viernes, 4 de octubre de 2024

«Te volveré a ver», de William Dieterle o la emoción genuina.

Una joya del melodrama: el amor que se abre paso a tientas por oscuras sendas…

 

Título original: I'll Be Seeing You

Año: 1944

Duración: 85 min.

País: Estados Unidos

Dirección: William Dieterle, George Cukor

Guion: Marion Parsonnet. Obra: Charles Martin

Reparto: Ginger Rogers; Joseph Cotton; Shirley Temple; Spring Byington; Kenny Bowers; ;

Tom Tully; John Derek; Chill Wills; Fred Aldrich; Dorothy Stone; Eddie Hall.

Música: Daniele Amfitheatrof

Fotografía: Tony Gaudio (B&W).

 

          Llámenme «sentimental», pero para quien Niebla en el pasado, de Mervin LeRoy es una película inolvidable, ¡cómo habría de sorprenderle que esta maravilla desconocida de William Dieterle no le tocara en lo más profundo de los sentimientos! La película está rodada en 1944 y, a pesar de que la guerra aún no ha acabado, Dieterle nos va a contar la historia de un soldado solitario afectado por el síndrome de estrés postraumático que coincide en un tren con una joven que va a pasar las fiestas de Navidad con sus tíos en un pequeño pueblo, Pine Hill. Desde el comienzo, cuando el soldado está comprando una revista en el quiosco de la estación, sabemos que su comportamiento se escapa de la normalidad, que, de alguna manera, sufre una limitación cuyo alcance aún ignoramos. En el tren coincide con la protagonista, Ginger Rogers en uno de sus mejores papeles, quien, tras decirle que se baja en Pine Hill, para visitar a sus tíos, se encuentra con la sorpresa de que el soldado, Joseph Cotten en un papel de mucho mérito, por la intrínseca dificultad del mismo, también se baja en el mismo sitio para visitar a su hermana. Y aquí comienza el juego de engaños que se va a desarrollar a lo largo de toda la película, porque, nada más llegar a casa de los tíos, sabemos que ella, Mary, ha salido de la prisión con un permiso por su buena conducta, para pasar las Navidades, tras las cuales ha de volver para cumplir lo que luego sabremos que fue una condena de seis años por homicidio accidental. 

          La película, de modestas ambiciones, va creciendo a partir del cambio de director, pues la inició George Cukor, pero la continuó, en su mayor parte, William Dieterle, quien había dirigido cinco años antes una más que conmovedora historia de amores imposibles: Esmeralda, la zíngara, basada en El jorobado de Notre Dame, de Victor Hugo. El título me trae a la memoria el recuerdo de cómo hube de enfrentarme al resto de condiscípulos en una sesión de cine en el Instituto Eugenio D’Ors, harto de tener que soportar el desprecio de las risas frente al drama terrible de esos amores imposibles. Ayer por la noche volví a revivir aquellos sentimientos con esta película delicada y tan dura como llena de ternura, de desencuentros y de inhibiciones, por parte de ambos personajes: marginados y solitarios, dos almas perdidas en la niebla de sus limitaciones cubiertas por la vergüenza de sentirse «marcados», esclavos de un mal que puede condicionar su vida para lo que les queda de vida. Dos personas que ocultan su pasado y que, por Azar, cruzan sus destinos en un tren lleno de soldados que convierten el vagón en una algarabía de zoco oriental. La decisión de él, Zachary, de bajarse en la misma estación y buscar una cita con ella es determinante para la historia, por más que del deseo al hecho medie un acercamiento tan cauteloso como lleno de esperanza. Ambos son realistas, respecto de sus «padecimientos», tan distintos…, pero, al menos en el caso de él, el hecho de poder confiar en alguien a quien contárselos puede marcar un antes y un después. Ella, sin embargo, por consejo de su tía, quien no acaba de captar el profundo enamoramiento en que cae su sobrina, oculta su pasado y presente carcelario por temor a que la revelación del mismo aleje al soldado de su vida para siempre.

          Se celebra la Navidad y los actos de la película tienen que ver con lo propio de esas fiestas, y ello incluye pequeños rituales, archisabidas costumbres, que van a llenarse de significados implícitos que se van diseminando en la narración y que reaparecen en momentos cruciales. Un detalle, que enuncio misteriosamente, para incitar al lector de esta crítica a ver cuanto antes la película, es el equívoco de las camelias y la orquídea blanca… ¡La densidad de significado narrativo que cabe en un regalo dado casi a destiempo, poco antes de salir para la gran fiesta de fin de año!

          La película no necesita un gran metraje para ir directa al fondo del asunto, y en muy pocas secuencias nos hacemos cargo del trauma bélico de él, que alcanza su momento culminante cuando, después de la fiesta llega a su pensión y sufre un ataque de ansiedad que, ahora, habiendo confesado su amor, veremos cómo puede vencer sin la ayuda externa de los médicos; ello sucede muy poco después de una violentísima escena en la que la pareja es atacada por un perro lobo que se enseña con él y a quien contiene con un temple y un valor que, francamente, nos parecen imposibles en quien ni siquiera puede controlar su actividad motora; pero el filtro mágico del amor ha empezado a generar los efectos positivos que de él esperan siempre los enamorados.

          Fílmicamente, la presencia de una estrella infantil como Shirley Temple, ya jovencita, añade un cierto interés, porque, además, se desenvuelve con excelentes maneras, aunque no continuó su carrera mucho más tiempo, dado que abandonó la interpretación cinco años después. Pareja de ella para las secuencias del baile de fin de año  aparece brevemente el «guapo» John Derek, quien en el 79 sería más conocido por su mujer, Bo Derek, 10, La mujer perfecta, de Blake Edwards, que por su propia carrera, ya prácticamente olvidada en esas fechas.

          Aunque el amante de las iluminaciones de origen expresionista —Dieterle es otro más de tantos cineastas huidos de Europa tras la llegada de Hitler al Poder— opta por la eficacia narrativa, dada la excelente «sustancia» de la historia, no escasean esos momentos en que consigue planos de mucho mérito que agigantan las interpretaciones de una pareja con mucha química, gracias al medido progreso de acercamiento en su conocimiento mutuo.

          Con todo, y como ocurre con Niebla en el pasado, va a ser el desenlace el que ponga en los ojos de los espectadores sentimentales esa humedad precisa que delata la emoción profunda, la misma que inspira el aciago destino de un personaje como Quasimodo. ¡Ya están tardando en sentarse a verla!

 

2 comentarios:

  1. Menuda historia, tres histoias en realidad, la que cuenta la película, la de la propia película con ese cambio de directores y la trayectoria de los actores que le dota de un carácter histórico y la del muchacho de instituto que se enfrenta a los condiscípulos pidiendo respecto a una historia bien contada. Muchas gracias. (escribes tan rápido, haciendo verdad aquello de nulla dies sine linea, que me pierdo tus reseñas) Un abrazo desde Alicante

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    1. Gracias, Joaquín. Escribir me lleva su tiempo, no creas, unas dos o tres horas por crítica, porque me gusta documentarme, pero como veo una película diaria, y a veces dos, puede parecer que voy al galope... Puse el buscador en la barra lateral para que quien entrara pudiera localizar sin demora si está o no la crítica de la película que le interese. Poco a poco voy construyendo un corpus crítico que, a mi juicio, va teniendo cierto interés, porque me dejo llevar por la pasión cinéfila.
      Un abrazo en esa tierra bendecida donde viví parte de un año de mi vida, según cuento aquí:
      https://provinciamayor.blogspot.com/2024/09/ha-cerrado-tupperware-una-historia.html

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