El infierno de las pequeñas comunidades: Calvary o la rebelión de las almas
vulneradas contra la Iglesia.
Título original: Calvary
Año: 2014
Duración: 101 min.
País: Irlanda
Director: John Michael McDonagh
Guion: John Michael McDonagh
Música: Patrick Cassidy
Fotografía: Larry Smith
Reparto: Brendan Gleeson, Kelly Reilly,
Chris O'Dowd, Aidan Gillen, Domhnall Gleeson, David Wilmot, Dylan Moran,
Marie-Josée Croze, Killian
Scott, Isaach de Bankole, M. Emmet
Walsh, Pat Shortt, Gary Lydon,
Orla O'Rourke, Owen Sharpe, David
McSavage, Michael Og Lane, Mark O'Halloran, Declan Conlon, Anabel Sweeney.
Vaya por delante que muy
probablemente no haya mejores exteriores para el cine que los irlandeses,
aunque suene a parcialidad de juicio manifiesta. Calvary es una tensa y dramática película sobre las ruinas humanas
que intentan sobrevivir a sus respectivas tragedias, todas ellas articuladas en
la historia alrededor de la figura protagonista, el sacerdote, quien, tras la
muerte de su mujer, abandonó a la hija y entró en religión buscando su propia
expiación. Se trata de un sacerdote peculiar, que intenta ejercer su cometido pastoral
desde dentro de la comunidad, no desde fuera, de ahí que su papel se confunda,
a veces, con el del psiquiatra o con el del “mejor amigo” que habla de tú a tú
con sus feligreses y no siempre en la iglesia, sino, sobre todo, fuera de ella.
Se trata, de nuevo, narrativamente, de la crónica de una muerte anunciada, a
partir de una revelación estremecedora en una confesión en la que se le anuncia
al confesor que será asesinado, no porque él haya cometido ninguna ignominia,
sino porque es el representante de la institución que ha amparado tales
comportamientos delictivos y ultrajantes. A partir de un caso de abusos
sexuales, pues, asistimos a la vida de una pequeña comunidad irlandesa, en un
paraje de extraordinario valor estético -toda Irlanda debería declararse
Patrimonio artístico-natural del planeta- que nos irá enfrentando a desgarros
psicológicos profundos y de difícil curación. La presencia de la hija, después
de un intento de suicidio, y se da a entender que no ha sido el único, complica
la vida de un hombre atormentado que observa con escepticismo el alcance de su
ayuda a la comunidad. No es una película de un solo personaje, pero el padre
James que interpreta Brendan Gleeson poco a poco seduce la atención de los espectadores,
quienes consiguen adentrarse en su espíritu complejo, y en sus relaciones humanas,
demasiado humanas, ante el asedio que sufre por parte de la comunidad, un
asedio que incluye incluso la quema deliberada de su iglesia. No puede apartar
de sí la amenaza de muerte que pende sobre él, y cualquier suceso dramático
apunta en esa dirección. Se trata, por lo tanto, de un hombre que ha de saber
sufrir un calvario perfectamente diseñado por sus vecinos y que tendrá su
culminación en el enfrentamiento con quien le ha garantizado que morirá
asesinado. Incluso cede a la tentación de hacerse con una pistola que pueda protegerlo,
aunque, finalmente, desiste de usarla y acaba aceptando, o así parece, ese
destino ineludible, como parte indisoluble de su entrega a los feligreses. La
película presenta una narración muy sujeta a los diferentes encuentros del
sacerdote con los vecinos y con su propia hija, y se eliden voluntariamente los
nexos que le dan solidez a la narración, de modo que sea el espectador el que
haya de aportarlos con la información que se le brinda. Está llena, además, de
pequeños detalles que muestran la complejidad de las relaciones humanas y lo capaces
que somos de lo peor, lo mejor y de todas las cobardías del mundo. Llama la
atención, al menos la de quien esto escribe, la figura del monaguillo pintor
que se instala frente al mar para dedicarse a su arte y con el que el sacerdote
tiene una relación entrañable, y desde cuyo perspectiva se describe el
desenlace de la historia. Todos los personajes principales tienen un nivel de
interpretación que otorga a la película una calidad sobresaliente, a la que
contribuye, ya digo, el rodaje en unos exteriores privilegiados. La película
tiene una inequívoca voluntad de denuncia del poder que la Iglesia ha tenido
desde siempre en Irlanda, algo que, poco a poco, sobre todo después de haber
entrado en Europa, va cediendo, pero no tan rápidamente como a sus propios
ciudadanos les gustaría. Se trata, en el fondo, de un ajuste de cuentas con su
propio pasado, turbio con las heces del comportamiento de muchos miembros de la
Iglesia en quienes habían depositado tantas personas su confianza; un ejercicio
de introspección psicológica y de lucha por el poder social en el seno de la
comunidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario