Un curioso alegato antibelicista en labios de un ocupante nazi de Francia y el mundo de la resistencia visto como una película de espías. La sensibilidad no entiende de ideologías; ni el espionaje de compasión.
Título original: Le silence de la mer
Año: 1949
Duración: 83 min.
País: Francia
Dirección: Jean-Pierre Melville
Guion: Jean-Pierre Melville
Música: Edgar Bischoff
Fotografía: Henri Decaë
Reparto: Howard Vernon, Jean-Marie Robain, Nicole Stephane, Georges
Patrix, Ami
Aaroe, Denis Sadier.
Título original: L'armée des ombres
Año: 1969
Duración: 139 min.
País: Francia
Dirección: Jean-Pierre Melville
Guion: Jean-Pierre Melville (Novela: Joseph Kessel)
Música: Eric Demarsan
Fotografía: Pierre Lhomme
Reparto: Lino Ventura, Simone Signoret, Paul Meurisse, Jean-Pierre
Cassel, Paul Crauchet, Serge Reggiani, Claude Mann, Christian Barbier.
Muy curiosos estos dos acercamientos del gran cineasta francés
Jean-Pierre Melville a la resistencia francesa frente a la invasión alemana
durante la Segunda Guerra Mundial: una, a pocos años; la otra, la más compleja,
a muchos años de distancia, y, sin embargo, la verdadera obra maestra es la
primera, la que esta más cerca de la contienda; la segunda, a pesar de la
distancia, pierde la serenidad de la objetividad de la primera para adentrarse
en un relato fatalista que se acerca mucho al espíritu del nihilismo existencialista
de los años cincuenta. La primera reacción fue pacífica; la segunda, violenta.
La primera es recogida por Melville en una película llena de lirismo y que
deviene un brillante alegato antibelicista; la segunda tiene auténticos tintes
épicos y es un canto a la dignidad de quien se resiste al invasor aun a riesgo
-en aquel entonces propiamente la seguridad- de perder la propia vida.
El silencio del mar es una película en banco y negro,
rodada, en uno de los invierno de la ocupación, en un pueblo pequeño en el que
los oficiales alemanes se han repartido por las mejores casas de la localidad
para compartir la casa con sus anfitriones forzados. Un oficial cojo se instala
en una casa en la que un hombre mayor vive con su sobrina, que cuida de él.
Ambos reciben al huésped indeseable y forzado con un silencio glacial que no
romperán en toda la película. Una voz en off, la del tío anciano, nos irá
relatando, casi de forma redundante, lo que vemos, porque la película,
propiamente dicha, es un monólogo interminable del oficial alemán enamorado de
Francia, del francés y de la cultura y la vida francesas. El hombre entiende el
silencio defensivo de sus anfitriones forzados y en ningún momento intenta variarlo
ni, mucho menos, tomar represalias contra ellos por esa actitud que, revestida
de total dignidad, choca frontalmente con el retrato de un alma sensible, culta
y de modales exquisitos que se nos irá dando en esos monólogos en los que busca
la interlocución de sus anfitriones pero no halla más que el silencio más
espeso que se haya oído nunca en el cine. Y, sin embargo, a través de pequeños
gestos, de miradas desviadas, de reacciones insospechadas hay una línea narrativa
sumergida que irá aflorando poco a poco, es decir, que las revelaciones autobiográficas
del invasor no caerán en saco roto, aunque en ningún momento se establece una
relación directa entre ellos. El retrato del noble humanista, Werner von
Ebrennac, no choca, propiamente, con sus anfitriones franceses, sino, sobre
todo, con la tendencia supremacista y psicópata de sus conciudadanos, como lo
demuestra el jocoso y terrible episodio del matrimonio fallido, por ejemplo, o
la frialdad emocional con la que sus compañeros de milicia hablan de la “solución
final”. El proceso de separación se produce, en consecuencia, entre él y lo que
representa su uniforme, por eso, ante el escaso eco hallado en sus anfitriones para
una sensibilidad que buscaba el consuelo de las almas gemelas, aunque
estuvieran «en el otro bando», no le queda más remedio que tomar la decisión de
abandonar el plácido retiro francés y solicitar su incorporación al frente
ruso, en primera línea de fuego, lo que equivale, en términos civiles a su
suicidio. Melville nos retrata, paradójicamente, el ideal de una Europa unida a
