Un clásico
usamericano: El heroico papel del periodismo frente a las grandes corporaciones
empresariales.
Título original: The Insider
Año: 1999
Duración: 151 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Michael Mann
Guion: Eric Roth, Michael
Mann. Artículo: Marie Brenner
Reparto: Al Pacino; Russell Crowe; Christopher Plummer; Diane Venora; Philip
Baker Hall; Colm Feore; Bruce McGill; Lindsay Crouse; Debi Mazar; Gina Gershon;
Stephen Tobolowsky; Michael Gambon; Rip Torn; Michael Moore; Nestor Serrano; Hallie
Kate Eisenberg: Wanda De Jesus; Cliff Curtis; Michael Paul Chan; Lynne Thigpen;
Linda Hart;
Robert Harper; Peter Hamill; Wings Hauser, etc.
Música: Lisa Gerrard, Pieter
Bourke
Fotografía: Dante Spinotti.
La película arranca
con la preparación de una entrevista entre los periodistas de la CBS y el líder
de Hizbulá en un lugar secreto adonde han conducido, vendados, a los
periodistas. La cámara subjetiva nos permite distinguir el entramado de la tela
que ciega al periodismo que nos quiere revelar la verdad del mundo. De hecho, cuando
se acepta la entrevista, hay una pequeña lucha de «espacios» en la que
prevalece el derecho del periodista a que nadie le diga cómo ha de hacer su
trabajo, muy digno. Y yo, que no conocía la película, pensé que había dado con
una situación actualísima, como tantas otras veces; pero no, ese prólogo viene
a significar algo así como el canto del cisne del heroico periodista que defiende
su sagrada misión informativa con uñas y dientes mucho antes de capitular ante
los intereses de la compañía para la que trabaja, dejando solo al periodista «sesentayochista»,
versión California, inspirado por Marcuse, en defensa de la verdad frente al poder de
coerción de los dueños del negocio televisivo, porque hablamos de la CBS y la
entrevista que consiguieron con el químico que testificó contra las grandes
compañías de tabaco sobre el poder adictivo de la nicotina para que fuera
considerada una droga nociva con resultadas que se evaluaban en millones de
dólares empleados en el tratamiento de las enfermedades derivadas de un consumo
que las compañías publicitaban como «seguro» ¡y aun «saludable»! Los tira y afloja de los demandantes y las
compañías tabacaleras tuvieron su inicio en la declaración del protagonista de
la película, quien sufrió, literalmente, un calvario, divorcio incluido, por
decir la verdad: que la nicotina es adictiva y que la cumarina que le añadían a
los cigarrillos multiplicada esa adicción.
La película se
estructura a medio camino entre el thriller político, el documental
periodístico y el género de la lucha del David anónimo contra el Goliat
financiero, en este caso las muy poderosas empresas tabacaleras, en la línea de
películas como Aguas oscuras, de Todd Haynes y Erin Brockovich,
de Steven Soderbergh. En la piel del químico que pone en jaque su vida y su
comodidad por amor a la verdad, se pone un actor que da perfectamente el papel
de trabajador que antepone la honestidad a la cláusula de silencio sobre todo
lo relativo a la empresa que firmó al entrar en ella. Es un periodista
investigador de la CBS, Al Pacino, quien va achuchándolo para que diga lo que
sabe e incluso para que lo declare ante un tribunal, además de prestarse a
revelarlo en una entrevista para el programa 60 minutos, un clásico del
periodismo de investigación en Usamérica, con una estrella muy discutida y de
la que aquí apenas se habla sino para reflejar que, en caso de conflicto, él se
pone de parte de la empresa que le paga, porque, además, está en un proceso de
ser vendida a otra y no puede soportar las denuncias que lloverían sobre ella
de las tabacaleras por difamación.
Como en toda
película en la que se juega con mucha información y cambios casi constantes de
escenario, cuesta trabajo retener todos los extremos de la historia y la
naturaleza concreta de los retos a que se enfrentan si hacen pública la entrevista.
El periodista encarnado por Al Pacino removerá Roma con Santiago hasta
conseguir que una publicación de
prestigio se interese por la historia y la lleve a sus titulares, algo que
sucede con The New York Times, lo que, de rebote, conseguirá que el
programa de televisión acabe siendo emitido, cuando ya ha quedado claro ante la
opinión pública que la empresa ha antepuesto su salud financiera al descubrimiento
y divulgación de una verdad, científica,
en este caso, que afecta a unas empresas de las que mayor facturación tienen en
el país y, sobre todo, a la salud de millones de consumidores que crédulamente
habían creído en la inocuidad del consumo de un producto como el tabaco,
asociado, además, al prestigio social y, hasta cierto punto, a la distinción, a
la elegancia.
La realización
usa muy a menudo la cámara ambulante, lo que consigue un efecto de dinamismo
innegable, y lo refuerza con unos primerísimos planos que tratan de ahondar en
la complejidad de las decisiones que han de tomar los protagonistas, sobre todo
el químico, quien acaba de profesor en una High School, después de haber estado
en lo más alto de la escala social. Algo relativamente parecido le pasa al
periodista de investigación que ha reunido la información para el caso, quien,
ante la cobardía de CBS y la decisión del director del programa de situarse del
lado de la empresa, ha de quedarse solo en defensa del personaje, de su
historia, de la entrevista y de los intentos de las tabacaleras de atacar su
honorabilidad inventándole un pasado oscuro y poco menos que de desequilibrado.
El periodista que lucha por hacer llegar al público una verdad tan elocuente,
acaba confirmando en primera persona la podredumbre de un sistema en que se
antepone el negocio a los valores éticos y, sobre todo, la defensa del contrato
establecido con la audiencia: decir la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad. Y esa es la paradoja de esta película: cuanto mayor sea la verdad de
las revelaciones, más daño corporativo puede sufrir la empresa que las daría a
conocer, con lo que, por su compromiso en pro de la verdad, cavaría su propia
tumba. En fin, una visión por dentro de mecanismos que, usualmente, escapan a
la contemplación del público. Desde esta perspectiva, la película se acerca
mucho a las producciones de Costa Gavras y de Steven Soderberg, pero también a
clásicos del mundo del periodismo como Todos los hombres del presidente,
de Alan J. Pakula o El cuarto poder, de Richard Brooks.
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