Traumas
psicológicos, amor y religión en Rumania: Ana,
mon amour o la dificultad de una relación desigual.
Título original: Ana, mon
amour
Año: 2017
Duración: 127 min.
País: Rumanía Rumanía
Director: Calin Peter
Netzer
Guion: Călin Peter
Netzer, Cezar Paul Bădescu, Iulia Lumânare
Fotografía: Andrei Butică
Reparto: Mircea
Postelnicu, Diana Cavallioti, Carmen Tanase, Vasile Muraru, Adrian Titieni, Tania Popa, Igor Caras-Romanov, Ionut Caras,
Ioana Flora, Vlad Ivanov, Elena
Voineag, Razvan Vasilescu, Irina Noaptes, Meda Andreea Victor, Iulia Lumânare, Anghel Damian.
Excelente
película de Calin Peter Netzer que nos hace viajar en el tiempo a años propios de
nuestra época predemocrática, si nos atenemos a la hegemonía sobre las conciencias
de que goza la iglesia rumana, influencia que se cruza en la vida de los dos
protagonistas cuya compleja historia de amor se nos narra en la película con sumo
detallismo, así como a las precarias condiciones de vida materiales y a ciertas
conductas familiares. A partir de una relación amistosa que ira progresando
hacia el amor vivido en plenitud sexual, al margen de los caducos códigos de
conducta de generaciones anteriores, una relación que comienza con un ataque de
ansiedad por parte de la protagonista que nos sorprende y nos alerta sobre una
posible enfermedad mental que no tarda en declararse con una virulencia que
complica enormemente la relación de ambos jóvenes. El carácter depresivo de
ella, unido a las crisis de ansiedad, conforman un cuadro psicológico con el
que a él no le resulta fácil lidiar, aunque no se amilana y, llevado por su
profundo amor, trata de acompañarla para sacarla del hondo pozo en el que está
metida y hacia el que tira de él, quien en no pocas ocasiones está a punto de
abandonar la lucha. La relación de cada uno de ellos con su propia familia y el
intento de ambos de naturalizar su relación ante los padres respectivos da
lugar a un importante giro en la historia, porque si creíamos que la relación
con los padres de ella -los dos hombres durmiendo en la misma cama mientras las
mujeres, madre e hija, en la otra, durante su visita- es surrealista, solo
hemos de enfrentarnos a la relación tortuosa de los padres de él, a quienes les
parece un disparate que su hijo “cargue” con una “loca” y desperdicie su vida.
El embarazo de la joven establece una suerte de tregua en esas relaciones. De
repente, la presencia del nieto parece eclipsar todos los inconvenientes que
veían en esa relación que, poco a poco, pasando el tiempo, comienza a volverse
tortuosa. ¿Cuál es el cambio que bruscamente convierte la película en “otra”
película? Que él se despide como crítico de una revista por incompatibilidad
con la línea editorial, pero ella, que entró como sustituta de un periodista,
va haciéndose imprescindible en el diario y ganando una reputación y unos
ingresos que permiten que él sea “el que se queda en casa con el hijo”,
mientras su mujer gana dinero pata todos. Sí, es cierto que él va a escribir
una novela, como hemos visto en tantas películas en las que la mediocridad
escoge como coartada de la inacción el empinado camino del arte, pero eso solo
no explica el camino de amargura que él sigue, de amargura y de celos, una vía
que acaba llevándolo al psiquiatra cada jueves, en busca de una explicación que
le sirva para todo. Es cierto que las infancias de ambos, difíciles y, en el caso de ella, al borde del abuso sexual
de menores por parte del padrastro, condicionan su relación, porque superar
esas experiencias traumáticas forma parte de la vida sana que ambos desean
llevar para evitar una ruptura que se cierne con vuelos de inevitabilidad. Los
dos actores, eje absoluto de la película, son extraordinarios, sobre todo ella,
quien borda un dificilísimo papel sin caer jamás ni en la afectación ni en la
exageración. Ella es imposible que no recuerde a Sarah Miles, al menos eso me
ha parecido a mí, que he calcado rostro sobre rostro durante toda la película menos
al final, cuando el look de ella, convertida ya en “otra mujer”, distinta de
quien fue cuando se conocieron ambos, permitía verla como otra actriz. En ambos
casos, esplendida, eso está claro. No es fácil interpretar a enfermos mentales
en el cine, aunque suelen ser papeles muy agradecidos para los premios y
certámenes, pero Diana Cavallioti convence con mucho poderío al espectador más
resabiado. La película levanta acta de la sociedad rumana en un momento histórico
dado y nos permite ver el camino de la misma hacia los estándares de desarrollo
capitalista del resto de la comunidad europea. La comparación entre las
condiciones de vida de los hijos y de los padres, por ejemplo, es prueba de
ello. No hay, por supuesto, afán documentalista ninguno, sino un decidido
empeño de mostrar la realidad tal como es, y de ahí esa influencia religiosa en
las conciencias de los ciudadanos, por ejemplo. En fin, no se trata de una
película “entretenida”, sino de un drama perfectamente realizado y mejor
interpretado. Hay muchos temas sobre la mesa y no es el menor el lugar del
hombre y la mujer en el seno de la pareja, siempre en disputa. La película es
rumana; los conflictos, universales. Y el are nos mete de hoz y coz en ellos,
interpelándonos en lo más profundo de nuestras conciencias.
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