Una fábula moral sobre el
desamparo y el egoísmo en la vejez: Nacidas
para sufrir o dos actrices inconmensurables, Petra Martínez y Adriana Ozores,
frente a frente y puñalada a puñalada.
Título original: Nacidas para sufrir
Año: 2009
Duración: 112 min.
País: España
Director: Miguel Albaladejo
Guion: Miguel Albaladejo
Música: Lucio Godoy
Fotografía: Kiko de la Rica
Reparto: Petra Martínez, Adriana Ozores, Malena Alterio, María Alfonsa Rosso, Mariola Fuentes, María Elena Flores, Marta Fernández-Muro, Sneha Mistri, Jorge Calvo, Antonio Gamero, Mari Franc Torres, Ricard Borrás, Empar Ferrer, Josele Román.
Lo bueno que tiene ir
grabando algunas películas de ese benemérito programa que es la Historia del cine español es que cuando
la intuición te dice que las grabes, aunque no sepas nada de ellas, aciertes de
lleno, y eso es lo que, como otras tantas veces, me acaba de ocurrir. La
película de Albadalejo es una pequeña joya que me ha recordado una de las
grandes películas sobre la vejez, Dejad paso
al mañana, de Leo McCarey, una película triste hasta la extenuación
emocional. Albadalejo ha escogido el camino de la comedia, con algún rasgo de
astracanada o, para ser más ponderados, de comedia grotesca, de la de Arniches,
nunca suficientemente valorada como se debe, quizás por haber sido ayudante de
dirección de Berlanga, algo que, como la antigua mili, “imprime carácter”. La
situación es bien cotidiana. Una mujer mayor que se acogió en su casa a su
hermana y a sus tres sobrinas, con quienes ha convivido siempre, se queda sola
con la criada, tras la muerte de su hermana. Las tres sobrinas presionan para
dejar de pagarle el sueldo que le están pagando y ella se niega. Ante el
panorama, que la obliguen a abandonar la casa con terreno donde vive para ser
llevada a una residencia donde trabaja una de las sobrinas, monja, la mujer
inicia las consultas legales pertinentes para desheredar a sus sobrinas, en
primer lugar y para garantizarse la compañía de la criada, una mujer de escasas
luces, pero abnegadísima y trabajadora que ni por asomo contempla la
posibilidad de dejar de servir a su señora. Al final, en una graciosa vuelta de
tuerca, la única solución que encuentra es el matrimonio con su criada, lo que
da pie, como es fácil comprender, a no pocas situaciones que se abordan desde
la perspectiva cómica hasta que la inminente muerte de la madre de la criada,
de la que llevaba separada más de veinte años, da otro giro a la trama que hace
derivar la historia hacia una perspectiva dramática, aunque sin abandonar del
todo el terreno de la comedia, inequívocamente de humor negrísimo, con lo que
la película enlaza con los más ácidos
guiones de Azcona, de quien, de haber colaborado con Albadalejo -había muerto
un año antes de estrenarse la película- probablemente hubiéramos esperado unos
golpes de humor aún más tétricos de los que la película nos ofrece. El
desamparo y la marginación de las personas mayores en este mundo en el que la
desensibilización familiar y social lleva camino de integrarse en el ADN
individual de cada cual se aborda en la película con una estrategia narrativa
que deja claro, en todo momento, el conflicto real de egoísmos que subyace en
cualquier relación humana a esas edades. Los personajes de la señora y la criada
no llegan al esperpento trágico de la obra Genet, ni al morbo psicológico de El sirviente, de Losey, pero su retrato
es lo mejor de la película desde el inicio. He visto a Adriana Ozores en muchas
películas, pero en ninguna como esta compone un personaje con tanta precisión y
hondura, ni siquiera en Heroína, donde brilla a grandísima altura. No entiendo,
y ella es indicativo de por dónde discurren las aguas de nuestro cine patrio,
que esta interpretación no le deparara el
Goya a la mejor actriz. Lo ganó Lola Dueñas, que tampoco es moco de pavo, pero
me parece que no hay color: el personaje de Adriana Ozores tiene un índice de
dificultad -como nos dicen de la gimnasia femenina- muy superior al del de
Dueñas. En fin, que esta película se ha de ver, al margen de por todo lo dicho,
por las soberbias interpretaciones del dúo protagonista, Petra Martínez y
Adriana Ozores. La delicada frontera entre el amor, el egoísmo, la protección,
la generosidad, el descarnado interés, los celos, etc., que se muestra en la
película los entenderán con suma facilidad quienes hayan tenido que encargarse
del cuidado de personas mayores, pero es bueno que la historia recuerde a quienes
aún están en la plenitud vital el camino hacia el que todos, tarde o temprano,
vamos. No develo más de la trama, porque algunas situaciones que podrían
entenderse como “disparatadas”, si de lo que se trata es de disuadir de ir a
verla, no solo no lo son, sino que están, como suele decirse “ajustadas a
derecho” y permiten a tan magníficas actrices lucirse con creces, las mismas
con las que disfruta el espectador de una película tan poco pretenciosa como
acertada en el diagnóstico y el retrato íntimo de dos seres de carne y hueso. Como
ocurre con el buen cine, es una película fácil de ver y que da mucho que pensar.
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