Kosmos o el retrato de
un “rico de espíritu”, como los definió Jaime Vándor, una película lírica y
enigmática de Reha Erdem
Título original: Kosmos
Año: 2010
Duración: 122 min.
País: Turquía Turquía
Director: Reha Erdem
Guion: Reha Erdem
Fotografía: Florent Herry
Reparto: Türkü Turan, Saygin Soysal, Sermet Yesil, Nadir Saribacak,
Suat Oktay Senocak, Serkan Keskin, Asil Buyukozcelik, Hakan Altuntas, Murat
Deniz, Korel Kubilay, Sencer Sagdiç.
Acabo de ver las dos horas cortas de Kosmos y me he quedado clavado en el
sitio por la insólita maestría de la dirección de Reha Erdem y la potente
historia de un derviche con poderes taumatúrgicos que es acogido como un
“hombre santo” por los vecinos de un pueblo turco fronterizo con Rusia tras
haber salvado de morir ahogado a un niño de la comunidad ante la impotencia
estupefacta de su hermana que lo contempla deslizarse río abajo hasta que el
protagonista entra en el río, lo saca, lo abraza y le devuelve la vida que ya
había perdido. No he visto cine turco, ni siquiera la célebre Yol, que tanto éxito tuvo en su momento,
aunque sí cine rodado en Turquía, claro; pero puedo decir que con que haya un
solo director o directora más con la misma calidad que la exhibida, con potente
musculatura, en esta película por Erdem, aventuro que me esperan tardes
gloriosas. La fotografía de un mundo crepuscular y casi en ruinas, atávico,
olvidado del progreso, como si vivieran en los años cincuenta españoles, por
ejemplo, silencioso, condicionado por una climatología extrema, la película
transcurre toda ella, de principio a fin, bajo una nevada interminable, y un
discurso entre la religión y el escepticismo filosófico, esgrimido por el
derviche, cuyos extraños poderes alimentan toda clase de esperanzas entre los
tullidos y enfermos de la localidad, que acuden a él en patética romería cuando
se propagan, nos ofrece una película “de atmósfera”, además de la creación de
un personaje que escapa a cualquier convencionalismo y al que podemos clasificar
entre lo paranormal y lo místico. La localidad de Kars, donde se rodó la
película, supongo que en sus barrios más pobres, es un escenario que va más
allá del simple decorado, porque la austeridad de la pobreza, las casas en
ruinas, los comercios miserables, los cafés como salas de espera donde los
parroquianos beben sus tés en silencio e irónica actitud vital pasiva, por
ejemplo, nos hablan de una idiosincrasia que forma parte de la trama, pues su
reacción ante la llegada del “derviche” salvador marca el desarrollo de la
trama. La pequeña vida de la localidad en la que aparece el santón se muestra
en varios personajes en cuyas historias de soledad y marginación se inmiscuye,
con su proverbial beatitud, el recién llegado: el padre del niño que lo acoge,
que trabaja en un matadero, del que se nos ofrecen espeluznantes y bellísimas
imágenes metafóricas que han de ponerse en relación con la aceptación serena del
propio destino, y el supremo y último de la muerte, que predica en hermosos e
intensos diálogos el “santo”. Quienes tengan Ordet, de Dreyer, como una de las película emocionantes de su vida
cinéfila me entenderán perfectamente si les digo que este Kosmos mirífico es
hermano de fe del místico Johannes de aquella. No solo, además, está de por
medio la capacidad sanadora, sino el ensimismamiento asombrado ante la realidad
y las personas que lo conduce hacia el bien desde la íntimo convicción de estar
en posesión de la verdadera comprensión de lo que es el destino de los seres
humanos. La belleza lírica del discurso de Kosmos
se manifiesta en la selección de los decorados de la puesta en escena,
interiores y exteriores, y el maravilloso color de una fotografía que busca los
contrastes de colores y formas arquitectónicas en ruinas, en las que los
encuadres fijos al estilo de Kaurismäki de paredes desconchadas, ventanas
cubiertas con plásticos, vestíbulos de estación pobres como salas de convento,
etc. constituyen una superación continua de la belleza de la destrucción y del
paso del tiempo. Paralelamente, se nos habla del poder militar que todo lo
controla y de una campaña para promover el levantamiento de la frontera con el
vecino ruso, de modo que fluya el comercio y llegue algo de riqueza a la
ciudad, campaña a la que se oponen quienes creen, desde el punto de vista nacionalista,
que eso acabará con la paz, las costumbres y las tradiciones de un lugar que
parece castigado por la naturaleza, la de las cosas y la de los hombres, a ir
desapareciendo lentamente. La película nos habla, pues, de un extraño -su monodieta
es el azúcar…; necesita estar siempre en movimiento, entona un canto aullador
con el que se relaciona con la hija del niño al que salvó, quien encarna para
él la belleza absoluta, etc.- que llega huyendo a través de campos y montes
nevados, no se sabe de dónde, y cuya acción benefactora entre los habitantes
del pueblo acaba torciéndose, en parte por la incredulidad, en parte por el
temor a estar ante una encarnación del mal y que provocará una huida hacia
ninguna parte a través de los campos nevados por os que llegó, en una secuencia
que lo ve perderse como un bulto minúsculo en la nieve, confundido con los
matorrales, antes de elevarse hacia un plano estremecedor de la terrible
inmensidad de las galaxias. Es difícil plantarse racionalmente ante la historia
que nos relata Erdem, porque no apela a la razón para desentrañarla, sino a
pulsaciones humanas profundas que él representa a través de un ser excepcional
que, en contacto con las personas normales y corrientes de una pequeña
colectividad, es capaz de hacer emerger. Hay algo de visión antropológica en la
sucesión de primeros planes de los “lugareños”, de sus costumbres; así como en historias
cotidianas como la del hermano acusado por los hermanastros de la muerte del
padre o la bellísima de la maestra represaliada que ha sido destinada al “culo
del mundo”… Pero no adelanto nada, porque Kosmos
es eso, un cosmos muy particular en el que se ha de entrar con la mente alerta
para descubrir ciertas analogías entre el mundo de los humanos y el de la
naturaleza, sabiendo que las fronteras entre ambos son delgadas como la binza
de la cebolla.
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