Las relaciones de los sudistas y los unionistas en un western
penitenciario: La puerta del infierno o el desierto como cárcel y anfiteatro
del horror…
Título original: Hellgate
Año: 1952
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Director: Charles Marquis
Warren
Guion: Charles Marquis
Warren, John C. Champion
Música: Paul Dunlap
Fotografía: Ernest Miller
(B&W)
Reparto: Sterling
Hayden, Joan Leslie, Ward Bond,
James Arness, Peter Coe, John Pickard, Robert J. Wilke, James Anderson, Richard Emory, Dick Paxton,
William Hamel, Marshall Bradford,
Timothy Carey.
No es
Charles Marquis autor de ningún exitazo de relumbrón, pero la presencia de
Sterling Hayden, un actor que sí los tiene, en esta película me hizo sospechar
que bien pudiera merecer la pena verla, llevado por una intuición que no
siempre acierta, la verdad. El caso es que esta vez puedo agradecerle haber
acertado, porque, a pesar de su humildad, de su ausencia de pretensiones éticas
y estéticas, La puerta del infierno es una película que a mi entender,
complacerá a quienes gusten de este tipo de películas en las que la historia
gira en torno a la injusticia legal y las pruebas por las que ha de pasar el
héroe para no abdicar de su suprema responsabilidad ética frente a las
injusticias, y a fe que en esta historia parecen arracimarse en su contra para
condenarlo a no volver a reunirse con su esposa. Un veterinario sudista es
acusado de haber vendido unos caballos a una banda de criminales para poder
burlas la persecución de la justicia. En tiempos heroicos de la aplicación de
la ley y de los derechos individuales, cuando campaba a sus anchas la agresiva
ley de Lynch, el sospechoso sudista no puede evitar ser condenada y llevado no
tanto a una prisión cuanto a, propiamente, un campo de exterminio, en un penal
con condiciones infrahumanas, sin agua corriente, rodeados de desierto a unos
cincuenta kilómetros de Méjico y con un alcaide del penal resentido porque su
familia fue asesinada por los sudistas que incendiaron su casa, incendio en el
cual perecieron su esposa y su hijo. La puesta en escena de ese infierno hostil
es una de las grandes bazas de la película, pero la trama se bifurca entre los
intentos del prisionero por escapar del penal y los esfuerzos de su esposa por
que se revise su causa, dada la inocencia manifiesta del condenado. Hay, está
claro, no poco efectismo y cierto acartonamiento en los personajes secundarios,
sobre todo en los compañeros de celda, ante quienes ha de hacerse valer para
asegurarse siquiera la propia supervivencia, al margen del castigo de las
autoridades. Se ve obligado a participar en el intento de huida que es delatado
por uno de los internos, pero en ese juego, él guarda la revelación que le hizo
un interno antes de morir, sobre el mapa y a manera de llegar a Méjico. Cuando se
declara una epidemia de tifus y no hay manera de conseguir agua, el alcaide
cede y deja caballos y dinero al prisionero para conseguir agua y combatir la epidemia.
En vez de alejarse hacia la frontera, el veterinario tuerce el caballo y cambia
de dirección, ante la indignación del engañado alcaide, y aquí suspendo la
sinopsis de la trama para no arruinar el final. Es posible que pocos vean esta película,
aunque la tiene aquí
a su disposición, lamentablemente en versión doblada, pero estoy convencido de
que quienes lo hagan gozarán de lo lindo con la soberbia actuación de un actor
austero en registros, pero derrochador en convicción y credibilidad. Insisto en
que se trata de una película del género carcelario que, como Papillon, un caso
parecido al de la presente, por la tortura de la celda de castigo, aquí un
auténtico horno en el que asan a quienes son castigados a ocuparlas, que genera
una tensión narrativa centrada en el conato de fuga, pero cuyas líneas
narrativas básicas tienen más que ver con la venganza, la ética y la
responsabilidad. En fin, un western modesto, pero eficaz y grande por su
exquisita humildad.
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