jueves, 20 de agosto de 2020

«The Gentlemen: Los señores de la mafia», de Guy Ritchie o «el artefacto»…



Elogio de la deconstrucción bienhumorada del relato de la violencia del gansterismo moderno…

Título original: The Gentlemen
Año: 2019
Duración: 113 min.
País: Reino Unido
Dirección: Guy Ritchie
Guion: Guy Ritchie (Historia: Guy Ritchie, Ivan Atkinson, Marn Davies)
Música: Christopher Benstead
Fotografía: Alan Stewart
Reparto: Matthew McConaughey, Charlie Hunnam, Hugh Grant, Colin Farrell, Eddie Marsan, Henry Golding, Michelle Dockery, Jeremy Strong, Jason Wong, Jordan Long, Russell Balogh, Chidi Ajufo, Lyne Renee, Max Bennett, Eugenia Kuzmina, Togo Igawa, Tom Wu, Simon. R. Barker, John Dagleish, Lily Frazer, Gershwyn Eustache Jnr, Samuel West, Geraldine Somerville, Franz Drameh.

         Entra uno ya en la edad en la que los hijos se te adelantan y te llegan de las salas de cine con la recomendación bajo el brazo…, y esta vez ninguno de los dos se ha equivocado: The Gentlemen es una película en la que el sentido del humor se sobrepone a la violencia inherente al tema de las mafias que trafican con las drogas, con la “socialmente aceptable”, la mariguana, y con la “perversa”, la heroína. Estamos en presencia de un «artefacto», así la califico en el título, porque me parece lo más exacto: descomponer la palabra, «arte» «facto», del mismo modo que la película descompone el relato, lo «deconstruye», como deconstruyó Woody Allen a Harry, en una de sus memorables películas, para gozar del arte supremo de las historias bien contadas, que no son otras que aquellas que nos imantan la atención desde el principio hasta el final, y de la que incluso las digresiones nos merecen idéntica atención que el hilo central, aunque aquí, propiamente, no deberíamos hablar de «digresiones», sino de «meandros».
         Guy Ritchie es un director algo efectista y subyace en su cine una irrenunciable estética de video-clip. Aquí se contiene y arma una película más «clásica», lo que se agradece, aunque les complica la vida a los espectadores con un admirable truco que sustenta la extraña percepción que acaban teniendo, los mismos, del flash back que va progresando hasta ese momento conocido, muy al final de la película. Lo importante, por lo tanto, como en las buenas historias, no es tanto el desenlace cuanto el camino que nos lleva a él.
         Las luchas por el control de la distribución de droga se nos presentan no como un asunto sórdido entre bandas marginales, sino, como en las viejas películas, como un asunto de «ricos», bien considerados socialmente, que negocian, en este caso, la «transferencia» de un negocio boyante a un precio razonable. Y en este momento del arreglo final entre un exquisito empresario judío y el arribista de turno que se codea incluso con la aristocracia inglesa -los espectadores ya se reirán en su momento de las bases de dichas relaciones-, hace acto de presencia la vieja maquinadora de todos los males de la especie: ¡la avaricia!, de la que Stroheim hizo una obra maestra, acaso una de las cinco mejores películas de la Historia del Cine, y comienza la «movida»…
         Reunir en el mismo argumento a la mafia china, el Mossad,  los matones a sueldo de los grandes empresarios monopolistas rusos, la mafia «local», representada por el protagonista, un McConaughey que se las sabe todas, y un comando de artes marciales dirigidos por un espectacular Colin Farrell no es tarea fácil, y menos aún que todo vaya encajando como las piezas de un puzzle que se articula a partir del relato de toda la historia que hace un observador externo, Hugh Grant, a la caza y captura de una recompensa por la información que ha logrado reunir pacientemente con sus artes de periodista de investigación. Como un cuento de Las mil y una noches, Grant despliega ante los escépticos oídos del fidelísimo lugarteniente del protagonista las averiguaciones que van descubriendo los movimientos ocultos que son razón última de los «contratiempos» que padece el negocio del «Señor de la mariguana».
         La estética muy de high class de la mayor parte de los personajes de la historia, que contrasta con la degradación de los jóvenes enganchados que comparten la miseria casi absoluta, a pesar de ser hijos de esas clases poderosas y pudientes, pone un sello de elegancia sobrevenida que nos lleva a pensar en series como Downton Abbey -una de cuyas principales actrices, Michelle Dockery, tiene aquí un destacadísimo papel cumplido a la perfección- o The Crown. Hay una estilización del relato solo interrumpida por los inevitables ajustes de cuentas y las escenas de inevitable violencia que, con todo, no se recrean en la crueldad, sino que son afrontadas con un humor que se agradece. Hay, por lo tanto, un factor de farsa que, sin ahorrarnos la crudeza, la suaviza de modo que la impresión final del espectador sea la de haber asistido a una «comedia de gángsters» o ansí…
         The Gentlemen tiene un reparto de lujo, y ese quizás sea el principal atractivo de la película, porque, además, todos rozan literalmente la perfección. Hay «creaciones», como la de Colin Farrell, que constituyen una maniobra de arte en sí mismas, del mismo modo que, aunque a distancia, la del propio Huhg Grant, en un papel inusual que resuelve con excelente habilidad, muy «a lo Al Pacino», me atrevería a decir. Falsos héroes y contumaces villanos contribuyen estupendamente al perfecto equilibrio entre la violencia y la comedia para redondear una película que se ve con tantísimo placer como con tanta velocidad desaparece del recuerdo, una vez vista. Pura artesanía, pues, al servicio de uno de los grandes pilares del Séptimo Arte: el entretenimiento. Y aquí, en The Gentlemen, está garantizado.

2 comentarios:

  1. Pues a mí no me gustó tanto.
    Para verla una vez y ya está.

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    1. Lo segundo he dicho yo también en la Crítica. Me han gustado, sobre todos, dos cosas: el artificio narrativo y las interpretaciones, muy ajustadas todas ellas. Los sajones tienen el secreto del casting, desde luego...

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