El adulterio en un clima de exacerbación política y religiosa: la rivalidad entre palestinos e israelíes o lo peor de cada bando…
Título original: The Reports on Sarah and Saleem akaAño: 2018
Duración: 127 min.
País: Palestina
Dirección: Muayad Alayan
Guion: Rami Musa Alayan
Música: Frank Gelat, Charlie Rishmawi, Tarek Abu Salameh
Fotografía: Sebastian Bock
Reparto: Ishai Golan, Hanan Hillo, Maisa Abd Elhadi, Kamel El Basha, Sivane Kretchner, Bashar Hassuneh, Adeeb Safadi, Jan Kühne, Rebecca Esmeralda Telhami, Mohammad Eid, Mohammad Titi, Amer Khalil.
Recuerdo Los limoneros, del israelí Eran Riklis, como una película valiente que
se atrevía a meterse en el avispero del contencioso entre los palestinos y los
israelíes sin las anteojeras de los prejuicio, sino con el espíritu abierto a
la búsqueda de la verdad sin apriorismos de ningún tipo. Ya he visto alguna que
otra película, como El divorcio de Viviane Amsalem, de Ronit Elkabetz y
Shlomi Elkabetz, desde la “perspectiva” israelí, pero me faltaba añadir una
desde el “lado” palestino. La película de Muayad Alayan, con escenas de sexo
explícito, por ejemplo, me hizo pensar, al principio, que se trataba de una película
israelí, porque no acababa de «casarme» semejante atrevimiento en la sociedad
palestina. Acabada de ver e informado de los pormenores -siempre me informo a
posteriori para no condicionarme jamás el visionado-, advierto que está rodada,
en parte, en Cisjordania, lo cual ya explica cierta libertad de expresión,
imposible a todas luces en la franja de Gaza, donde el islamismo radical
gobierna la sociedad con códigos medievales, muy del estilo, por otro lado, del
de los ortodoxos judíos que están casi en lucha permanente contra las
autoridades israelíes.
Una anécdota trivial, el flechazo entre un repartidor de
bollería y la dueña de una cafetería, se va a convertir, por un encontronazo en
un bar de «ambiente» de Belén, poco menos que un conflicto diplomático, o mejor
dicho, en un conflicto entre servicios de inteligencia: palestinos e israelíes.
El marido de ella es un oficial del ejército que trabaja en los servicios de información
y que no parece un hombre demasiado apasionado sexualmente, amén de no poder
hablar de su trabajo con su mujer, dado el carácter secreto de su trabajo. Al
protagonista, por su parte, que malvive como repartidor y que espera un hijo de
su mujer, esta le impide el acceso carnal «por la seguridad del niño»…. La
pareja recibe la ayuda del hermano de ella para poder pagar sus facturas, y
ello lleva a que el cuñado, implicado en actividades políticas, lo reclute para
hacer de mensajero y llevar «mercancías» nunca especificadas a las ciudades
palestinas cercanas a Jerusalén. En Belén se arma el ídem, en un bar musical,
cuando un paisano se acerca a la mujer israelí pretendiendo ligar con ella;
Saleem sale en su defensa, intercambia unos golpes con el don juan belenita y, días
después, es acusado poco menos que de espía sionista. Un líder terrorista lo
ampara, pero Saleem ha de confesar que hacía labores de espionaje para ese líder,
y detallar en un informe lo que hacía con la mujer, relaciones sexuales incluidas.
Cuando ese informe llega a manos de los servicios secretos israelíes, Saleem
vuelve a ser detenido, pero ahora con la perspectiva de estar un buen puñado de
años en la cárcel.
Las relaciones personales, tras ese planteamiento inicial,
retoman el protagonismo de la historia; y entonces entran en acción las
mujeres, quienes asumen una función a medio camino entre lo judicial y lo
emocional. Se está ventilando una dura condena; pero también un adulterio. La
mujer israelí, cuando su marido es informado de «los hechos», ha de librar una
batalla contra este; del mismo modo que la protagonista palestina ha de
enfrentarse a la infidelidad del marido, de quien, solo con una condena judicial,
podría divorciarse, al haber firmado en
el contrato de boda que renunciaba al derecho a pedir el divorcio.
Sí, la película está construida muy inteligentemente, porque
las dos historias de los dos matrimonios convergen en el adulterio de Sarah y
Saleem, ambos residentes en una ciudad, Jerusalén, en permanente disputa entre
israelíes y palestinos; pero, además, se cruzan los prejuicios culturales y
religiosos de ambas comunidades ante una relación «mixta» que nadie entiende
desde los dogmas de cada una de las partes. Desde este punto de vista, en la
película hay cierta esperanza larvada, por más que la historia tenga el
desenlace que tiene, más que apegado a la realidad y a lo estrictamente verosímil.
El director consigue, a través de un guion muy clarito -una virtud cuando
pensamos en lo mucho que tiene de laberinto ese enfrentamiento entre israelíes
y palestinos- desnudar las intolerancias, los fanatismos, los racismos y el
Sinaí de prejuicios que separa a ambas comunidades. La progresión del «caso» a
través de la irrupción de los servicios secretos de uno y otro lado está
calculada al milímetro y no voy a decir que tiene un aire de thriller, porque
estamos ante un drama social con estructura de melodrama; pero es muy cierto
que el interés por el destino de los personajes nos acompaña hasta el mismísimo
momento del desenlace.
No creo que esta película pueda caer dentro de lo que
habitualmente se entiende por cine «étnico», aunque tampoco ha de entenderse
como una muestra de cine «político», pero está fuera de toda duda que el conflicto
humano que nos retrata está afectado por todas esas circunstancias que tanto
marcan y condicionan el desarrollo de la vida privada en esa zona del mundo. Lo
interesante, en este caso, es contemplar desde la perspectiva palestina una
realidad tan delirantemente abocada a la violencia y al enfrentamiento. Muy
instructiva sí que lo es, sin duda. Me parece tan ejemplar, para conocer la
vida en aquellos territorios en este momento como me lo pareció Una separación,
de Asghar Farhadi, para conocer la vida
cotidiana en Irán, al margen de la propaganda del régimen de los ayatolás.
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