Los códigos del hampa: La decisión de las armas o también hay clases más allá de la ley.
Título original: Le choix des armes
Año: 1981
Duración: 135 min.
País: Francia
Director:Alain Corneau
Guion: Alain Corneau, Michel Grisolia
Música: Philippe Sarde
Fotografía: Pierre-William Glenn
Reparto: Yves Montand, Gérard
Depardieu, Catherine Deneuve, Michel Galabru, Gérard Lanvin, Jean-Claude Dauphin, Jean Rougerie, Christian Marquand, Etienne Chicot.
No recordaba haber visto
ninguna película de Alain Corneau cuando sumé a la pila mensual de
adquisiciones en Tallers 79 este noire más complejo de lo que en apariencia la
historia de casualidades nos da a entender, pero al informarme sobre el autor
descubro que se trata del director de Todas
las mañanas del mundo, una joya preciosista que nada tiene que ver con la
presente, un thriller que va más allá de la violencia, bastante contenida, para
escarbar en psicologías de muy diferente naturaleza, con las que el director
conforma un taburete de tres patas, el rico hacendado de dudoso pasado de forajido
al que guarda, para ciertas personas, una insobornable fidelidad; un
delincuente nervioso, de gatillo fácil, exboxeador y padre de una hija a la que
ni siquiera conoce, y, finalmente, un policía más o menos novato pero integérrimo cuya inexperiencia
provocará la muerte de la mujer del hacendado. El comienzo de la película con
un juego plano contra plano de las dos perspectivas hacia el infinito de los
muros de una cárcel de la que se escapan dos presos que inician una huida
alocada hacia ninguna parte, ya nos avisa de la intención de plasmar esa suerte
de callejón sin salida en que acabará convirtiéndose dicha huida, culminación,
en el caso de uno de los protagonistas, Depardieu, el exboxeador, de un destino
de perdedor canónico. Son demasiado frecuentes, a lo largo de la película, los
planos con una estudiada profundidad de campo como para que no saquemos la conclusión,
quizás excesiva, de que representan la aspiración de las ambiciones de todos
los personajes: los hacendados, una nueva casa señorial, un auténtico château;
el policía joven, ocupar el lugar de un superior inepto y corrupto; el
exboxeador, poder atender a la hija con la que no ha tenido ningún trato. De
hecho, por lo que acabo de exponer, diríase que estamos más cerca del melodrama
que, propiamente, del trhiller, o que
estamos, en todo caso, ante una película de carácter psicológico, si no fuera
porque, al margen de los conflictos individuales de cada cual, que les dan a
los protagonistas una dimensión que supera el tipo, todas esas psicologías se
adaptan escrupulosamente a la del tipo correspondiente. Sí tiene, como
pretendida película de acción que es, y de ahí el título, un desarrollo que, a
medida que se complica la situación, nos permite asistir a tensas escenas
violentas, como la del ajuste de cuentas en una casa abandonada o la de los hampones
de confianza del hacendado, bien poco escrupulosos ellos con las normas de
cortesía, y, al mismo tiempo, al conocimiento de personajes, como el amigo del
exboxeador, que acaba acogiendo a su hija cuando su amigo es tiroteado, lo que
nos permite una visión social más amplia, de tal manera que, de rondón, se nos
cuela en la película una suerte de perspectiva de lucha de clases que
contextualiza la historia narrada y perfectamente realizada por Corneau, cuya
discreción narrativa no oculta en ningún momento la delicada belleza que sabe
extraer tanto de uno como de otro contexto social, de la inmensa finca del
hacendado, que se dedica a la cría de caballos, como del barrio popular donde
recala el fugado. La mezcla explosiva de ambos se produce cuando el hacendado,
Montand, ofrece una cena exquisita a sus invitados e irrumpe en ella, armado,
el exboxeador, una magnífica secuencia que acelera, por así decirlo, la
implicación de Montand en el caso, para desgarro de su mujer, una muy discreta
Deneuve, con poco papel en un conflicto eminentemente testosteronal, y acaso
porque siendo su destino el de ser abatida erróneamente por el joven inspector,
no podía desarrollar Corneau una relación marital que, por otro lado, solo
parece conocer la felicidad, algo con poco aliciente dramático, como es bien sabido.
No anticipo el final, o los finales, porque hay varios, pero sí quiero dejar
constancia de que la película, a pesar de lo que pueda parecer, por su
adscripción genérica, está más poblada de silencios que de diálogos, y estos
son totalmente funcionales, en ningún caso vehículo de un planteamiento
intelectual totalmente fuera de lugar. Llama la atención, por supuesto, el
desarrollo de la figura del policía joven, quien acaba adquiriendo un protagonismo
inverso que parece paralelo a la edificación moral que parece encarnarse en el
hacendado y exdelincuente. Supongo que
algún guiño al espectador debe de haber en el hecho de que 16 años antes,
Montand interpretara a un policía en Policía Phyton 357, tan distinto, por
cierto, del pobre diablo llevado por el rigor moral y la ambición de trepar. Lo
bueno del azar que selecciona mis veladas es que ahora ya sí que tendré
presente a Alain Corneau cuando alguna otra película suya acabe entre mis
manos. Dos de dos es un promedio absoluto.
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