Las vidas vacías
de la insatisfacción burguesa y la delincuencia
fascistófila…
Título original: I predatori
Año: 2020
Duración: 109 min.
País: Italia
Dirección: Pietro
Castellitto
Guion: Pietro Castellitto
Reparto: Pietro Castellitto;
Vinicio Marchioni; Anita Caprioli; Massimo Popolizio; Antonio Gerardi; Nando
Paone; Manuela Mandracchia; Federico Mariotti; Marzia Ubaldi; Mauro Aversano; Giorgio
Montanini; Dario Cassini.
Música: Niccolò Contessa
Fotografía: Carlo Rinaldi.
Llevo mucho
tiempo tentado por la idea de abrir un segundo Ojo cosmológico para dedicarlo
exclusivamente a las óperas primas, no solo por las muchas que lleva ya criticadas,
sino porque permitiría, en muchas carreras artísticas largas, volver la vista
atrás, al momento decisivo de la primera aparición pública, que tanto suele
marcar, para bien o para mal, a los debutantes. Si la salud y el tiempo me son
propicios, acaso dedique algunas semanas a la entretenida tarea. De momento, me
complazco en darle la bienvenida a Pietro Castellitto, cuya primera película, y
única hasta el momento, apunta unas excelentes maneras clásicas, muy en la
línea de autores recientes de tanta envergadura como Paolo Sorrentino, de quien
parece haber heredado el gusto por los encuadres panorámicos y la morosidad en
el desarrollo de las secuencias. De otro costal es la herencia clásica del cine
italiano que hasta se refleja en el título, I predatori, como quien dijera
I vitelloni o Il bidone,
ambas de Fellini, con esa vertiente social crítica tan propia del cine italiano
de ayer y de hoy.
Una estafa
común y corriente, muy parecida a las que yo mismo he vivido en persona, cuando
algunos desaprensivos querían abusar de la vejez y credulidad de algunos
vecinos, llevada a cabo con un desparpajo y una profesionalidad que hubiera dado
mucho de sí seguir esa vida y las con ella asociadas, levanta mil euros a la
madre de unos seguidores de Mussolini y
propietarios de una tienda de armas, y un campo de tiro, amén de dedicarse a otros
trapicheos delictivos poco edificantes. Así se abre una crónica social que
deriva enseguida hacia una trama absolutamente diferente: un ayudante de cátedra
que será expulsado del grupo de estudiosos que pretendía exhumar los restos de
Nietzsche para determinar la verdadera causa de su muerte; un personaje absolutamente
surrealista que es interpretado a la perfección por el director de la película,
también actor. Despreciado por el catedrático, tomará la decisión de vengarse
de él volando la tumba del escritor, en Röcken, aunque la lápida, rodeada del
grupo escultórico inspirado en un sueño del autor, es propiamente un homenaje
simbólico, porque los restos del filósofo fueron enterrados en la tumba del
padre, un pastor protestante que murió, cuando Nietzsche tenía cinco años, aplastado
por una piedra que cayó sobre él. Está claro que la verosimilitud de la acción explosiva
o su lógica dentro de la narración apenas es importante. El suceso adquiere
otra dimensión cuando la investigación policial internacional sobre el suceso
amenaza con afectar a quien le ha vendido la bomba al ayudante de cátedra por
cinco mil euros, un miembro de la familia filofascista a cuya madre le han estafado, al inicio de la película, los mil
euros por un reloj.
Los padres del
filósofo excluido son una directora de cine y un médico. Conforman una familia
burguesa cuyo hijo se ha criado sin otros límites que los de su propio
capricho, y al que «soportan», a pesar de sus salidas de tono, de guion, de urbanidad
y de la racionalidad. La comida de cumpleaños con la matriarca es un bonito
ejercicio de provocación infantiloide por parte de los hijos descarriados que
reflejan a la perfección, la banalidad de unas vidas construidas sobre el
triunfo profesional y la total ausencia de principios. La otra matriarca, la
estafada, está ingresada en el hospital y allí es visitada por la familia
filofascista, cuyas vidas, en el extremo opuesto de la escala social, en tanto
que representación de la más extrema zafiedad, aparecen como el contrapunto de
la triunfadora socialmente.
De hecho, incluso el sentido del humor, tan popular como negro, identifica a ambas. En una, el tío y «protector» de los hermanos con quienes comparte el negocio de las armas y el campo de tiro, le hace al sobrino que vende la bomba la broma de apuntarlo con una pistola, diciéndole que se lo va a cargar, hasta que le dice que es una broma. Lo mismo hace el amigo de los padres con quienes ha quedado en su segunda residencia, al asaltar su vehículo con una escopeta, hacer bajar a su amigo, obligarlo a arrodillarse y, acto seguido, pedirle que le bese el culo, para descubrirse inmediatamente y reírse de lo lindo de él. Tras ser recibidos en la finca, la cineasta charla amistosamente con el bromista —colega de su marido, y a quien este le ha descubierto una metástasis cancerígena…— en primer plano, mientras que, en segundo, al fondo, el bromeado intercambia caricias con la mujer del bromista y escucha la petición de que cuando salgan de caza, un tiro se le pierda y acabe con él… Fílmicamente, pues, se matan dos pájaros narrativos con el mismo plano...
El espectador
duda de qué familia está mejor descrita y cuál de ellas resulta narrativamente
más interesante, porque las escenas en el campo de tiro, con los blancos al
otro lado de un estanque, un espacio bellísimamente fotografiado con planos
panorámicos magníficos, seduce casi tanto como las andanzas de la directora
neurótica en cuya película casi muere por ahorcamiento un actor tras fallar el
arnés que había de permitir sujetarlo sin perder la verosimilitud de su
ejecución. Viendo a la madre, claro, nada se extraña el espectador por el
comportamiento del hijo, cuya actuación cómica, muy cercana a la de un
personaje de cómic, ciertamente, es de lo mejorcito de la película. Aquella duda del principio del párrafo se
disipa en la convicción de que el excelente resultado de la película se debe a
la sabia mezcla de ambas descripciones, por más que el final sea el que es,
pero está claro que no estamos ni ante el realismo social ni ante el
neorrealismo, sino ante un humor negro inteligente, con las tintas bien
cargadas, en la mejor tradición de unas vidas disparatadas a fuerza de puro
reales…
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