sábado, 28 de octubre de 2017

Sociedad y religión, abusados y abusadores: “Calvary”, de John Michael McDonagh.


El infierno de las pequeñas comunidades: Calvary o la rebelión de las almas vulneradas contra la Iglesia.

Título original: Calvary
Año: 2014
Duración: 101 min.
País: Irlanda
Director: John Michael McDonagh
Guion: John Michael McDonagh
Música: Patrick Cassidy
Fotografía: Larry Smith
Reparto: Brendan Gleeson,  Kelly Reilly,  Chris O'Dowd,  Aidan Gillen,  Domhnall Gleeson, David Wilmot,  Dylan Moran,  Marie-Josée Croze,  Killian Scott,  Isaach de Bankole, M. Emmet Walsh,  Pat Shortt,  Gary Lydon,  Orla O'Rourke,  Owen Sharpe, David McSavage,  Michael Og Lane,  Mark O'Halloran,  Declan Conlon, Anabel Sweeney.


Vaya por delante que muy probablemente no haya mejores exteriores para el cine que los irlandeses, aunque suene a parcialidad de juicio manifiesta. Calvary es una tensa y dramática película sobre las ruinas humanas que intentan sobrevivir a sus respectivas tragedias, todas ellas articuladas en la historia alrededor de la figura protagonista, el sacerdote, quien, tras la muerte de su mujer, abandonó a la hija y entró en religión buscando su propia expiación. Se trata de un sacerdote peculiar, que intenta ejercer su cometido pastoral desde dentro de la comunidad, no desde fuera, de ahí que su papel se confunda, a veces, con el del psiquiatra o con el del “mejor amigo” que habla de tú a tú con sus feligreses y no siempre en la iglesia, sino, sobre todo, fuera de ella. Se trata, de nuevo, narrativamente, de la crónica de una muerte anunciada, a partir de una revelación estremecedora en una confesión en la que se le anuncia al confesor que será asesinado, no porque él haya cometido ninguna ignominia, sino porque es el representante de la institución que ha amparado tales comportamientos delictivos y ultrajantes. A partir de un caso de abusos sexuales, pues, asistimos a la vida de una pequeña comunidad irlandesa, en un paraje de extraordinario valor estético -toda Irlanda debería declararse Patrimonio artístico-natural del planeta- que nos irá enfrentando a desgarros psicológicos profundos y de difícil curación. La presencia de la hija, después de un intento de suicidio, y se da a entender que no ha sido el único, complica la vida de un hombre atormentado que observa con escepticismo el alcance de su ayuda a la comunidad. No es una película de un solo personaje, pero el padre James que interpreta Brendan Gleeson poco a poco seduce la atención de los espectadores, quienes consiguen adentrarse en su espíritu complejo, y en sus relaciones humanas, demasiado humanas, ante el asedio que sufre por parte de la comunidad, un asedio que incluye incluso la quema deliberada de su iglesia. No puede apartar de sí la amenaza de muerte que pende sobre él, y cualquier suceso dramático apunta en esa dirección. Se trata, por lo tanto, de un hombre que ha de saber sufrir un calvario perfectamente diseñado por sus vecinos y que tendrá su culminación en el enfrentamiento con quien le ha garantizado que morirá asesinado. Incluso cede a la tentación de hacerse con una pistola que pueda protegerlo, aunque, finalmente, desiste de usarla y acaba aceptando, o así parece, ese destino ineludible, como parte indisoluble de su entrega a los feligreses. La película presenta una narración muy sujeta a los diferentes encuentros del sacerdote con los vecinos y con su propia hija, y se eliden voluntariamente los nexos que le dan solidez a la narración, de modo que sea el espectador el que haya de aportarlos con la información que se le brinda. Está llena, además, de pequeños detalles que muestran la complejidad de las relaciones humanas y lo capaces que somos de lo peor, lo mejor y de todas las cobardías del mundo. Llama la atención, al menos la de quien esto escribe, la figura del monaguillo pintor que se instala frente al mar para dedicarse a su arte y con el que el sacerdote tiene una relación entrañable, y desde cuyo perspectiva se describe el desenlace de la historia. Todos los personajes principales tienen un nivel de interpretación que otorga a la película una calidad sobresaliente, a la que contribuye, ya digo, el rodaje en unos exteriores privilegiados. La película tiene una inequívoca voluntad de denuncia del poder que la Iglesia ha tenido desde siempre en Irlanda, algo que, poco a poco, sobre todo después de haber entrado en Europa, va cediendo, pero no tan rápidamente como a sus propios ciudadanos les gustaría. Se trata, en el fondo, de un ajuste de cuentas con su propio pasado, turbio con las heces del comportamiento de muchos miembros de la Iglesia en quienes habían depositado tantas personas su confianza; un ejercicio de introspección psicológica y de lucha por el poder social en el seno de la comunidad.

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