martes, 10 de octubre de 2017

“Nacidas para sufrir” o la construcción cotidiana del absurdo, de Miguel Abdalejo.


Una fábula moral sobre el desamparo y el egoísmo en la vejez: Nacidas para sufrir o dos actrices inconmensurables, Petra Martínez y Adriana Ozores, frente a frente y puñalada a puñalada. 

Título original: Nacidas para sufrir
Año: 2009
Duración: 112 min.
País: España
Director: Miguel Albaladejo
Guion: Miguel Albaladejo
Música: Lucio Godoy
Fotografía: Kiko de la Rica
Reparto: Petra Martínez,  Adriana Ozores,  Malena Alterio,  María Alfonsa Rosso, Mariola Fuentes,  María Elena Flores,  Marta Fernández-Muro,  Sneha Mistri, Jorge Calvo,  Antonio Gamero,  Mari Franc Torres,  Ricard Borrás,  Empar Ferrer, Josele Román.


Lo bueno que tiene ir grabando algunas películas de ese benemérito programa que es la Historia del cine español es que cuando la intuición te dice que las grabes, aunque no sepas nada de ellas, aciertes de lleno, y eso es lo que, como otras tantas veces, me acaba de ocurrir. La película de Albadalejo es una pequeña joya que me ha recordado una de las grandes películas sobre la vejez, Dejad paso al mañana, de Leo McCarey, una película triste hasta la extenuación emocional. Albadalejo ha escogido el camino de la comedia, con algún rasgo de astracanada o, para ser más ponderados, de comedia grotesca, de la de Arniches, nunca suficientemente valorada como se debe, quizás por haber sido ayudante de dirección de Berlanga, algo que, como la antigua mili, “imprime carácter”. La situación es bien cotidiana. Una mujer mayor que se acogió en su casa a su hermana y a sus tres sobrinas, con quienes ha convivido siempre, se queda sola con la criada, tras la muerte de su hermana. Las tres sobrinas presionan para dejar de pagarle el sueldo que le están pagando y ella se niega. Ante el panorama, que la obliguen a abandonar la casa con terreno donde vive para ser llevada a una residencia donde trabaja una de las sobrinas, monja, la mujer inicia las consultas legales pertinentes para desheredar a sus sobrinas, en primer lugar y para garantizarse la compañía de la criada, una mujer de escasas luces, pero abnegadísima y trabajadora que ni por asomo contempla la posibilidad de dejar de servir a su señora. Al final, en una graciosa vuelta de tuerca, la única solución que encuentra es el matrimonio con su criada, lo que da pie, como es fácil comprender, a no pocas situaciones que se abordan desde la perspectiva cómica hasta que la inminente muerte de la madre de la criada, de la que llevaba separada más de veinte años, da otro giro a la trama que hace derivar la historia hacia una perspectiva dramática, aunque sin abandonar del todo el terreno de la comedia, inequívocamente de humor negrísimo, con lo que la película enlaza con  los más ácidos guiones de Azcona, de quien, de haber colaborado con Albadalejo -había muerto un año antes de estrenarse la película- probablemente hubiéramos esperado unos golpes de humor aún más tétricos de los que la película nos ofrece. El desamparo y la marginación de las personas mayores en este mundo en el que la desensibilización familiar y social lleva camino de integrarse en el ADN individual de cada cual se aborda en la película con una estrategia narrativa que deja claro, en todo momento, el conflicto real de egoísmos que subyace en cualquier relación humana a esas edades. Los personajes de la señora y la criada no llegan al esperpento trágico de la obra Genet, ni al morbo psicológico de El sirviente, de Losey, pero su retrato es lo mejor de la película desde el inicio. He visto a Adriana Ozores en muchas películas, pero en ninguna como esta compone un personaje con tanta precisión y hondura, ni siquiera en Heroína, donde brilla a grandísima altura. No entiendo, y ella es indicativo de por dónde discurren las aguas de nuestro cine patrio, que esta interpretación  no le deparara el Goya a la mejor actriz. Lo ganó Lola Dueñas, que tampoco es moco de pavo, pero me parece que no hay color: el personaje de Adriana Ozores tiene un índice de dificultad -como nos dicen de la gimnasia femenina- muy superior al del de Dueñas. En fin, que esta película se ha de ver, al margen de por todo lo dicho, por las soberbias interpretaciones del dúo protagonista, Petra Martínez y Adriana Ozores. La delicada frontera entre el amor, el egoísmo, la protección, la generosidad, el descarnado interés, los celos, etc., que se muestra en la película los entenderán con suma facilidad quienes hayan tenido que encargarse del cuidado de personas mayores, pero es bueno que la historia recuerde a quienes aún están en la plenitud vital el camino hacia el que todos, tarde o temprano, vamos. No develo más de la trama, porque algunas situaciones que podrían entenderse como “disparatadas”, si de lo que se trata es de disuadir de ir a verla, no solo no lo son, sino que están, como suele decirse “ajustadas a derecho” y permiten a tan magníficas actrices lucirse con creces, las mismas con las que disfruta el espectador de una película tan poco pretenciosa como acertada en el diagnóstico y el retrato íntimo de dos seres de carne y hueso. Como ocurre con el buen cine, es una película fácil de ver y  que da mucho que pensar.

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