza se erige como única instancia “legal”.
La suerte del matrimonio es que el representante del gobierno, quien ejerce las
funciones de máxima autoridad en la isla mientras los soldados la ocupan, es
conocido suyo y han tocado juntos en no pocas veladas, como se nos había
mostrado en un plano anterior a la detención de la pareja. Ello permite que
puedan ser puestos en libertad y que reanuden su vida, si bien marcada, desde
entonces, por la insistente presencia de la autoridad en casa de ambos para
seducir a la mujer. A medida que se deteriora la convivencia en la pareja, y
cuando la situación bélica da un cambio radical, porque los guerrilleros se
adueñan de la isla y comienzan su propia represión, la autoridad consigue acostarse
con la protagonista, a cambio de lo cual, le deja en herencia una pequeña
fortuna que será, descubierta por el marido, quien rápidamente ata cabos, y más
aún después de verlos juntos en el invernadero donde ella decidió que se
acostaran, no en la casa, se apropia de los dineros y, cuando llegan los
milicianos, que buscan también el dinero del jerarca, se produce una escena de
inmensa densidad dramática en la que el protagonista será obligado por los
milicianos a acabar con el jerarca para demostrar que ellos no son “colaboracionistas”.
Destrozada la casa y después de que el protagonista acabe disparando, más por
venganza pasional que por otra cosa, aunque la relación amorosa entre ambos
protagonistas ya no existe, y simplemente siguen juntos como estrategia de
supervivencia, los milicianos se van y ellos quedan solos, viviendo en el
invernadero, a la espera de poder salir de esa isla-prisión en la que están
confinados para regresar vía marítima al continente. A medida que la situación
se deteriora, el protagonista acentúa su lado despiadado y ella lo acompaña únicamente
porque sus posibilidades de sobrevivir solas son menores que en su compañía.,
aunque esta le provoque un horror y un asco infinitos. Enterado por un soldado
desertor, apenas un crío, a quien acaba matando, entre otras cosas para
apropiarse de sus excelentes botas militares, de que saldrá una embarcación en
los próximos días con destino al continente, ambos esposos llegan, finalmente,
a la playa donde, en un bote que en nada se diferencia de los que llevan en
nuestros días a los refugiados a través del Mediterráneo, acaban usando la
fortuna para poder subirse a él y viajar con el resto de los pasajeros hacia un
destino absolutamente incierto, porque, y ese final sí que resulta totalmente
desolador, los viajeros quedan abandonados a su suerte y varados entre decenas
de cadáveres flotando en el mar que el protagonista pretende apartar del rumbo
de la barcaza con el bichero, sin demasiado éxito. La imagen, cuando la cámara
se va alejando, y se ve a lo lejos aquel punto perdido en el mar, no puede ser
más actual ni trágica ni triste, porque acaso miles de vidas humanas se han
perdido de forma idéntica en las aguas del Mediterráneo en ese negocio mafioso
de la inmigración ilegal. La película tiene una potencia visual asombrosa, y a
ello contribuye la fotografía de un genio de la especialidad como es Sven
Nykvist, cuyo espléndido historial es innecesario recordar para los aficionados
al cine, sobre todo porque su asociación con Bergman fue de tal naturaleza que
costaría mucho discernir qué parte de mérito tiene cada cual en la realización
de tantas películas inolvidables del director sueco, pero recordemos, en todo
caso, que también trabajó con Woody Allen, quien se ha confesado siempre
admirador incondicional del cine de Bergman, y lo hizo, además, en una de sus
mejores películas, Delitos y faltas. El blanco y negro de la película tiene un
no sé qué de barro y niebla que produce en el espectador una incomodidad
soberana. Hay algo más que belleza en la iluminación y en los encuadres, hay,
¿cómo decirlo?, una atmósfera moral que se impone al espectador a través, sobre
todo, de los rostros, magníficamente explotados cinematográficamente, de
Ullmann y Sydow, ambos en plenitud vital y artística. La degeneración de su convivencia,
del espacio, de las durísimas condiciones de vida en que han de sobrevivir,
todo, se vehicula a través de ese blanco y negro que recuerda, sin demasiado
esfuerzo, el de Rey y patria, de Losey, o el de Senderos de Gloria, de Kubrick,
a buen seguro dos obras que auspiciaron la creación de La vergüenza. Mientras
que las precedentes exploraban el fenómeno bélico desde dentro del ejército; La
vergüenza, y es marca de la casa, lo hace desde el análisis crudo y casi
despiadado de la vida de pareja, la gran especialidad de la obra de Bergman.
Pues sí, también aquí, en medio de esa circunstancia trágica del enfrentamiento
bélico, Bergman sabe descifrar a la perfección los extraños códigos singulares
de las siempre distintas, y en parte comunes, relaciones de pareja. No se
pretende simbólicamente que sean, los protagonistas, algo así como la “pareja
primordial”, pero no está de más recordar que se llaman Jan y Eva, para no ser
tan explícito con un Adán cuyas imperfecciones tanto contrastan con las
virtudes de Eva. Acaso la película peque bastante de abstracta, por la falta de
información reiterada y por la ausencia de un juicio sobre qué fuerza encarna
la razón histórica, y ello fuerza al espectador a suspender su identificación,
lo cual redunda en la disminución de la emotividad con que se contempla el
desarrollo de la acción. Y a veces, hasta desea, el espectador, que acabe ese
proceso de destrucción que va animalizando a los personajes y degradando
incluso la naturaleza, sometida a la agresión de los bombardeos, etc. Al
respecto, es cruel la escena en que los milicianos destrozan la casa de la
pareja y se pasa a cuchillo a sus animales, lo cual contrasta, hasta cierto
punto, con la menor represión de la autoridad a quien Jan acaba
asesinando. Supongo que el mensaje
antibelicista sería fundamental en la concepción de la película, pero lo que
queda es más el descenso a los infiernos de la naturaleza humana, capaz de lo
peor cuando de sobrevivir se trata, y de ahí el título.
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