sábado, 22 de agosto de 2020

«El mimado de la abuelita», de Fred C. Newmeyer al servicio de Harold Lloyd.



Un cómico a quien admiró Charles Chaplin… en una película magistral, con secuencias tan memorables como la del infiltrado sudista en el cuartel general unionista, y con unos títulos de crédito originalísimos. Una avanzada parodia de la autoayuda…

Título original: Grandma's Boy
Año: 1922
Duración: 60 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Fred C. Newmeyer
Guion: Hal Roach, Sam Taylor, Jean Havez, Harold Lloyd
Música: (Película muda)
Fotografía: Walter Lundin (B&W)
Reparto: Harold Lloyd, Mildred Davis, Anna Townsend, Charles Stevenson, Dick Sutherland, Noah Young.

Buster Keaton y Charles Chaplin son considerados genios del cine mudo de forma indiscutible, lo que incomprensiblemente no se extiende a Harold Lloyd, quien fue motivo de inspiración para ambos y acicate de superación, como se advierte no solo en esta película magnífica, con total vigencia para hacernos pasar una hora divertidísima, sino también con otras dos del autor como The Freshman («El estudiante novato») -inspiración directa para El colegial, de Keaton o Safety last («El hombre mosca»), uno de los grandes éxitos del cine mudo (¡y aun sonoro!) de todos los tiempos, de modo que la figura del protagonista asido a las manecillas del reloj en la fachada del edificio forma parte, propiamente, de la memoria de la humanidad.
En la presente película Harold Lloyd perfila con carácter definitivo los rasgos del héroe tímido, apocado, que habrá de vencerse a sí mismo para poder triunfar en un mundo competitivo sin quedar relegado a mera víctima de los acosadores que suelen olfatear, como los tiburones la sangre en los océanos, la pusilanimidad para convertirla en carne de acoso… El prólogo de la película es muy ilustrativa al respecto, ¡con un Harol Lloyd de once meses, ¡con sus inmortales gafas!  y un niño de once años, que sigue con las mismas y que se niega a luchar con quienes abusan de él. El presente de la historia nos lo muestra en dura competencia por el amor de una vecina con un rival sin escrúpulos, para desesperación de la abuela, quien, para tratar de ayudarlo a superar esa poquedad suya, le narra una historia heroica de su abuelo en la Guerra de Secesión. Ya el primer plano del retrato del abuelo es desternillante, porque es más una parodia de retrato que un retrato propiamente dicho. Con esa caracterización, la secuencia de la incursión del abuelo en el cuartel general unionista es una de las mejores de la película, un gag continuado que encadena las situaciones cómicas con una precisión milimétrica para conseguir un crescendo hasta el desenlace de la parte, casi una narración dentro de la narración que seguía la costumbre, hasta entonces, del «corto» que no iba más allá de los quince o veinte minutos. Harold Lloyd es de los primeros cómicos que ensaya el largometraje cómico, con gran éxito popular, lo cual exige una planificación de los gags que no solo no deja nada a la improvisación, sino que, en un alarde de originalidad, y dada la extensión de las películas, obliga a desviarse de la comicidad «física» del humor de la factoría Sennet, el famoso slapstick, para buscarla complicidad de la inteligencia del público, al que, de paso, enseña a ver el cine de una manera más compleja. Tomemos,  para no teorizar, el comienzo de Safety last!:  Primer plano del protagonista tras unos barrotes con el lazo de una soga de ahorcar detrás de él. Dos mujeres, afligidas, lo acompañan. Un funcionario le dice que andando, que ha llegado el momento. Las mujeres pasan al otro lado de la verja y lo acompañan. Cambia el enfoque de la cámara y lo vemos acercarse al andén de la estación donde tomará el tren para viajar a Nueva York… Un empleado de los ferrocarriles cuelga algo del lazo del inicio. Pasa un tren y el ayudante del maquinista se lleva el lazo consigo… Todo, como decía, estudiado al detalle. Diríase que no hay elemento que entre en el plano que no acabe teniendo participación en la cadena de gags que se acumulan en cualquier secuencia. Pensemos, por ejemplo, en la larga secuencia de Speedy («Relámpago»), un homenaje a Nueva York mucho antes de que Woody Allen los pusiera de moda -parque de atracciones de Coney Island incluido…- en que la pareja protagonista está en el parque y él lleva en el bolsillo una langosta que va provocando tropieza tras tropiezo… ¡Memorable!, pero sobre Speedy, su última película muda, volveré con más detenimiento.
Ahora quiero acabar de darle un empujón a los espectadores que confíen en mi criterio para que no tarden en colocarse ante la pantalla del salón, si el televisor tiene conexión a internet, y que disfruten de una película en la que, gracias al amuleto que le dio una bruja a su abuelo para salvar su pusilanimidad, heredada por el nieto, pueda el protagonista hacer lo mismo y conquistar a su enamorada, venciendo el juego sucio que su rival despliega para impedírselo. A lo largo de la película, hay secuencias que, como ocurre con el traje del abuelo que le deja su abuela para ir a una celebración en casa de la abuela, que a mí particularmente me parece «copiada» de una película de Ford, Bucking Broadway, porque llega con su vestido antiguo y se percata de que lleva el mismo atiendo que el criado negro que sirve a la familia de la novia, como en la de Ford, el protagonista quiere ponerse elegante y acaba como un  patán al lado de un negro que sí es una perfecta y acabada muestra de la elegancia en persona… Detalles al margen, la película puede entenderse, también, como un cursillo ingenioso de autoayuda para mejorar una deficiencia de carácter que le puede llegar a hacer la vida imposible. Desde esa perspectiva,  la creación del personaje se consolida y permite una evolución verosímil del protagonista, que servirá como modelo para otras películas del autor. Valga, a modo de colofón, recordar lo que he hallado en la biografía del autor en la Wikipedia: Chaplin le felicitó efusivamente por la presente película y le dijo que se lo ponía muy difícil para, en futuras empresas suyas personales, ponerse a la altura de lo conseguido por Lloyd. ¡Si con ese aval los espectadores no corren a ver esta «joyita» de Lloyd, yo ya no entendería nada de nada!

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