Todo
lo que tú quieras, hija mía..., o cómo realizar el duelo a través de la ficción:
una reflexión emotiva sobre los roles familiares.
Título original: Todo lo que tú quieras
Año: 2010
Duración: 101 min.
País: España
Director: Achero Mañas
Guion: Achero Mañas
Música: Leiva
Fotografía: David Omedes
Reparto: Juan Diego Botto, Lucía
Fernández, José Luis Gómez, Najwa Nimri,
Ana Risueño, Pedro Alonso, Ana
Wagener, Alberto Jiménez, Paloma Lorena.
Pasar esta película por la criba del realismo puro y
duro, como si no se tratara de una arriesgada ficción, es lo más injusto que
puede hacerse con Todo lo que tú quieras, y, de paso, no haber entendido la
propuesta arriesgada del guionista y director Achero Mañas. Pasar el algodón de
la verosimilitud radical a una propuesta que ancla sus raíces en la
transgresión reivindicativa es como hacerlo, en otro orden genérico, a las
convenciones canoras de géneros como el musical cinematográfico o la mismísima
ópera. Es evidente, a mi parecer, que la propuesta de Mañas no pretende
ajustarse escrupulosamente a lo que podríamos considerar real y legal, porque,
entonces, el guion hubiera seguido otros derroteros y es muy probable que,
desde la primera aparición como mujer en el colegio, los servicios sociales
-¡tan raudos para estas cosas en nuestra democracia políticamente correcta!-
hubieran privado al protagonista de la patria potestad de su hija, siquiera de
forma temporal. Lo que se nos narra en la película no es, como en el caso de
Tootsie, una transformación para abrirse paso en el mundo laboral, ni un travestismo
psicópata, como en Psicosis, sino una exploración de los límites de la
masculinidad y la feminidad en el doloroso contexto de un duelo por la muerte
de la mujer. Sí es cierto, sin embargo, que la pérdida se vive como una
devastación que contrasta con la inminente infidelidad que el protagonista le
confidencia al socio laboral antes de la muerte de la mujer. Las implicaciones
que sobre la crianza de los hijos hay en la decisión del padre atribulado que,
habiendo vivido al margen, o poco menos, de la crianza de su hija, se encuentra
de hoz y coz ante la necesidad de encargarse full time de ella, mejor las dejamos para otra ocasión, porque es
en ellas donde se advierten los puntos débiles del guion o, al menos, los más
controvertidos. La película no nos cuenta “de lo que es capaz un padre” para
evitar el sufrimiento de una hija que ha perdido a su madre, a la que necesita,
sino, a mi modesto entender, cómo el protagonista se va desvistiendo de sus
prejuicios masculinos, y algunos de ellos machistas, y revistiendo de una
vivencia de la alteridad que lo lleva a asumir hasta con orgullo su nueva
condición, que incluso flirtea, parece, con la mismísima homosexualidad.
Mientras la he visto, no he dejado de pensar en Una nueva amiga, de Ozon, de
muy distinta naturaleza argumental, pero idéntica en la exploración del
transformismo. En aquella, como en la de Achero, hay un regodeo visual
explicable en los efectos turbadores de esa transformación, y, en ambas, la
decisión arriesgada de “alardear” públicamente de la nueva identidad. Ya digo
que son muy distintas, porque en esta, el protagonista no tiene ningún impulso
transexual, sino una necesidad objetiva de dar satisfacción a una demanda de su
hija, por más que la confusión psicológica que origina y envenena la situación,
acabe teniendo serias consecuencias para el arriesgado padre. Que la película
arranque con la entrevista entre el abogado y el cliente, un artista homosexual
transformista excelentísimamente representado por José Luis Gómez, en uno de
los grandes papeles que le he visto, y que me ha hecho olvidar totalmente el
desaguisado que cometió con su reciente interpretación “a lo Chiquito de la
Calzada” de la Celestina, marca una línea argumental que tiene un desarrollo
muy sólido, actuación incluida, con agresión verbal homófoba incluida y una
expiación, ya en línea con su nuevo papel materno, que acabará llevándolo
incluso a padecer una poética agresión paralela, si bien no tan dramática, como
la que él cometió. La relación entre el transformista y el padre me parece una
historia “ejemplar” en toda regla, y ambos actores están a la altura de la
situación. La película podría considerarse una película intimista, “de cámara”,
teniendo en cuenta los pocos personajes con los que se construye una historia
en la que la relación padre-hija ocupa la mayor parte de ella. ¿Cómo ha arrancado
Mañas una actuación tan impecable de la niña Lucía Fernández en el papel de
Dafne, la hija? No sé si ha sido doblada, pero la dicción impecable de la niña,
así como la expresividad de la mirada y el frío egoísmo de su demanda maternal
son una de las mejores bazas de la película. En el debate que siguió a la
proyección de la película en La 2 se nos mostraron imágenes de ese prodigio psicológico
que supuso la interacción de Mañas con la niña para conseguir semejante
resultado. Los momentos íntimos entre el padre travestido y la niña tienen un
nivel cinematográfico espectacular, sobre todo en el uso del primer plano e
incluso del primerísimo para realzar el contraste, por ejemplo, del carmín con
la piel masculina. Toda la fotografía de la película, cálida y un algo
ensombrecida en interiores, transmite la emotividad de la solo aparentemente
extravagante relación padre-hija, una relación que ha de entenderse en el
contexto de cuanto acabamos de decir, sin apelar a la verosimilitud de ciertas
decisiones. Y la verdad es que, como fábula de la exploración de la
masculinidad y la feminidad, la película no deja indiferentes a los
espectadores, y de ahí la polémica y las posiciones muy encontradas respecto de
ella, posiciones que, como suele ocurrir en estos casos, retratan a quienes las
defienden. La película tiene un final extraordinario y muy congruente con el
planteamiento inicial, algo no usual en nuestras pantallas. Que Mañas tarde
tanto tiempo en rodar, de una película para la siguiente, después de su espectacular
debut con El Bola indica, y la
presente lo confirma, que ha elegido el rigor y la dificultad de historias que
vayan más allá de la estricta comercialidad: toda una garantía.
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