martes, 24 de octubre de 2017

Un “noire” con profundidad de campo: “La decisión de las armas”, de Alain Corneau.


Los códigos del hampa: La decisión de las armas o también hay clases más allá de la ley. 

Título original: Le choix des armes
Año: 1981
Duración: 135 min.
País: Francia
Director:Alain Corneau
Guion: Alain Corneau, Michel Grisolia
Música: Philippe Sarde
Fotografía: Pierre-William Glenn
Reparto: Yves Montand,  Gérard Depardieu,  Catherine Deneuve,  Michel Galabru, Gérard Lanvin,  Jean-Claude Dauphin,  Jean Rougerie,  Christian Marquand, Etienne Chicot.


No recordaba haber visto ninguna película de Alain Corneau cuando sumé a la pila mensual de adquisiciones en Tallers 79 este noire más complejo de lo que en apariencia la historia de casualidades nos da a entender, pero al informarme sobre el autor descubro que se trata del director de Todas las mañanas del mundo, una joya preciosista que nada tiene que ver con la presente, un thriller que va más allá de la violencia, bastante contenida, para escarbar en psicologías de muy diferente naturaleza, con las que el director conforma un taburete de tres patas, el rico hacendado de dudoso pasado de forajido al que guarda, para ciertas personas, una insobornable fidelidad; un delincuente nervioso, de gatillo fácil, exboxeador y padre de una hija a la que ni siquiera conoce, y, finalmente, un policía  más o menos novato pero integérrimo cuya inexperiencia provocará la muerte de la mujer del hacendado. El comienzo de la película con un juego plano contra plano de las dos perspectivas hacia el infinito de los muros de una cárcel de la que se escapan dos presos que inician una huida alocada hacia ninguna parte, ya nos avisa de la intención de plasmar esa suerte de callejón sin salida en que acabará convirtiéndose dicha huida, culminación, en el caso de uno de los protagonistas, Depardieu, el exboxeador, de un destino de perdedor canónico. Son demasiado frecuentes, a lo largo de la película, los planos con una estudiada profundidad de campo como para que no saquemos la conclusión, quizás excesiva, de que representan la aspiración de las ambiciones de todos los personajes: los hacendados, una nueva casa señorial, un auténtico château; el policía joven, ocupar el lugar de un superior inepto y corrupto; el exboxeador, poder atender a la hija con la que no ha tenido ningún trato. De hecho, por lo que acabo de exponer, diríase que estamos más cerca del melodrama que, propiamente, del trhiller, o que estamos, en todo caso, ante una película de carácter psicológico, si no fuera porque, al margen de los conflictos individuales de cada cual, que les dan a los protagonistas una dimensión que supera el tipo, todas esas psicologías se adaptan escrupulosamente a la del tipo correspondiente. Sí tiene, como pretendida película de acción que es, y de ahí el título, un desarrollo que, a medida que se complica la situación, nos permite asistir a tensas escenas violentas, como la del ajuste de cuentas en una casa abandonada o la de los hampones de confianza del hacendado, bien poco escrupulosos ellos con las normas de cortesía, y, al mismo tiempo, al conocimiento de personajes, como el amigo del exboxeador, que acaba acogiendo a su hija cuando su amigo es tiroteado, lo que nos permite una visión social más amplia, de tal manera que, de rondón, se nos cuela en la película una suerte de perspectiva de lucha de clases que contextualiza la historia narrada y perfectamente realizada por Corneau, cuya discreción narrativa no oculta en ningún momento la delicada belleza que sabe extraer tanto de uno como de otro contexto social, de la inmensa finca del hacendado, que se dedica a la cría de caballos, como del barrio popular donde recala el fugado. La mezcla explosiva de ambos se produce cuando el hacendado, Montand, ofrece una cena exquisita a sus invitados e irrumpe en ella, armado, el exboxeador, una magnífica secuencia que acelera, por así decirlo, la implicación de Montand en el caso, para desgarro de su mujer, una muy discreta Deneuve, con poco papel en un conflicto eminentemente testosteronal, y acaso porque siendo su destino el de ser abatida erróneamente por el joven inspector, no podía desarrollar Corneau una relación marital que, por otro lado, solo parece conocer la felicidad, algo con poco aliciente dramático, como es bien sabido. No anticipo el final, o los finales, porque hay varios, pero sí quiero dejar constancia de que la película, a pesar de lo que pueda parecer, por su adscripción genérica, está más poblada de silencios que de diálogos, y estos son totalmente funcionales, en ningún caso vehículo de un planteamiento intelectual totalmente fuera de lugar. Llama la atención, por supuesto, el desarrollo de la figura del policía joven, quien acaba adquiriendo un protagonismo inverso que parece paralelo a la edificación moral que parece encarnarse en el hacendado y exdelincuente.  Supongo que algún guiño al espectador debe de haber en el hecho de que 16 años antes, Montand interpretara a un policía en  Policía Phyton 357, tan distinto, por cierto, del pobre diablo llevado por el rigor moral y la ambición de trepar. Lo bueno del azar que selecciona mis veladas es que ahora ya sí que tendré presente a Alain Corneau cuando alguna otra película suya acabe entre mis manos. Dos de dos es un promedio absoluto.

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