Elogio de la
deconstrucción bienhumorada del relato de la violencia del gansterismo moderno…
Título original: The
Gentlemen
Año: 2019
Duración: 113 min.
País: Reino Unido
Dirección: Guy Ritchie
Guion: Guy Ritchie
(Historia: Guy Ritchie, Ivan Atkinson, Marn Davies)
Música: Christopher Benstead
Fotografía: Alan Stewart
Reparto: Matthew
McConaughey, Charlie Hunnam, Hugh Grant, Colin Farrell, Eddie Marsan, Henry
Golding, Michelle Dockery, Jeremy Strong, Jason Wong, Jordan Long, Russell
Balogh, Chidi Ajufo, Lyne Renee, Max Bennett, Eugenia Kuzmina, Togo Igawa, Tom
Wu, Simon. R. Barker, John Dagleish, Lily Frazer, Gershwyn Eustache Jnr, Samuel
West, Geraldine Somerville, Franz Drameh.
Entra uno ya en
la edad en la que los hijos se te adelantan y te llegan de las salas de cine con
la recomendación bajo el brazo…, y esta vez ninguno de los dos se ha
equivocado: The Gentlemen es una película en la que el sentido del humor
se sobrepone a la violencia inherente al tema de las mafias que trafican con
las drogas, con la “socialmente aceptable”, la mariguana, y con la “perversa”,
la heroína. Estamos en presencia de un «artefacto», así la califico en el
título, porque me parece lo más exacto: descomponer la palabra, «arte» «facto»,
del mismo modo que la película descompone el relato, lo «deconstruye», como
deconstruyó Woody Allen a Harry, en una de sus memorables películas, para gozar
del arte supremo de las historias bien contadas, que no son otras que aquellas
que nos imantan la atención desde el principio hasta el final, y de la que
incluso las digresiones nos merecen idéntica atención que el hilo central,
aunque aquí, propiamente, no deberíamos hablar de «digresiones», sino de «meandros».
Guy Ritchie es
un director algo efectista y subyace en su cine una irrenunciable estética de video-clip.
Aquí se contiene y arma una película más «clásica», lo que se agradece, aunque les
complica la vida a los espectadores con un admirable truco que sustenta la
extraña percepción que acaban teniendo, los mismos, del flash back que
va progresando hasta ese momento conocido, muy al final de la película. Lo
importante, por lo tanto, como en las buenas historias, no es tanto el
desenlace cuanto el camino que nos lleva a él.
Las luchas por
el control de la distribución de droga se nos presentan no como un asunto sórdido
entre bandas marginales, sino, como en las viejas películas, como un asunto de «ricos»,
bien considerados socialmente, que negocian, en este caso, la «transferencia»
de un negocio boyante a un precio razonable. Y en este momento del arreglo
final entre un exquisito empresario judío y el arribista de turno que se codea incluso
con la aristocracia inglesa -los espectadores ya se reirán en su momento de las
bases de dichas relaciones-, hace acto de presencia la vieja maquinadora de
todos los males de la especie: ¡la avaricia!, de la que Stroheim hizo una obra
maestra, acaso una de las cinco mejores películas de la Historia del Cine, y
comienza la «movida»…
Reunir en el mismo
argumento a la mafia china, el Mossad, los matones a sueldo de los grandes empresarios
monopolistas rusos, la mafia «local», representada por el protagonista, un McConaughey
que se las sabe todas, y un comando de artes marciales dirigidos por un
espectacular Colin Farrell no es tarea fácil, y menos aún que todo vaya
encajando como las piezas de un puzzle que se articula a partir del
relato de toda la historia que hace un observador externo, Hugh Grant, a la
caza y captura de una recompensa por la información que ha logrado reunir
pacientemente con sus artes de periodista de investigación. Como un cuento de Las
mil y una noches, Grant despliega ante los escépticos oídos del fidelísimo
lugarteniente del protagonista las averiguaciones que van descubriendo los
movimientos ocultos que son razón última de los «contratiempos» que padece el
negocio del «Señor de la mariguana».
La estética muy
de high class de la mayor parte de los personajes de la historia, que
contrasta con la degradación de los jóvenes enganchados que comparten la
miseria casi absoluta, a pesar de ser hijos de esas clases poderosas y
pudientes, pone un sello de elegancia sobrevenida que nos lleva a pensar en
series como Downton Abbey -una de cuyas principales actrices, Michelle
Dockery, tiene aquí un destacadísimo papel cumplido a la perfección- o The
Crown. Hay una estilización del relato solo interrumpida por los
inevitables ajustes de cuentas y las escenas de inevitable violencia que, con
todo, no se recrean en la crueldad, sino que son afrontadas con un humor que se
agradece. Hay, por lo tanto, un factor de farsa que, sin ahorrarnos la crudeza,
la suaviza de modo que la impresión final del espectador sea la de haber
asistido a una «comedia de gángsters» o ansí…
The
Gentlemen tiene un reparto de lujo, y ese quizás sea el principal atractivo
de la película, porque, además, todos rozan literalmente la perfección. Hay «creaciones»,
como la de Colin Farrell, que constituyen una maniobra de arte en sí mismas,
del mismo modo que, aunque a distancia, la del propio Huhg Grant, en un papel
inusual que resuelve con excelente habilidad, muy «a lo Al Pacino», me
atrevería a decir. Falsos héroes y contumaces villanos contribuyen
estupendamente al perfecto equilibrio entre la violencia y la comedia para
redondear una película que se ve con tantísimo placer como con tanta velocidad
desaparece del recuerdo, una vez vista. Pura artesanía, pues, al servicio de uno
de los grandes pilares del Séptimo Arte: el entretenimiento. Y aquí, en The
Gentlemen, está garantizado.
Pues a mí no me gustó tanto.
ResponderEliminarPara verla una vez y ya está.
Lo segundo he dicho yo también en la Crítica. Me han gustado, sobre todos, dos cosas: el artificio narrativo y las interpretaciones, muy ajustadas todas ellas. Los sajones tienen el secreto del casting, desde luego...
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