Familia y supervivencia en la Italia del fascismo: Crónica familiar, de Zurlini, o la
estética desolada del retrato íntimo de la fraternidad.
Título original: Cronaca familiare
Año: 1962
Duración: 109 min.
País: Italia
Director: Valerio Zurlini
Guion: Valerio Zurlini, Mario Missirolli (Novela: Vasco Pratolini)
Música: Goffredo Petrasi
Fotografía: Giuseppe Rotunno
Reparto: Marcello Mastroianni,
Jacques Perrin, Valeria
Ciangottini, Salvo Randone, Sylvie, Serena Vergano, Marco Guglielmi.
Pues muy bien, pero que muy bien, aunque un bien
doloroso y triste, muy triste, porque esta Crónica
familiar, que respira tanta emoción intensa y verdadera, es una novela de carácter
autobiográfico de Vasco Pratolini, el gran escritor italiano del neorrealismo y
del realismo más o menos socialista. El arranque de la película es
espectacular, porque la atmósfera de dolor que crea se le mete al espectador
carne adentro hasta reventarle las costuras, y si a ello le añadimos una puesta
en escena como la de la sala de prensa por donde arrastra su tuberculosis el
protagonista de la historia, un Marcello Mastroianni que borda el personaje del
hermano mayor de Jacques Perrin, que también en esta película se llama Lorenzo,
como en la anterior que critiqué, La chica con la maleta, y que fue separado de
su hermano al poco de nacer para ser criado por el mayordomo de la familia tras
la muerte de la madre, después de que el padre hubiera muerto en la guerra. El
mayor se crio con la abuela. Al llegar a los dieciocho años, ambos hermanos se
encuentran e inician una relación ambivalente en la que habrán de ir
descubriéndose el uno al otro y rememorando el mayor, para el pequeño, cuanto
conoció de la madre para quien no llegó a conocerla y a quien, justo por ello,
añoró hasta el desgarro. La situación económica de ambos roza la pobreza, si no
cae paladinamente en ella, y es la abuela, ingresada en una residencia de
caridad, quien aún apoya a su nieto mayor con algunas liras de las que se
priva, alegando no necesitarlas “allá dentro”. Ambos hermanos son distintos,
pero entre ellos pronto se establece una fraternidad que no se manifiesta tanto
en el cultivo imposible de un pasado común, sino en la evocación de la madre,
en la simpatía mutua y en el sentido del deber, por parte del primogénito, como
si tuviera que pagar una deuda pendiente. La acción transcurre casi toda en
interiores y cuando sale al exterior son casi obligados los planos de espacios
solitarios, fotografiados con una visión próxima a la de los paisajes de De
Chirico, por ejemplo. Tanto el color, muy matizado y contrastado, como la preciosa
iluminación de cada escena, y, sobre todo, los meditadísimos encuadres de cada
plano, contribuyen a dotar a la obra de una calidad técnica y estilística que
fácilmente la podemos emparentar con lo mejor de Antonioni, de Visconti o el
uso del color en Bergman, con quien advierto no pocas semejanzas. No es, a mi
parecer, una película “italiana”, como no lo son muchas de Rossellini o de
Antonioni, por ejemplo, sino auténticamente centroeuropeas, en la línea de un cine
íntimo que parte de Dreyer y que, pasando por Bergman, llega a Rohmer y a
tantos otros en esa línea estilística. La película recoge un momento histórico
muy difícil de la sociedad italiana y choca oír en la radio una crónica de la
participación italiana en nuestra Guerra Civil. El hermano mayor, lector
pertinaz y aspirante a periodista, acaba asumiendo la necesidad de influir en
su hermano para que se coloque en la vida y que no vaya dando los tumbos que él
ha dado, de modo que pueda tener una cierta seguridad económica que le permita
sobrevivir ahora, en el periodo de entreguerras, y prosperar después, cuando
lleguen mejores tiempos, si llegan. Cuando la desgracia se ceba en el hermano, estando
ya casado y con una hija, tramo de su vida que una oportuna elipsis nos ha
evitado, la película afronta un desenlace terrible que no por intuido deja de
sacudir al protagonista y, con él, a los espectadores que se han sumado,
empáticamente, a la voz narradora del hermano que, en un flash back, no cuenta la
historia de la familia y, sobre todo, la de ellos dos. El internamiento en la
sección de caridad del hospital donde atienden a su hermano y el tratamiento a
que es sometido nos depara escenas muy realistas y conmovedoras, porque el
ansia de vida de Lorenzo, el hermano pequeño, es de tal naturaleza que logra
convertir en una injusticia trágica su temprana muerte. Marcello Mastroianni
logra una interpretación muy alejada del glamour seductor que ha acompañado al
actor en tantas películas suyas y nos ofrece una composición
extraordinariamente sentida, llena de matices y muy próxima al neorrealismo,
aunque la historia transcurra muchos años antes de la Segunda Guerra Mundial.
Me sigue admirando, como ya lo hizo en La chica con la maleta, la originalidad de
Zurlini para diseñar el plano, muy asociada, como es lógico a la puesta en
escena. En este caso, en que se retrata el deterioro físico tanto del espacio
como de los personajes, se logra el prodigio artístico de embellecer la miseria,
tan sabiamente y técnicamente retratada. El color de la película tiene una
calidez que se aviene a las mil maravillas con el enternecedor retrato de un
reencuentro familiar y la capacidad de ambos hermanos para crear un sólido nexo
entre ambos. La interpretación de Jacques Perrin, muy distinta de la de La chica con la maleta es, sin embargo,
magnífica y, sobre todo en su tramo final, el de su inesperada enfermedad y
muerte, francamente inmejorable. A cualquier espectador ha de sorprenderle, me
imagino, la genialidad con que Zurlini, con tan escasos materiales, y con
planos tan elocuentes, ha construido una película tan honda, tan intensa y tan
emotiva. Lo sorprendente, a mi modo de ver, es que Zurlini no ocupe el puesto
destacado que debería internacionalmente, como representante del mejor cine italiano.
Permítanme una pequeña crítica por la parte de la banda sonora de Goffredo
Petrasi, maestro de composición, por cierto, de Ennio Morricone, muy ajustada a la historia, me parece, salvo
en esos momentos en que se parafrasea, yo creo que descaradamente, el famoso
Adagio de Albinoni que ha sido usado en Manchester
frente al mar, recientemente. ¿Qué necesidad había de ello? Hasta esa
paráfrasis, la música de Petrasi, muy próxima a la atonalidad, sin caer de
lleno en ella, contribuye poderosamente a la descripción del tormento interior
del protagonista y a la traducción de unos sentimientos a medio camino entre el
nihilismo y la esperanza en un mañana mejor que se hace de rogar, demasiado.
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