Memoria y manipulación: Remember o una extraña revisión de The manchurian candidate.
Título original: Remember
Año: 2015
Duración: 95 min.
País: Canadá
Dirección: Atom Egoyan
Guion: Benjamin August
Música: Mychael Danna
Fotografía: Paul Sarossy
Reparto: Christopher
Plummer, Dean Norris, Martin Landau, Henry Czerny,
Jürgen Prochnow, Bruno Ganz,
Peter DaCunha, James Cade, T.J. McGibbon, Kim Roberts.
No ha sido fácil la transición
de Egoyan desde la transgresión a la comercialidad, pero Remember bien puede considerarse una obra magnífica dentro de ese
requisito sin el cual un cineasta puede ver truncada en breve su carrera:
acceder al gran público, interesarle, sin necesidad, por ello, de asumir ni su
adocenamiento ni los códigos imperantes en la bazofia que suele consumir.
Menciono a Spielberg en el título porque, a mi entender, Egoyan ha aprendido de
él la lección de cómo ganar ese público sin renunciar a escarbar en sucesos que
han conmovido a la humanidad. No estamos ante La lista de Schindler ni ante Múnich,
está claro, porque Remember no es una
película tan ambiciosa, sino una aproximación íntima a una realidad, la caza de
los nazis que huyeron de la quema y se refugiaron en identidades que les
permitieron pasar desapercibidos incluso a los sabuesos de Wiesenthal o a los
el Mosad, sobre la que Egoyan ha construido una variación tan inteligente como
sorprendente, porque cuando uno cree que lo ha visto todo al respecto y se sabe
de coro las situaciones y aun los desenlaces, la historia filmada por Egoyan
permite la sorpresa mayúscula que, por supuesto, me abstendré de ni siquiera insinuar,
porque hay películas que sí, son como La
Ratonera, cuyos espectadores se van a casa con la encarecida recomendación de
que se abstengan de revelar el final de la obra que acaban de ver. La película
tiene la virtud de sumar a esa caza la particularidad de que quien ha de llevarla
a cabo, habiendo sido entrenado concienzudamente para ello por un compatriota
inválido, es un anciano con demencia senil y una incapacidad para recordar que
lo obliga incluso a escribirse en el brazo un recordatorio de que ha de leer la
carta con la instrucciones para “descubrir” al nazi que, oculto bajo otro
nombre, acabó con la familia del judío que lo persigue en el campo de
concentración de Auschwitz. Él es, además, el único capaz de reconocer
-descartando la inevitable obra del tiempo- el verdadero rostro del militar
carnicero. Lo curioso, y es lo único que adelanto del final, es que, sin
siquiera verlo, se capaz de identificarlo positivamente gracias a la voz, ese
otro marcador identitario tan fiable como el iris o las huellas digitales,
aunque no exento de falsificación, por supuesto. La película se construye como
una road movie en la que el anciano desmemoriado va tropezando con
diferentes candidatos a alguno de los cuales está a punto de liquidar hasta que
en el último momento se revela que no son la persona buscada, e incluso alguno
de ellos es un judío represaliado como él. De esos encuentros, ninguno tan
logrado como el que tiene con el hijo de un viejo nazi ya fallecido, un policía
que lo acoge porque el asesino le dice que había sido compañero suyo de armas.
El fervor, el entusiasmo y la crueldad xenófoba y antisemita con que el policía
habla de su padre y de sus ideales -una bandera con la cruz gamada preside el salón
familiar- constituye uno de los grandes momentos de la película, perfectamente
interpretado por Dean Norris, el cuñado de Walter White en la excelentísima
serie Breaking Bad. Lo cierto es que
esa “aventura” funciona dentro de la película como un cortometraje impecable,
con planteamiento, nudo y desenlace, ¡y qué desenlace!, del que también me
abstengo de decir nada, porque “hay que verlo”, está claro. El protagonista,
que vive en una residencia que compartía con su esposa, que acaba de fallecer
en el momento en que arranca la acción vengativa, requería una interpretación
como la que Christopher Plummer ha sabido regalarle, haciendo verosímil en todo
momento las limitaciones de la persona y la determinación a ultranza de llegar
hasta el final de la “misión” que su compañero de residencia, un efectivo Martin
Landau, cazador de nazis, le ha diseñado a la perfección, porque no hay paso
que no dé que no haya sido previsto hasta el último detalle por ese eficaz
compañero. De forma paralela, el hijo del protagonista denuncia su separación e
inicia una tan frenética como infructuosa búsqueda de su padre, búsqueda cuya
resolución forma parte del desenlace y sobre la que también me está vedado
explayarme. Vayamos, sin embargo, con la dirección de Egoyan, que renuncia, en
aras de la transparencia narrativa, a buscar ningún efectismo estilístico que
nos aparte de lo que verdaderamente es singular en la historia que narra: la
superación de las dificultades objetivas que el estado senil del personaje
supone y la determinación de culminar una misión que pueda tranquilizar la
conciencia con la satisfacción del deber cumplido: vindicar a su familia. La
película, con un protagonista en permanente movimiento, se mueve con agilidad
por aviones, trenes autobuses, hoteles y taxis, en una peripecia que el
personaje aguanta con la sólida entereza de su fragilidad. Como la acción se
desplaza a Canadá, de donde son ciudadanos tanto el director como el
protagonista, la variedad de escenarios naturales contribuye a reforzar la
aproximación clásica a la historia, porque la cámara se ciñe al protagonista de
una manera tan estrecha como necesaria, porque es a través de él como vamos
viendo la historia, hasta el sorprendente desenlace final que nos lo cambia
todo de arriba abajo. La presencia de otro monstruo de la interpretación como
Bruno Ganz, breve, pero intensa, nos habla bien a las claras del grado de
perfección que quería imprimirle Egoyan a la película, en la que apenas hay
papel secundario, a tenor de la intensidad con que todos son interpretados. Es
cierto que al guion pueden objetársele algunas posibles inverosimilitudes,
teniendo en cuenta la situación del protagonista, pero en modo alguno empecen
la potencia de la historia y la sabiduría fílmica con que Egoyan ha sabido
hacérnosla llegar.
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