miércoles, 2 de octubre de 2024

«Los depredadores», de Pietro Castellitto, una ópera prima de vidas cruzadas.

 

Las vidas vacías de  la insatisfacción burguesa y la delincuencia fascistófila…

 

Título original: I predatori

Año: 2020

Duración: 109 min.

País: Italia

Dirección: Pietro Castellitto

Guion: Pietro Castellitto

Reparto: Pietro Castellitto; Vinicio Marchioni; Anita Caprioli; Massimo Popolizio; Antonio Gerardi; Nando Paone; Manuela Mandracchia; Federico Mariotti; Marzia Ubaldi; Mauro Aversano; Giorgio Montanini; Dario Cassini.

Música: Niccolò Contessa

Fotografía: Carlo Rinaldi.

 

          Llevo mucho tiempo tentado por la idea de abrir un segundo Ojo cosmológico para dedicarlo exclusivamente a las óperas primas, no solo por las muchas que lleva ya criticadas, sino porque permitiría, en muchas carreras artísticas largas, volver la vista atrás, al momento decisivo de la primera aparición pública, que tanto suele marcar, para bien o para mal, a los debutantes. Si la salud y el tiempo me son propicios, acaso dedique algunas semanas a la entretenida tarea. De momento, me complazco en darle la bienvenida a Pietro Castellitto, cuya primera película, y única hasta el momento, apunta unas excelentes maneras clásicas, muy en la línea de autores recientes de tanta envergadura como Paolo Sorrentino, de quien parece haber heredado el gusto por los encuadres panorámicos y la morosidad en el desarrollo de las secuencias. De otro costal es la herencia clásica del cine italiano que hasta se refleja en el título, I predatori, como quien dijera I vitelloni o  Il bidone, ambas de Fellini, con esa vertiente social crítica tan propia del cine italiano de ayer y de hoy.

          Una estafa común y corriente, muy parecida a las que yo mismo he vivido en persona, cuando algunos desaprensivos querían abusar de la vejez y credulidad de algunos vecinos, llevada a cabo con un desparpajo y una profesionalidad que hubiera dado mucho de sí seguir esa vida y las con ella asociadas, levanta mil euros a la madre de unos seguidores de  Mussolini y propietarios de una tienda de armas, y un campo de tiro, amén de dedicarse a otros trapicheos delictivos poco edificantes. Así se abre una crónica social que deriva enseguida hacia una trama absolutamente diferente: un ayudante de cátedra que será expulsado del grupo de estudiosos que pretendía exhumar los restos de Nietzsche para determinar la verdadera causa de su muerte; un personaje absolutamente surrealista que es interpretado a la perfección por el director de la película, también actor. Despreciado por el catedrático, tomará la decisión de vengarse de él volando la tumba del escritor, en Röcken, aunque la lápida, rodeada del grupo escultórico inspirado en un sueño del autor, es propiamente un homenaje simbólico, porque los restos del filósofo fueron enterrados en la tumba del padre, un pastor protestante que murió, cuando Nietzsche tenía cinco años, aplastado por una piedra que cayó sobre él. Está claro que la verosimilitud de la acción explosiva o su lógica dentro de la narración apenas es importante. El suceso adquiere otra dimensión cuando la investigación policial internacional sobre el suceso amenaza con afectar a quien le ha vendido la bomba al ayudante de cátedra por cinco mil euros, un miembro de la familia filofascista a cuya madre le han  estafado, al inicio de la película, los mil euros por un reloj.

          Los padres del filósofo excluido son una directora de cine y un médico. Conforman una familia burguesa cuyo hijo se ha criado sin otros límites que los de su propio capricho, y al que «soportan», a pesar de sus salidas de tono, de guion, de urbanidad y de la racionalidad. La comida de cumpleaños con la matriarca es un bonito ejercicio de provocación infantiloide por parte de los hijos descarriados que reflejan a la perfección, la banalidad de unas vidas construidas sobre el triunfo profesional y la total ausencia de principios. La otra matriarca, la estafada, está ingresada en el hospital y allí es visitada por la familia filofascista, cuyas vidas, en el extremo opuesto de la escala social, en tanto que representación de la más extrema zafiedad, aparecen como el contrapunto de la triunfadora socialmente.

          De hecho, incluso el sentido del humor, tan popular como negro, identifica a ambas. En una, el tío y «protector» de los hermanos con quienes comparte el negocio de las armas y el campo de tiro, le hace al sobrino que vende la bomba la broma de apuntarlo con una pistola, diciéndole que se lo va a cargar, hasta que le dice que es una broma. Lo mismo hace el amigo de los padres con quienes ha quedado en su segunda residencia, al asaltar su vehículo con una escopeta, hacer bajar a su amigo, obligarlo a arrodillarse y, acto seguido, pedirle que le bese el culo, para descubrirse inmediatamente y reírse de lo lindo de él. Tras ser recibidos en la finca, la cineasta charla amistosamente con el bromista —colega de su marido, y a quien este le ha descubierto una metástasis cancerígena…— en primer plano, mientras que, en segundo, al fondo, el bromeado intercambia caricias con la mujer del bromista y escucha la petición de que cuando salgan de caza, un tiro se le pierda y acabe con él… Fílmicamente, pues, se matan dos pájaros narrativos con el mismo plano...

          El espectador duda de qué familia está mejor descrita y cuál de ellas resulta narrativamente más interesante, porque las escenas en el campo de tiro, con los blancos al otro lado de un estanque, un espacio bellísimamente fotografiado con planos panorámicos magníficos, seduce casi tanto como las andanzas de la directora neurótica en cuya película casi muere por ahorcamiento un actor tras fallar el arnés que había de permitir sujetarlo sin perder la verosimilitud de su ejecución. Viendo a la madre, claro, nada se extraña el espectador por el comportamiento del hijo, cuya actuación cómica, muy cercana a la de un personaje de cómic, ciertamente, es de lo mejorcito de la película.  Aquella duda del principio del párrafo se disipa en la convicción de que el excelente resultado de la película se debe a la sabia mezcla de ambas descripciones, por más que el final sea el que es, pero está claro que no estamos ni ante el realismo social ni ante el neorrealismo, sino ante un humor negro inteligente, con las tintas bien cargadas, en la mejor tradición de unas vidas disparatadas a fuerza de puro reales…

 

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