través de la cultura y la sensibilidad, una Europa que comparte todas las artes
y que se hermana en la sensibilidad artística par forjar una unión continental,
es decir, se anticipa a nuestra realidad actual, por más que sea la economía, el
eje alrededor del cual se ha vertebrado la unión continental, pero ello no ha
impedido que los programas culturales como las becas Erasmus, por ejemplo, se
hayan aproximado al ideal del noble alemán. Poco a poco, a medida que se van
sucediendo los monólogos del oficial, la visión que se tiene de él cambia tanto
como para que al espectador le parezca que el silencio de sus anfitriones lo
someten a una tortura innecesaria, que no se merece. Esa inversión de las empatías
es uno de los grandes aciertos de la película, a la altura de la línea narrativo
críptica que se cobija en el densísimo silencio de los interlocutores que jamás
interactúan con él. La película tiene, ya lo he dicho, un lirismo que va más
allá de las evocaciones artísticas, musicales -el oficial es músico-,
literarias o filosóficas, porque está construido a partir de un repertorio de
tomas que se multiplican para, aun transcurriendo la acción en una sola sala de
la casa, lograr un relato cinematográfico que sugiere más que denota. Los
exteriores, escasos, pero muy hermosos, contribuyen a aligerar la presión del
interior en lo que tiene de «mazmorra» para los anfitriones y de «escenario»
para el noble empeñado en seducirlos, sobre todo a la sobrina, porque conseguir
su favor es el destino que tiene la evolución de sus confidencias: intuye que
ella es su «alma gemela» y que puede llegar a ser correspondido. Quienes la
vean lo sabrán… Lo que no pueden hacer es dejar de ver una película tan europea
y tan apasionada, desde luego…
El ejército de las sombras, por su parte, que opta
por la épica, nos sitúa ante los esfuerzos románticos de un tejido muy
protocolizado de relaciones personales paramilitarizadas que pretenden burlar
la omnivigilancia del ejército alemán invasor para atentar contra él, en
colaboración con el ejército inglés, quienes, como se dice en la película, no
confían demasiado en la efectividad de la resistencia francesa. De hecho, a
juzgar por lo que nos narra la película, la organización está más preocupada
por salvar el pellejo de los miembros de la misma que por atacar al enemigo
invasor. Poco a poco, desde la huida del protagonista de un campo de
prisioneros en el que hay enemigos del Reich de toda condición y nacionalidad: gitanos,
comunistas, judíos, españoles…, la película se centra en los esfuerzos por
escapar al cerco de las autoridades alemanas que van deteniendo, poco a poco, a
los principales activistas de ese ejército «de las sombras». La ausencia, con todo, de una perspectiva
emocional, es la clave de la película, que adopta un tono casi de documental
para describir minuciosamente las estrategias de camuflaje de ese ejército
contra el que los alemanes no deberían de poder luchar. Hay muchas escenas que más pertenecen a las películas
de espías que, propiamente, a las bélicas, en las que hubiera debido integrarse
esta sobre la resistencia, caso de haber optado por una descripción de los
sabotajes con que se golpeara al enemigo. Desde esta perspectiva del espionaje,
así pues, la frialdad, el silencio, la distancia, el desapego, el sentido del
deber y el laconismo consecuente nos acercan al cine «negro» de Melville, y
concretamente a El silencio de un hombre (Le Samouraï), esa joya
protagonizada por Alain Delon en la cima de sus cualidades. Advertimos, en
consecuencia, que, a pesar de que podamos hablar de un cine político, histórico
o «de compromiso», en el caso de estas dos películas sobre la resistencia, las
constantes del lenguaje cinematográfico del autor se mantienen intactas a
través de toda su obra. La interpretación de Lino Ventura y de Simone Signoret
son memorables, dos actores que expresan lo inefable con la mayor economía de
medios posible. Me parece un programa doble que puede resultar muy atractivo
para la mayoría de espectadores.
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