Un melodrama que se convierte en tragedia: amores y pasiones del proletariado emigrante.
Título original: Toni
Año: 1935
Duración: 82 min.
País: Francia
Dirección: Jean Renoir
Guion: Jean Renoir, Carl Einstein
Música: Paul Bozzi
Fotografía: Claude Renoir (B&W)
Reparto: Charles Blavette, Celia Montalván, Édouard Delmont, Max
Dalban, Jenny Hélia, Michel Kovachevitch.
¡Quién me iba a decir que con casi quince años de antelación
Renoir iba a descubrir un género que luego se adjudicaría en exclusiva a los
realizadores italianos, el neorrealismo…? Pues así es. Cualquier película de
Renoir es siempre atractiva, porque el director lo vale; pero, acostumbrado a
una cierta estilización en sus realizaciones, no me esperaba esta suerte de crónica
de la pobreza y las pasiones amorosas entre inmigrantes. La película se abre
con la llegada de un tren de emigrantes que vienen de Italia para encontrar
trabajo cerca de Marsella. Vienen cantando, los emigrantes, hermosas canciones
populares italianas que nos hablan de la nostalgia y del pesar por abandonar la
tierra y a los seres queridos. La luz agreste del sol meridional, la pobreza de
la indumentaria y los espacios degradados en que se mueven los personajes nos
hablan enseguida de la pobreza esencial de unos seres que se buscan la vida
donde pueden y haciendo cualquier trabajo no cualificado. El personaje que da título
a la película, Toni, soñador, enamoradizo y de buen corazón, además de voluntarioso,
no tarda -una elipsis afortunada que nos ahorra un largo proceso de amores- en
acomodarse sentimentalmente con la patrona de la pensión donde viven otros trabajadores
que, como él, han encontrado trabajo en la cantera, como picadores. Esos años
pasados han conseguido que la patrona advierta señales de hastío y cansancio en
Toni, amén de saber que anda enamorado de una joven de origen español, Josefa,
interpretada por la actriz mejicana Celia Montalván con una propiedad y gracia
españolas que aparecen en cada una de sus intervenciones en castellano en la
película. En esas andanzas de don Juan, Toni se aproxima a Josefa y se enciende
de amores, pero no cuenta con que el capataz de la cantera se la disputa.
Josefa, que se nos presenta muy pero que muy ligera de cascos, a pesar de la
mojigatería con que aparenta una castidad a prueba de bombas, se deja seducir
por el capataz, a pesar de las implícitas promesas de amor hechas a Toni -y la
secuencia de la picadura de la avispa con la extracción del aguijón y la succión
bucal del veneno son de una sensualidad extraordinarias-, y acaba casándose con
él, lo que, en parte por despecho, lleva a Toni a acceder a casarse con su
patrona, y celebrar la boda conjuntamente con su rival. A partir de ese momento
entramos ya en la senda por la que se acabará desencadenando la tragedia.
La película está rodada casi toda en exteriores y con muchos
actores no profesionales, con sonido directo y nada menos que con Luchino
Visconti como ayudante de dirección de Renoir, lo que viene a certificar la
poderosa influencia de esta película en el neorrealismo que aún no había ni
siquiera nacido como tal, y que tendría que esperar diez años para, con Roma,
ciudad abierta, de Rossellini, entrar en la Historia del cine. La película
destila una sensación de verdad, de algo genuino, con un poder narrativo muy
poderoso. La sensación de que el fatalismo se cierne sobre las relaciones
humanas de un modo inexplicable lo permea todo. Sin embargo, la historia nos
permite entrar en el conocimiento, sobre todo, de los confusos sentimientos del
protagonista y de su bondad innata. También del sufrimiento que, inadvertidamente,
su ciega pasión pueda causar en un tercero -a ese respecto la secuencia del
suicidio en el mar de la patrona con quien se ha casado Toni es un prodigio de
austeridad fílmica y, al tiempo, de una belleza arrebatada: el modo como Toni
lleva en brazos a Marie y, cuando esta despierta, el modo como ella lo rechaza
llegan directamente al corazón del acongojado espectador.
Toni no es una de las películas más famosas de
Renoir, y no entiendo por qué, excepto que el hecho de tratarse de las pasiones
de la gente más humilde haga creer a los espectadores o los estudiosos del cine
que, sin el glamour correspondiente, nada puede tener un interés
sustantivo. Pues sucede justo lo contrario: la excepcional naturalidad de los
actores en esta película, en la que el abuso de los inmigrantes forma parte primordial
del contexto, y el ambiente rural en el que transcurre la acción, así como la banda
sonora de las canciones italianas de los emigrantes, intercaladas siempre con
una poderosa eficacia lírica, dotan a la película de esa poderosa sensación de
realidad que tiene siempre en el cine bien hecho el retrato de la miseria y de
los menesterosos.
Cuando la tragedia se ha consumado, con un crescendo que
sobrecoge el ánimo, la película se recoge sobre sí misma y volvemos al inicio
de la misma, con otros inmigrantes que bajan del tren con el mismo afán emprendedor
con el que bajó Toni de él tres años antes y con las mismas canciones melancólicas
que nos hablan de despedidas, de añoranzas y de soledades. De algún modo, viene
a decirnos Renoir, es cíclico el destino de las personas: rellenamos un destino
que ya ha sido escrito por la fatalidad trazada por los dioses para cada uno de
nosotros. Está claro, pues, el terrible mensaje; pero también los arraigados
valores de personas como Toni, fieles a sus sentimientos, por mucho que las
circunstancias se alíen contra sus designios. Renoir nos ofrece una auténtica lección
de vida, centrando su interés en seres que no parecen tener ninguna importancia
para nadie: sabe ahondar en sus conflictos y nos revela la grandeza de los
sentimientos que albergan todas las personas.
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