martes, 1 de octubre de 2024

«Segundo premio», de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, hija del dolor y la lucidez.

Una invención biográfica sobre Los planetas llena de hallazgos visuales y de genuina introspección psicológica  contra el fondo actuante de la Granada eterna.

Título original: Segundo premio

Año:  2024

Duración: 109 min.

País: España

Dirección: Isaki Lacuesta, Pol Rodríguez

Guion: Isaki Lacuesta, Fernando Navarro. Biografía sobre: Los Planetas

Reparto: Daniel Ibañez; Cristalino; Stéphanie Magnin; Mafo; Eduardo Rejón; Julen Clarke;

Sebastián Haro; Chesco Ruiz; Jan Caplin; Los Planetas (Aparición).

Música: Susana Hernández 'Ylia'. Canciones: Los Planetas

Fotografía: Takuro Takeuchi.

 

          Por razones generacionales, sabía que existían Los Planetas —uno lee íntegros todos los papeles a su alcance—, pero jamás había oído ni una de sus canciones y lo ignoraba todo de dicho grupo. Supongo que ello me coloca en la situación perfecta para poder enjuiciar con total objetividad la película. Lo más chocante es que se confiese desde el inicio que lo que voy a ver no es una película sobre Los Planetas, que no he de esperar, por lo tanto, una suerte de documental sobre el grupo, sus inicios, sus componentes y cómo se abrieron paso en el panorama musical español. Lo que sí sé es que se rodó en condiciones muy difíciles para el director, Isaki Lacuesta, quien realizó su labor a través de quien firma con él la película, Pol Rodríguez. Con todo, la compenetración entre ambos ha funcionado admirablemente, porque la película exhibe una estética muy definida que atraviesa la película sin variar un ápice de principio a fin del metraje. Que quede constancia de que la fotografía de Takuro Takeuchi supone un valor añadido que contribuye decisivamente a la forja de esa estética a medio camino entre lo tenebroso, lo íntimo y lo psicodélico, siempre con el excelente decorado de una ciudad como Granada que potencia la puesta en escena de un modo que cualquiera que haya recorrido sus calles sabrá apreciar como merece.

          La historia se centra en tres protagonistas que forman la célula madre del grupo, una bajista, el contante y compositor, J, y un guitarrista que marca, junto con el batería, el sonido especial del grupo, aunque el vocalista, con una voz arrastrada, como reptante a través de la laringe, confiere el sello sustantivo a sus canciones. La bajista, que actuaba de espaldas al grupo, lo deja para seguir sus estudios universitarios. J ha de entregar nuevo material a la discográfica que ha apostado por ellos, si bien sus gerentes son remisos a la hora de enviar al grupo a grabar en Nueva York el álbum que luego les catapultaría al estrellato de nuestra música rock: Una semana en el motor de un autobús, alrededor de cuya grabación gira en buena parte la película, si bien el meollo de la historia se centra en la amenaza de descomposición de la banda casi recién nacida, debido a la crisis personal del líder, a la deriva drogadicta del guitarrista, Florent, y a la deserción de la bajista, May Oliver, quien asume como narradora en off un importante papel en la historia que se cuenta.

          La película recoge los esfuerzos de unos jóvenes por formar una banda y abrirse camino, y, cuando empiezan a conseguirlo, por sortear las embestidas circunstanciales de la vida de cada componente  que pueden dar al traste con el proyecto.

          La íntima relación que hay entre los dos primeros componentes del grupo,  Juan Rodríguez y Florent Muñoz, es descrita desde una ambigua perspectiva que no excluye, por supuesto una suerte de tensión homosexual que en modo alguno se explicita en la cinta, pero sí se insinúa en el modo como se describe la relación entre ambos: dos jóvenes que no se pueden comunicar abiertamente —la narradora dice que solo lo hacían a través de la música— y cuya incomunicación se expresa a través de la violencia física que no deja de ser un contacto carnal muy íntimo: esa pelea imaginada es una de las grandes escenas de la película, en un bar, en segundo plano, mientras se enfoca en primero a los parroquianos que no reaccionan de ninguna manera frente a lo que ocurre a sus espaldas, una manera de entenderse «muy granaína», según la narradora. Ella misma tiene una relación con J muy extraña, como si ambos se necesitasen emocionalmente, pero ninguno de los dos quisiera comprometerse, actitud que es muy propia de nuestro tiempo entre los jóvenes.

          Nada ocurre en la novela, al margen del periodo de internamiento desintoxicante de Floren —y en ese momento se produce otro de los momentos estelares de la película: el colocón hídrico del protagonista…—, y sí, se siguen sus pasos por una Granada muy bellamente fotografiada, y ahí está el descenso en moto de los protagonistas, con la ciudad abajo, como si cabalgaran sobre ella…; y asistimos a los ensayos y a las entrevistas con la discográfica, en la que se manifiestan los crueles recursos  del productor que anima a J a asumir toda la responsabilidad de Los Planetas y poco menos que construir la banda según sus necesidades. La realidad, sin embargo, es muy otra, porque las canciones tienen, al menos en la película, un trasfondo autobiográfico muy definido, lo que contribuye a dotar a la película de un contenido humano esencial: no se trata tanto de la aventura de unos músicos cuyos gustos musicales coinciden, sino de lo que la amistad puede generar en términos  de creatividad a todos los niveles en un espacio concreto que va adquiriendo una dimensión casi mítica, como lo prueban las alusiones a Federico García Lorca y su impresionante visión surrealista de Nueva York en su libro Un poeta en Nueva York. Granada, sus calles, sus ritos, sus procesiones, sus costumbres son el espacio nutricio de esos jóvenes empapados de alcohol, tabaco, drogas y armonías que se convierten en  hermosas canciones con las que sus coetáneos pueden identificarse plenamente. Desde la distancia cronológica, las canciones de Los Planetas me han traído a la memoria muchas frases musicales y cadencias de las canciones del mejor exponente actual, para mí, de ese tipo de música: Jero Romero, aunque escatime sus composiciones y más aún sus grabaciones, si bien Romero me parece un artista de mucha más entidad que Los Planetas.

          He disfrutado triplemente con la película: por el modo nada afectado de contar una historia con personajes tan complejos para sí propios, y de ahí esas gafas negras que, como un antifaz protector, exhibe J mañana, tarde y noche…; por las excelentes canciones que responden a la experiencia íntima del protagonista y, sobre todo, por unas interpretaciones realmente sobresalientes, llenas de una naturalidad que acercan, en algunos momentos, la ficción al documento, y a ese respecto, la actuación de Cristalino, debutante en la pantalla grande casi merece señalarse como gran acontecimiento.


P.S. Ha sido seleccionada para representar a España en el Oscar a la mejor película extranjera. ¿Por qué no? Un grupo tan granaíno es, por ende, un grupo universal. Y la épica de la creación, en el arte que sea, inseguridades y autodestrucción incluidas, ¿quién no la entiende? Vaya en buena hora, que compite en igualdad de condiciones con cualesquiera que se presenten.


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