Tiempo de represión, tiempo de sumisión, tiempo de
desamor: Tiempo de amor o un triste
retrato al ácido de la represión, la falsa conciencia y la insatisfacción: una
película de facción, más que de ficción…
Título original: Tiempo de amor
Año: 1964
Duración: 95 min.
País: España
Dirección: Julio Diamante
Guion: Julio Diamante, Elena Sáez
Música: Adolfo Waitzman
Fotografía: Juan Julio Baena (B&W)
Reparto: Julia Gutiérrez Caba,
Agustín González, Enriqueta
Carballeira, Julián Mateos, Lina
Canalejas, Carlos Estrada, Carmen Rodríguez, Antonio Queipo.
Con una fotografía en
blanco y negro de Juan Julio Baena, cuyo sello personalísimo acababa de dejar
en una película que parece la cuarta historia de la presente, El buen amor, de Regueiro,, que ya he
criticado en este Ojo con este
título: “El
amor y la tortura sexual antes de las relaciones prematrimoniales en España: El buen amor, de Francisco Regueiro o el
neorrealismo de la pacatería”, descubro ahora esta película de un director,
Julio Diamante, cuya importancia dentro del cine en sus múltiples facetas de dinamizador
cultural en aquel duro Tiempos de
silencio impuesto por el franquismo merece el reconocimiento de todos, y cuya
película, esta, corrobora esa primera edad de oro del cine español tras la
primera década de la posguerra. Como Nueve
cartas a Berta, de Martín Patino, también en la línea de la presente, de la
que podría considerarse la quinta historia de esa degradación profunda del amor
que nos tocó vivir durante el franquismo, Tiempo
de amor es un retrato fidedigno y compasivo de tres situaciones amorosas
que se encadenan en un relato perfectamente hilvanado cinematográficamente, porque
se van dando paso unas a otras con una naturalidad magistralmente engarzada en secuencias
que nos llevan de una a otra historia con una delicadeza y una invención digna
de aplauso. Esas sutiles uniones entre los episodios impide que la película
pueda ser considera precisamente episódica, al estilo de las que los italianos
pusieron de moda, y de las que no hace mucho pude ver una muestra en la
película de Neville, La ironía del dinero,
quizás de lo más flojo de su producción, aunque con algunas secuencias
brillantes. Si sumamos La tía Tula,
de Picazo, rodada también el mismo año que Tiempo
de amor, advertimos que nos sale un ramillete de películas centradas en la
represión sexual, básicamente, que dejan en el espectador un amargo sabor de
boca y una desazón anímica muy profunda, sobre todo si eso forma parte de la experiencia
personal de los espectadores que se ven en parte reflejados en esas tristes
experiencias de unas vidas condicionadas por el oscurantismo religioso y la represión
de unas costumbres alentadas por una dictadura tradicionalista y profundamente
enemiga del cuerpo y del amor, entendidos como ámbito privado de las relaciones
adultas. Si se quiere comprender lo que fue la sociedad española y el salto al
futuro que supuso el final del franquismo -pongamos desde 1968- y, por supuesto,
la llegada de la democracia, nada mejor que someternos a la tristeza inmensa de
ver desarrollarse ante nuestros ojos unas relaciones dominadas por todos esos
factores castradores a los que acabo de referirme. La primera historia es la de
un opositor con flaca memoria y diez años de noviazgo en los que ella, como era
de rigor en la época, no ha cedido sino algún beso robado y, en ningún caso, un
contacto sexual ni siquiera aproximado, aunque en el trance de separación, porque
él ha decidido no presentarse a una
convocatoria tras dos suspensos previos, ella -una impecable Julia Gutiérrez
Caba- accede finalmente a una relación plena aludida ambiguamente en el guion
con un “ahora que te lo he dado todo”, y que nos muestra al hombre -inconmensurable,
como siempre, Agustín González- que, ante las carantoñas devotas de quien ha
descubierto el gozo del placer, mira, en el bar, saciado el deseo, por encima del hombro de
ella, las piernas de la jovencita que va a protagonizar la siguiente historia.
La historia de unas jóvenes dependientas a quienes solicitan unos jóvenes
tarambanas para asistir a una fiesta, un “party” que se dirá a la vuelta de
pocos años, en casa de un soltero acomodado, supone una visión de la juventud muy
dispar: de un lado, los hombres ligeros a la caza de hembras supuestamente “fáciles;
del otro, unas jóvenes abiertas a relaciones más francas y menos pacatas con
los hombres, aun sabiendo la nula predisposición de estos al compromiso serio.
La más joven, una Enriqueta Carballeira, en su tercera aparición en pantalla,
es seducida por un espectacular Julián Mateos haciendo de rico venezolano con
una labia sensual que va hechizando poco a poco a la joven dependienta,
seducida por la “aparición” de un príncipe azul meloso y tentacular que la
acompaña a casa en el “carro” para intentar sacar un rédito sexual, a lo que
ella e opone. La reacción soez, zafia, del don Juan despechado, que pone fin al
episodio en una barriada humildísima, en Entrevías, es de una crueldad que
retrata al personaje hasta las heces. Julián Mateos, que un año antes ya había
dado muestras de su capacidad interpretativa en Young Sánchez, de Camus, realiza una interpretación exquisita y
archiconvincente del meloso seductor cruel. En ese mismo barrio humilde se nos
cuenta la tercera historia, centrada en la mujer insatisfecha que advierte que
su marido, médico en un barrio en el que apenas puede cobrar sus servicios, por
la penuria de sus habitantes, un barrio, además, olvidado de los presupuestos
municipales, enfangado y miserable, no puede sacar a la familia adelante, y que
ella -una Lina Canalejas que viene de rodar esa ultramaravilla que es El mundo sigue, de Fernando Fernán
Gómez- ha de soportar la explotación que supone “cargar” con tres hijos, “llevar”
la casa -tarea en la que le ayuda el hijo mayor, Pedro Mari Sánchez, en su
segunda aparición en pantalla después de La
gran familia, de Palacios y Salvia- y, en una escena casi didáctica, soportar la comparación
con la vida de otras parejas como ellos, pero a los que les sonríe la fortuna,
eso sí, sin hijos y con una práctica médica en el centro de la ciudad… La
historia, que, como las dos anteriores, se centra en e personaje femenino de la
pareja, se convierte en un fulgurante desarrollo de esa insatisfacción que
incluso lleva a un conato de separación, tras haber puesto de vuelta y media al
marido, humillándolo, ante lo que él responde con una bofetada que acaba de
sellar, parece, el divorcio entre ambos. Es cierto que, después, cuando ella,
desasosegada porque es muy tarde y el marido aún no ha vuelto a casa, va a
buscarlo a la casa de gitanos donde ha ayudado a parir a una joven -curiosa la breve
aparición de Lola Gaos, metidísima en su papel de gitana-, descubre la
trascendencia de un ejercicio solidario de la medicina que revaloriza a su
marido ante sus ojos. La secuencia final, con ambos caminando por el barrizal,
ella abrazada a él, y llevando el pollo que les ha regalado el padre de la
parturienta, insufla un cierto optimismo en el espectador y alienta esa brizna
de esperanza que siempre es importante no perder, ni aun en las más adversas
circunstancias. Esta película de Julio Diamante
pasa ya, desde ahora mismo, a formar parte de la memoria necesaria de aquella
desgracia histórica que fue para España el franquismo, traído por la insensatez
de una República a la que hay que despojar de cualquier atisbo de heroicidad
política, máxime si tenemos en cuenta la herencia que nos dejó su intolerancia
y su nulo respeto a los procesos democráticos.
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