Hija aplicada de películas
notables como El 7º día, de Saura, o La caja 507, de Urbizu, Tarde para la ira es una ópera prima con
sólidas promesas de lo por venir.
Título original: Tarde para la ira
Año: 2016
Duración: 92 min.
País: España
Director: Raúl Arévalo
Guion: Raúl Arévalo, David Pulido
Música: Lucio Godoy
Fotografía: Arnau Valls Colomer
Reparto: Antonio de la Torre, Luis Callejo, Ruth Díaz, Manolo Solo,
Alicia Rubio, Raúl Jiménez, Font García.
Demos por bueno un guion que hubiera requerido algún
complemento de acción paralela para ubicar más en la realidad real lo que en
pantalla se presenta como una venganza teatral ceñida al núcleo duro de la
violencia vengativa, prescindiendo de un contexto cuya desaparición extraña
tanto, como la posible e ineludible investigación policial paralela a las
andanzas vengadoras del protagonista. Antonio de la Torre ha escogido, para
esta película, una imitación del Jose Coronado de La caja 507, un calco del replicante Robert Patrick que persigue a Schwarzenegger
en Terminator 2, a juzgar por la
frialdad impertérrita que exhibe a lo largo de todo el metraje y que sin duda
le habrá venido exigida por el guion. El planteamiento de la película no se
aparta un ápice del subgénero del héroe que ha de vengar la muerte de
familiares o novias o amistades profundas, es decir, una épica de western que
algunos planos de la película refuerzan, como el descenso de los pies del coche
al suelo tomado por debajo de la carrocería del vehículo o ciertos enfoques del
protagonista empuñando el fusil y apuntando a la víctima, cuyo destino se
agradece que suceda fuera de plano, después de una escena tan violenta como la
del sótano del gimnasio, de la que el protagonista y el rival de la banda que
ha de conducirle a los otros compañeros del golpe en el que murió su novia, de
lo que uno se entera apenas podemos visualizar su asesinato en una cinta de la
cámara de la tienda donde esta trabajaba con su padre, que queda en coma, del mismo
modo que, desde nada más iniciarse la trama, se ve venir la labor de topo que
va a realizar el damnificado para resarcirse de sus pérdidas. La trama está perfectamente urdida y todo encaja,
con cierta generosidad, para lograr la aquiescencia del público, porque la
virtud de la película es la de no desviar la atención ni por un momento en
posibles tramas paralelas o en elementos propios de la realidad que, acaso,
debieran de haber sido utilizados, como la inevitable alarma policial que el
suceso del gimnasio por fuerza ha de haber activado. Hay una parte importante de
la película que está rodada siguiendo las pautas de la más pura road movie en la que secuestrador y
secuestrado interactúan para modificar, siquiera levemente sus conductas; algo
que no sucede, sin embargo, con el miembro de la banda con quien, en su labor
de topo, más confianza parece tener. El contraste entre lo sucedido y la vida
posterior de los atracadores, encapuchados entonces, despersonalizados, y en la
actualidad, como los conoce el protagonista, todos con una vida absolutamente
normal y familiar convierte la venganza en un proceso abstracto, al margen de
los caminos de la posible redención o de la compasión y el perdón: el
protagonista vive más en la idea de la represalia feroz que en su ejecución
material, aunque no titubea lo más mínimo a la hora de cobrarse la venganza.
Solo en la escena del gimnasio cede, realmente, a la ira legítimamente humana
ante el horror del rostro anodino, soez, vulgar y mancillador del delincuente de medio pelo y,
sin embargo, capaz de todo. La puesta en escena, ajustada a la vida real de
barrios populares, con locales como el bar. que actúan casi como centros de
socialización, además de la espléndida fiesta de la comunión de quien llega a
convertirse casi en amigo íntimo, tiene una estética que ya hemos visto en
películas como Grupo 7, de Alberto
Rodríguez, que, se quiera o no, actúa en Tarde
para la ira, como un referente narrativo indiscutible. Las localizaciones
exteriores, tanto en el pueblo donde el protagonista “esconde” a la mujer y a la hija, como en el
pueblo adonde van a buscar a uno de los atracadores, permiten unos planos
panorámicos hermosos y casi alegóricos, a juzgar por la austeridad de un
paisaje en estricta correlación con el yermo espiritual del alma del
protagonista, un auténtico desalmado por amor, capaz de cualquier bajeza, como
de los héroes negativos se espera, para consumar su venganza. No me extraña que la película, aunque no sea
redonda, haya gustado enormemente al público, porque, sin llegar al nivel de
excelencia de Isla Mínima, donde
Arévalo actúa extraordinariamente, se codea con obras del subgénero como las
que he indicado al comienzo de esta crítica. Veremos lo que está por venir.
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