La lírica contenida de los perdedores: Regreso de la eternidad o el reclamo
erótico de Anita Ekberg y el savoir clásico de Robert Ryan.
Título original: Back from
Eternity
Año: 1956
Duración: 100 min.
País: Estados Unidos
Director: John Farrow
Guion: Jonathan Latimer
Música: Franz Waxman
Fotografía: William C. Mellor
Reparto: Robert Ryan, Anita Ekberg,
Rod Steiger, Phyllis Kirk, Keith Andes,
Gene Barry, Fred Clarck, Beulah
Bondi.
Una mujer despampanante, un casino, un encargado que
le niega fichas para seguir jugando a la “chica” del jefe. Una entrevista con
su amante en presencia de dos mujeres tan esculturales como ella. Como no tiene
papeles y su situación le complica la vida al jefe, éste la envía a un
prostíbulo en Sudamérica, en Boca Grande. Ella se insolenta y el jefe la
abofetea de forma seca y contundente, en un gesto electrizante que deja en mero
aprendiz el bofetón de Gilda. La humilla tirándole el billete y “unos dólares”
para tabaco y, acto seguido, se pasa a la presentación del resto de los
personajes que han de embarcar en un avión con destino a Panamá y,
posteriormente, a Boca Grande: Un mafioso que se lleva el hijo del jefe que
acabará siendo asesinado; un empresario que pospone la boda con su prometida,
que lo acompaña, por cerrar un negocio; un profesor universitario, acompañado
por su esposa, que quiere explorar la jungla en busca de tribus primitivas, y,
en la escala de Panamá, finalmente, un asesino y un policía que lo conduce para
que sea fusilado. La película es una versión de la que el propio Farrow rodara
en 1939, también para la RKO con John Carradine y Lucille Ball: Volvieron cinco. En esta ocasión, el
reclamo de la Eckberg y la acreditada presencia de Robert Ryan, así como la de
un magnífico Rod Steiger, un año después de su extraordinario papel en el
musical Oklahoma, ahora en el papel
de asesino que acabará decidiendo quiénes de entre todos ellos podrán volver,
porque, sí, el avión, que atraviesa una fortísima tormenta, ha de realizar un
aterrizaje forzoso en plena selva y, tras muchos remiendos, podrá volver a
volar con el menor peso posible, lo que significa que solo 5 de los 11
pasajeros podrán regresar. La película está a medio camino entre la catástrofe
aérea y las películas de aventuras en las selvas profundas y remotas. En este
caso, además, está presente la amenaza de las tribus jíbaras cuyos tambores
tanto recuerdan las películas de Tarzán
o la del mismísimo King Kong,
introduciendo una amenaza que acabará con dos de los pasajeros y, cuando el
avión se va, con el resto, aunque en la película el acecho de los indios solo
se manifiesta en algunos primeros planos de un pie, una mano o el bulto en
penumbra de algún cuerpo. El decorado de manifiesto cartón piedra del lugar del
aterrizaje forzoso, en vez de restarle veracidad al argumento, le otorga una
dimensión de película clásica que solo
puede apreciarse desde la ingenuidad con que veíamos, en la infancia, el mismo King Kong o las películas de Tarzán mencionadas. Como es de obligado
cumplimiento, en situación excepcional, las personas se manifiestan muy otras
de como suelen ser en la vida normal y corriente, y ahí es cuando la adversidad
entra en juego para ofrecernos unas “transformaciones” tan elocuentes como bien
trazadas. El guion de la versión de 1939 era de Dalton Trumbo, pero el de esta
es del guionista habitual de John Farrow, Jonathan Latimer, podríamos decir,
pues escribió nada menos que 10 guiones para él. Y sí, a través de pequeños
detalles, conversaciones truncadas, pequeños gestos o malentendidos como el
encuentro entre Ryan y Eckberg en la escala, o la sorprendente revelación
revolucionaria de Steiger al profesor universitario y a su esposa, vamos
entrando en el particular microcosmos de los viajeros del avión, cuya
cochambrosa presencia, desde el comienzo de la película, ya hacía sospechar lo
peor. Salvo el profesor y la novia del empresario, los principales personajes
de la película son unos perdedores que hallan, en el transcurso de su aventura,
una posibilidad de redención o de redefinición de sus vidas. Me ha sorprendido
la eficacia interpretativa de Eckberg, algunos años antes de convertirse en
mito gracias a La dolce vita, de Fellini,
y la excelente caracterización de perdedor triunfante de Ryan, un actor cuyo
trabajo cada vez admiro más. Pero lo que está claro es que el gran triunfador
del reparto es un excepcional Rod Steiger, lleno de recursos y con una
presencia en pantalla que, a pesar de su físico tirando a birrioso, en las
antípodas de las tabletas y los musculitos perfilados de los actuales, la llena
con una intensidad vital tan determinante para la verosimilitud de la historia
que, salvo algún pequeño desliz hacia la religiosidad usamericana tópica, en
modo alguno se ve afectada por lo artificial del aterrizaje forzoso y la
encantadora puesta en escena con decorados de estudio. De verdad, no se trata
de una película fuera de serie, sino de una serie B que compite en igualdad de
condiciones con otros productos muy A que no le llegan ni a la altura de la
suela. La dirección de Farrow destaca, además, la perspectiva coral de la
historia, aunque no renuncie a algunos primeros planos muy efectivos. Estamos
en presencia, pues, de una de esas películas “de sobremesa” que nos dejará un
excelente sabor de boca.
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