Una joya del melodrama: el amor que se abre paso a tientas por oscuras sendas…
Título original: I'll Be Seeing You
Año: 1944
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Dirección: William Dieterle, George Cukor
Guion: Marion Parsonnet. Obra:
Charles Martin
Reparto: Ginger Rogers; Joseph Cotton; Shirley Temple; Spring Byington; Kenny
Bowers; ;
Tom Tully; John Derek; Chill Wills; Fred Aldrich; Dorothy Stone; Eddie
Hall.
Música: Daniele Amfitheatrof
Fotografía: Tony Gaudio
(B&W).
Llámenme «sentimental»,
pero para quien Niebla en el pasado, de Mervin LeRoy es una película
inolvidable, ¡cómo habría de sorprenderle que esta maravilla desconocida de William
Dieterle no le tocara en lo más profundo de los sentimientos! La película está
rodada en 1944 y, a pesar de que la guerra aún no ha acabado, Dieterle nos va a
contar la historia de un soldado solitario afectado por el síndrome de estrés
postraumático que coincide en un tren con una joven que va a pasar las fiestas
de Navidad con sus tíos en un pequeño pueblo, Pine Hill. Desde el comienzo,
cuando el soldado está comprando una revista en el quiosco de la estación,
sabemos que su comportamiento se escapa de la normalidad, que, de alguna
manera, sufre una limitación cuyo alcance aún ignoramos. En el tren coincide
con la protagonista, Ginger Rogers en uno de sus mejores papeles, quien, tras
decirle que se baja en Pine Hill, para visitar a sus tíos, se encuentra con la
sorpresa de que el soldado, Joseph Cotten en un papel de mucho mérito, por la
intrínseca dificultad del mismo, también se baja en el mismo sitio para visitar
a su hermana. Y aquí comienza el juego de engaños que se va a desarrollar a lo
largo de toda la película, porque, nada más llegar a casa de los tíos, sabemos
que ella, Mary, ha salido de la prisión con un permiso por su buena conducta,
para pasar las Navidades, tras las cuales ha de volver para cumplir lo que
luego sabremos que fue una condena de seis años por homicidio accidental.
La película,
de modestas ambiciones, va creciendo a partir del cambio de director, pues la
inició George Cukor, pero la continuó, en su mayor parte, William Dieterle,
quien había dirigido cinco años antes una más que conmovedora historia de amores
imposibles: Esmeralda, la zíngara, basada en El jorobado de Notre
Dame, de Victor Hugo. El título me trae a la memoria el recuerdo de cómo hube
de enfrentarme al resto de condiscípulos en una sesión de cine en el Instituto
Eugenio D’Ors, harto de tener que soportar el desprecio de las risas frente al
drama terrible de esos amores imposibles. Ayer por la noche volví a revivir
aquellos sentimientos con esta película delicada y tan dura como llena de
ternura, de desencuentros y de inhibiciones, por parte de ambos personajes:
marginados y solitarios, dos almas perdidas en la niebla de sus limitaciones
cubiertas por la vergüenza de sentirse «marcados», esclavos de un mal que puede
condicionar su vida para lo que les queda de vida. Dos personas que ocultan su
pasado y que, por Azar, cruzan sus destinos en un tren lleno de soldados que
convierten el vagón en una algarabía de zoco oriental. La decisión de él, Zachary,
de bajarse en la misma estación y buscar una cita con ella es determinante para
la historia, por más que del deseo al hecho medie un acercamiento tan cauteloso
como lleno de esperanza. Ambos son realistas, respecto de sus «padecimientos», tan
distintos…, pero, al menos en el caso de él, el hecho de poder confiar en
alguien a quien contárselos puede marcar un antes y un después. Ella, sin
embargo, por consejo de su tía, quien no acaba de captar el profundo
enamoramiento en que cae su sobrina, oculta su pasado y presente carcelario por
temor a que la revelación del mismo aleje al soldado de su vida para siempre.
Se celebra la
Navidad y los actos de la película tienen que ver con lo propio de esas
fiestas, y ello incluye pequeños rituales, archisabidas costumbres, que van a
llenarse de significados implícitos que se van diseminando en la narración y
que reaparecen en momentos cruciales. Un detalle, que enuncio misteriosamente,
para incitar al lector de esta crítica a ver cuanto antes la película, es el
equívoco de las camelias y la orquídea blanca… ¡La densidad de significado narrativo
que cabe en un regalo dado casi a destiempo, poco antes de salir para la gran
fiesta de fin de año!
La película no
necesita un gran metraje para ir directa al fondo del asunto, y en muy pocas
secuencias nos hacemos cargo del trauma bélico de él, que alcanza su momento
culminante cuando, después de la fiesta llega a su pensión y sufre un ataque de
ansiedad que, ahora, habiendo confesado su amor, veremos cómo puede vencer sin
la ayuda externa de los médicos; ello sucede muy poco después de una
violentísima escena en la que la pareja es atacada por un perro lobo que se
enseña con él y a quien contiene con un temple y un valor que, francamente, nos
parecen imposibles en quien ni siquiera puede controlar su actividad motora;
pero el filtro mágico del amor ha empezado a generar los efectos positivos que
de él esperan siempre los enamorados.
Fílmicamente,
la presencia de una estrella infantil como Shirley Temple, ya jovencita, añade
un cierto interés, porque, además, se desenvuelve con excelentes maneras,
aunque no continuó su carrera mucho más tiempo, dado que abandonó la
interpretación cinco años después. Pareja de ella para las secuencias del baile
de fin de año aparece brevemente el «guapo»
John Derek, quien en el 79 sería más conocido por su mujer, Bo Derek, 10, La
mujer perfecta, de Blake Edwards, que por su propia carrera, ya prácticamente
olvidada en esas fechas.
Aunque el
amante de las iluminaciones de origen expresionista —Dieterle es otro más de
tantos cineastas huidos de Europa tras la llegada de Hitler al Poder— opta por
la eficacia narrativa, dada la excelente «sustancia» de la historia, no
escasean esos momentos en que consigue planos de mucho mérito que agigantan las
interpretaciones de una pareja con mucha química, gracias al medido progreso de
acercamiento en su conocimiento mutuo.
Con todo, y
como ocurre con Niebla en el pasado, va a ser el desenlace el que ponga
en los ojos de los espectadores sentimentales esa humedad precisa que delata la
emoción profunda, la misma que inspira el aciago destino de un personaje como
Quasimodo. ¡Ya están tardando en sentarse a verla!
Menuda historia, tres histoias en realidad, la que cuenta la película, la de la propia película con ese cambio de directores y la trayectoria de los actores que le dota de un carácter histórico y la del muchacho de instituto que se enfrenta a los condiscípulos pidiendo respecto a una historia bien contada. Muchas gracias. (escribes tan rápido, haciendo verdad aquello de nulla dies sine linea, que me pierdo tus reseñas) Un abrazo desde Alicante
ResponderEliminarGracias, Joaquín. Escribir me lleva su tiempo, no creas, unas dos o tres horas por crítica, porque me gusta documentarme, pero como veo una película diaria, y a veces dos, puede parecer que voy al galope... Puse el buscador en la barra lateral para que quien entrara pudiera localizar sin demora si está o no la crítica de la película que le interese. Poco a poco voy construyendo un corpus crítico que, a mi juicio, va teniendo cierto interés, porque me dejo llevar por la pasión cinéfila.
EliminarUn abrazo en esa tierra bendecida donde viví parte de un año de mi vida, según cuento aquí:
https://provinciamayor.blogspot.com/2024/09/ha-cerrado-tupperware-una-historia.html