viernes, 11 de octubre de 2024

«Movie, Movie», de Stanley Donen rendido a la nostalgia.

Parodia exquisita de la sesión doble del cine de barrio: ¡Bienvenidos a la magia!

 

Título original: Movie Movie

Año: 1978

Duración: 105 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Stanley Donen

Guion: Larry Gelbart, Sheldon Keller

Reparto: George C. Scott; Harry Hamlin; Trish Van Devere; Eli Wallach; Red Buttons; Ann Reinking; Barry Bostwick; Art Carney; George Burns; Charles Lane.

Música: Ralph Burns

Fotografía: Bruce Surtees, Charles Rosher Jr.

 

          Está tan logrado el «marco» de la película, con el tráiler intermedio de lo que se verá en el inmediato futuro, que mi Conjunta quería renunciar a ver «otra» película más, tras haberle decepcionado la primera parte del programa doble, aunque lo mejor estaba por venir, si bien, considerado en conjunto el objetivo cinematográfico de Donen, hasta la primera parte se revaloriza; sobre todo porque su exquisito blanco y negro y la puesta en escena acreditaban que la historia no podía ser tan simple como en realidad era, con tantos tópicos diseminados en ella.

          En efecto, he de advertir que nos movemos en el fértil terreno de la parodia y que, en consecuencia, cuanto se ve en pantalla ha de ser contemplado con ese poderoso filtro. Stanley Donen ha tenido el capricho de recrear las sesiones dobles de los cines de barrio con dos historias ambientadas en géneros muy definidos, y en los que los tópicos se cumplen al pie de la letra, como «exige el guion». Uno de ellos es el mundo del boxeo y el otro el del musical, acaso la gran especialidad del director y donde vuelca con más mimo su experiencia, sin que el mundo de gánsteres y combates trucados del boxeo pueda decirse que haya sido descuidado, y de ahí el blanco y negro para la primera historia pugilística y el esplendoroso color para la comedia musical. Dynamite Hands («Manos de dinamita») es el título de la primera película del programa; Baxter's Beauties of 1933, el de la segunda.

          Me ha llamado la atención la ausencia de críticas tras su estreno en 1983 en España, por lo que imagino que pasaría sin pena ni gloria, y ello mismo la convierte poco menos que en una rareza, a la que harán bien en acercarse los aficionados, porque disfrutarán de lo lindo con esta nostálgica y juguetona propuesta de Donen, además de con la actuación estelar de un intérprete sobresaliente: George C. Scott, con papel protagonista en ambas parodias.

          Que Donen es uno de los grandes directores no hay ni que recordarlo, y en este programa doble, bienhumorado y dirigido con  su notabilísima experiencia, nos da una muestra fantástica de un género, el de la parodia, en el que contó con dos guionistas que avalan obras no menores, Tootsie, de Sidney Pollack y La misteriosa dama de negro, de Richard Quine, por ejemplo, además de la celebrada serie de televisión M.A.S.H.

          La película ambientada en el boxeo tiene un comienzo espectacular: un análisis ocular tras el que el oftalmólogo le dice a la paciente que ya se puede poner la blusa…, y, desde ese momento, el vertiginoso carrusel de diálogos llenos de guiños e ingenio no cesará hasta que aparezca el The End en pantalla. La película comienza casi como El tigre de Chamberí, de Pedro Luis Ramírez, un repartidor que tumba a un campeón de boxeo en un abrir y cerrar de ojos. Es su hermana, que se está quedando ciega, la que ha visitado al oftalmólogo, y solo una operación que asciende a 25.000$ puede sanarla. La escena familiar cae, afectadamente, casi en el neorrealismo, y a partir de la tarjeta de visita que le dio el director del gimnasio comienza una aventura deportivo-económica en la que se cumplirán todos los pasos de las películas del género. El viejo campeón al que le arrebata la promesa el gánster que lo hace debutar en el Madison Square Garden, la vampiresa que lo deja boquiabierto, tras un excelente número de baile pseudoerótico, y le hace olvidar a la joven bibliotecaria de la que estaba enamorado, y un breve etcétera en el que se acumulan tópico tras tópico que los actores contribuyen a encarnar con absoluta verosimilitud aun dentro de la parodia.

          El tráiler de una película bélica que se anuncia para la siguiente semana da pie a la segunda entrega de la sesión: un musical, la especialidad de Donen, en la que se cambia del blanco y negro de la primera a un color radiante que, como enlazando ambas obras, comienza también en la consulta del doctor, pero ahora se trata de un oncólogo que le da al protagonista, un empresario de Broadway, un mes de vida. El drama sentimental, porque, en vez de una comedia, es un drama familiar el que sirve de hilo conductor de la escasa trama, tiene que ver con la hija a quien mantiene el productor en un internado para señoritas, al que manda mensualmente un cheque del que la hija, que se considera huérfana, ha ahorrado una bonita suma, dinero que luego tendrá una función decisiva en el desarrollo de la trama, porque toda la historia gira en torno a los ensayos de una obra para la que incluso se consigue la música de un debutante que había sido contratado como contable. Es muy llamativo, como puesta en escena, el cambio del casi siniestro teatro de variedades, en penumbra, al apartamento que, dentro de él, alberga a la estrella de las producciones de «Botines» Baxter, caprichosa y alcohólica, aunque tenga una sirvienta contratada exclusivamente para poner lejos de su alcance cualquier bebida espirituosa. La trama incluye los ensayos y el propio espectáculo, junto con el romance entre la hija del productor y el músico, y, por supuesto, la anagnórisis habitual de este tipo de comedias sentimentales de enredo, pero de ahí no paso, porque el espectáculo visual urdido por Donen para remedar las Gold Diggers of 1933, del gran Mervyn LeRoy, es para regodearse en todos sus aspectos, incluido el retrozoom espectacular con que cierra la narración.

          ¿Qué decir de las dos actuaciones cómicas de quien ganó un Oscar de interpretación por Patton, de Franklin J. Shaffner? Pues la vis cómica de Scott se manifiesta, sobre todo en su variante histriónica del musical, como un hallazgo que sorprenderá a sus admiradores, dado lo poco que exhibió esa vena de comediante. El papel del productor de musicales, una suerte de dandy pasado de moda, pero elegante y con buen gusto musical y coreográfico, capta en el acto la adhesión del espectador, quien lo echa de menos en las pocas secuencias en las que no aparece. La composición del personaje es un acierto excepcional de la película, y Scott sabe insuflarle la escasa vida que le queda: «Un mes, doctor, treinta días, dice que me queda de vida…». «Bueno, estamos en febrero…». Así, de réplica en réplica ingeniosísimas todas ellas, llegamos a la última de la película que me niego a revelar. Aunque no quiero dejar de recordar la de la bibliotecaria cuando el púgil, después de su devaneo con la vampiresa, vuelve con ella y le dice si la puede acompañar a casa: «Bueno, Nueva York es un país libre…».

          Pues eso, que disfruten del magnífico programa doble…

No hay comentarios:

Publicar un comentario