El color estridente de la marginación social: Chucu-chú o la tragicomedia individual de los
chabolistas junto a la gran ciudad.
Título original: Dodes 'Ka-Den
Año: 1970
Duración: 140 min.
País: Japón
Dirección: Akira Kurosawa
Guion: Akira Korosawa, Hideo Oguni, Shinobu Hashimoto
Música: Toru Takemitsu
Fotografía: Takao Saito, Yasumichi Fukusawa
Reparto: Zuchi Yoshitaka, Kin
Sugai, Kazou Kato, Junzaburo Ban, Kiyoko Tange.
Es de tan extraña
naturaleza estética y narrativa la
primera película en la que Kurosawa usa el color, que me he lanzado a comprobar
si ha sido estrenada comercialmente en España. No he logrado averiguarlo y he
removido Google con Google hasta la extenuación. A salvo de ser oportunamente
corregido, voy a darla por no estrenada. Recuerdo aún que, a la vuelta de los
cinco años que estuvo sin filmar, tras el fracaso de la presente, fui raudo a
ver Dersu Uzala en el antiguo cine Aquitania, en Tusset, una película
panorámica que, vista desde la última fila de aquel cine larguísimo, aún se
potenciaba más el efecto de distanciamiento infinito de la vasta naturaleza
descrita en la película. Si no recuerdo mal, la anterior suya que había visto
fue Ikiru, Vivir, una película
estremecedora que con Ordet, de
Dreyer son las obras que he considerado durante toda mi vida mis películas
predilectas. Aunque fue nominada al Oscar a la mejor película extranjera, a
Kurosawa le costó mucho esfuerzo conseguir la financiación para la película y,
tras el fracaso comercial de la misma, cayó en una depresión de la que le costó
cinco años salir y en la que no faltaron las ideaciones suicidas, al parecer,
lo que no es de extrañar si recordamos que su hermano mayor, y mentor intelectual
suyo, se suicidó cuando Kurosawa tenía 20 años. El inusual título de la
película es, en japonés, la onomatopeya del ruido del tranvía, o del tren, algo
así como si nosotros, si se hubiera estrenado aquí, la hubiéramos titulado Chucu-chú, por ejemplo. La película es
coral, se nos cuentan varias historias en una barriada de chabolas en el
extrarradio de una gran ciudad, previsiblemente Tokyo. La historia que arranca
la película es la de un joven enajenado que, apasionado de los tranvías,
representa, con gestos de prodigioso mimo, que los conduce a través de un
enorme vertedero de todo tipo de materiales, para desesperación de su madre,
que no deja de rezarles a los dioses para que protejan a su hijo. La propia
casa en donde arranca el retrato de la marginación social, la locura y la violencia
sexual, está totalmente decorada con los dibujos infantiles de los tranvías
llenos de vivísimos colores. En una plaza donde las mujeres lavan y hacen corro
de murmuración, como si fueran un coro griego, van apareciendo los diferentes
personajes de quienes se nos cuentan, muy sucintamente, sus fracasos, unos
trágicos, otros cómicos, otros absurdos, y todo ello con una puesta en escena
de marcado carácter teatral subrayado por un uso del color lleno de
estridencia, como el vestuario de las dos mujeres jóvenes casadas con dos
obreros borrachuzos, así como ciertos elementos de derribo, como el esqueleto
del coche donde viven un padre y un hijo pequeño literalmente muriéndose de
hambre, que es lo que le ocurre al hijo. Un elemento maravilloso que interrumpe
la oscura descripción de la degradación es la casa que el padre va construyendo
en la imaginación del chiquillo, la cual aparece ante el espectador como, propiamente,
un castillo en el aire cuyo colorido va cambiando en función de las
transformaciones con que el padre quiere darle el acabado perfecto antes de que
el hijo y él vayan a habitarla. Excepto un anciano que actúa como una especie
de juez de paz, y que es capa de enfrentarse a un joven violento que amenaza
con causar serios destrozos, los personajes que viven en esas chabolas parecen
vivir al margen unos de otros, incomunicados, como si el respeto a las vidas
ajenas fuera, en realidad, cruel indiferencia: cada cual, a ojos del
espectador, se enfrenta solo a su propia tragedia, sea o no ridícula. El
episodio de la violación de una hija adoptiva y la negativa del marido de la
tía de la niña a aceptar que él tenga ninguna responsabilidad en el asunto, que
se ha complicado con el embarazo de la niña, nos ofrece una muestra de carácter
casi neorrealista, si bien con un arrebato lírico casi inexplicable que imprime
el sello propio del autor. Todas las historias, cada uno en su estilo, suponen
una exploración en la condición humana, y sorprende el desenlace de la del empleado
con unos tics pseudoepilépticos, a medio camino entre el personaje ridículo y
el personaje patético -una extraordinaria actuación, en efecto- que se enfrenta
a sus compañeros de trabajo, a los que invita a su casa, y a quienes la mujer
del empleado recibe con cajas destempladas, lo que los irrita de tal modo que
incluso presionan al marido para que la deje, y ahí es cuando él, incluso
derribando en el suelo al compañero y amenazándolo, escribe un bello poema de
amor incondicional hacia la huraña mujer con quien convive. Había dicho que se
trataba de una obra coral, pero no es cierto, y por lo que llevo dicho es fácil
deducirlo. De hecho, entramos en la vida de cada grupo de personajes sin atender
más que a su peripecia individual, desgajada de una imposible pertenencia a una
colectividad que pueda jugar algún papel en sus vidas. La recreación en estudio
de ese poblado de chabolas, dignas dentro de una humildad casi eremítica,
permite una experimentación del color a través de una fotografía excepcional de
Takao Saito quien colaboró con Kurosawa en dos joyas visuales del autor: Ran y Kagemusha, muy recientemente criticada en este Ojo. Por la primera, Ran,
fue nominado al Oscar a la mejor fotografía. Quiero subrayar con esto que nos
hallamos ante un poderoso film visual, con una estética contemporánea y una
preocupación social indiscutible, y en el que las interpretaciones alcanzan
cotas magistrales. Se me antoja casi imposible de concebir que la película
tuviera tan mala acogida popular, aunque, si hubiera de buscarle una explicación,
esta iría, poca duda me cabe, por el
lado de la ausencia de contemplaciones con que nos enfrenta a lo mejor y lo
peor, a lo trágico y a lo grotesco de la condición humana en un contexto de degradación
económica. Impacta, estremece y enamora visualmente a partes iguales.
Nota: A título anecdótico,
adjunto fotograma que acaso explique el origen de la imagen que se volvió icónica
en American Beauty, de Sam Mendes.
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