lunes, 13 de enero de 2025

«El 47», de Marcel Barrena o la inmigración plurinacionalizada.

 

La lucha vecinal desde la corrección política o el inmigrante felizmente integrado…

 

Título original: El 47

Año: 2024

Duración: 110 min.

País: España

Dirección: Marcel Barrena

Guion: Marcel Barrena, Alberto Marini

Reparto: Eduard Fernández; Clara Segura; Zoe Bonafonte; Salva Reina; Carlos Cuevas; Vicente Romero; Betsy Túrnez; Óscar de la Fuente; David Verdaguer; Aimar Vega; Borja Espinosa; Pep Ferrer; Mireia Rey; Carme Sansa; Francesc Ferrer; Lolo Herrero; Eva Arias;  María Morera; Elena Fortuny; Carlos Oviedo; Juan Olivares; Albert Prat; Àlvar Triay; Salvador Olivia; Álex Moreu; Jan Serra; Pep Linares; Víctor Benjumea; Maite Buenafuente;

Greta Falp; Josep Cárceles; Marià Vila de Abadal; Antonio Molero Cortés; Eli Iranzo; Tian Tosas; Blanca Star Olivera;.

Música: Arnau Bataller

Fotografía: Isaac Vila.

 

          Anticipo que no vi 100 metros ni Mediterráneo, y me he «colado» como acompañante en la proyección casera de esta loa llena de trampas y trucos que se ajusta a la corrección política gubernamental, y de ahí el entusiasmo de algunos políticos con esta edulcoración de una historia verdadera en la que se confunden muchas cosas, se traicionan otras y se adulteran realidades objetivas. He tenido, desde las primeras secuencias de la película que se echaba de menos que el franquismo, en línea con el agitprop gubernamental, no fuera el enemigo fascista de principio a fin de la historia, como lo fue en esas primeras secuencias del inicio de la construcción de las chabolas, primero, y luego casas, en la zona de Torre Baró, un inicio prometedor que se desvirtúa a las primeras de cambio cuando sale la monja proselitista del catalanismo repartiendo las manzanas del Paraíso para seducir a los «fieros» trabajadores venidos a la Cataluña eterna y se integren como es debido. Sí, es cierto que desde la figura del vendedor de materiales, la directora del coro y el empleado parasocialista de la alcaldía de Socías Humbert, quien le preparó el terreno a Narcís Serra, hay destellos de esa xenofobia típica de muchos catalanes, los mismos que han empujado —«¡Fins al final, fins al final…!», como lloriqueaba Montserrat Rovira, en vídeo memorable— la política hacia la independencia; pero, en esencia, y el matrimonio del protagonista lo demuestra, la película hace la loa del inmigrante docilitado, esto es, «felizmente integrado» en esa Cataluña eterna del sueño imperial, más que estatal.

          Quienes han indagado en la Historia, ya han señalado las muchas incongruencias y escamoteos de la narración, en aras de la construcción de un modelo de héroe social «a la usamericana», a pesar de la militancia en CCOO y en el PSUC del protagonista. Detalles menores, como que tuviera un hijo y no la hija que aparece pueden ser absueltos en función de la construcción melodramática, como la interpretación francamente sorprendente de la canción de Chicho Sánchez Ferlosio, dada su escasa difusión incluso en la época, aunque fuera compuesta en 1963, pero recordemos que el `primer disco de Chicho se publicó en España en 1978.

          La película está construida para el lucimiento de Eduard Fernández y el actor cumple escrupulosamente, con la misma eficacia con la que interpretó a Paesa en aquella magnífica película de Alberto Rodríguez, El hombre de las mil caras. Pero lo que podría haber sido una película que exhibiera los durísimos momentos de muchos inmigrantes que llegaron del sur y del este, no olvidemos la región de Murcia, va derivando, por mor de la síntesis ineludible, en una sucesión de «momentos» a los que les falta la necesaria conexión, el «desarrollo» que explique cómo se llega desde el punto inicial hasta el momento apoteósico del «secuestro» que, por mis propios recuerdos de aquella época, pasó casi desapercibido en la prensa, si bien para quien en esos años dedicaba todo su tiempo a trabajar y sacar su carrera universitaria ese secuestro no fuera una de las noticias a las que pudiera prestar atención.

          Decía al principio que la película parece echar de menos que el franquismo no pudiera ser declarado el enemigo fascista contra el que se luchaba, pero estamos en un año de transición, desde las primeras elecciones del 77 hasta las posteriores del 79 ya bajo el paraguas de la nueva Constitución, la del 78, que superaba —¡eso creímos entonces, ilusos de nosotros!— la división cainita de las dos españas. Llama poderosamente la atención el hecho de que la aventura municipal de Vital, con un pijoprogre parasocialista, perfectamente interpretado por David Verdaguer, como interlocutor, suceda en ese interregno, y de ahí el uso de la bandera española franquista que aparece en uno de los planos en el Ayuntamiento. Lo que sí se advierte es el desprecio secular del Ayuntamiento por el extrarradio, al que no se puso remedio sino bajo el mandato de Montilla, por cierto, con la ley de reforma de los barrios de la ciudad en 2010, dotada con 200 millones de euros.

          La película tiene una vertiente melodramática que no acaba de cuajar, porque n o hay, propiamente, un desarrollo que permita potenciar esos momentos, y el conflicto con la hija o el ansia de mejorar de casa de la monja con quien se acaba casando el protagonista se arrumban con un discursito de «héroe de barrio» muy de raíces y del sudor y las manos con que han edificado su «lugar en el mundo». A este espectador, ya puestos, le hubiera gustado saber cómo entra Vital como conductor en los autobuses municipales, pero la «construcción» ideológica de la historia atiende a otros asuntos como tocar la fibra sensible del idealismo colectivo y, por supuesto, el reconocimiento del «fet nacional» catalán, a pesar de que alguna disidencia hay entre quienes se hartan del supremacismo que los acoge como mano de obra y los humilla como supuestamente desarraigados y sin tradición cultural ninguna, al decir de las buenas gentes acogedoras. Mucho antes de los hechos de la película, en 1968, fui invitado a comer en casa del campeón de España de natación juvenil, porque también yo había sido seleccionado para formar parte de la Selección española. En aquella reunión, henchida de catalanismo por los cuatro costados, el hermano mayor de mi «amigo» quiso leer un poema que él había compuesto, y en él se describía a los murcianos como Los invasores, con el meñique tieso, según la famosa serie de televisión de la época. Llevo cincuenta y un años en Cataluña, no lo he olvidado nunca.

          Con todo, hay un componente populista en la película que, como ya he dicho, se vehicula a través de la estupenda intervención de Eduard Fernández, quizás excesivamente «desgarrada», y lo que no acaba de cuajar es la oposición entre el policía nacional y el líder vecinal, muy de western, poco creíble; pero son muchas las escenas que caen en la inverosimilitud, como la de la pintada en el Ayuntamiento, por ejemplo. Falta, pues, rigor y coherencia en el planteamiento de la historia. Se quiere contar un poco de todo y se acaba desnaturalizando una lucha vecinal que aún no ha acabado, por cierto. Si he de juzgar por mi única participación, hacia el 83, en el movimiento vecinal de Gracia que se opuso al Plan comarcal que quería continuar Paseo de San Juan para unirlo con Escorial y Pi i Margall, está claro que la película ha desaprovechado un ejemplo señero para ahondar en un modo de vida y de lucha social que no puede ceñirse al secuestro del 47.

         

1 comentario:

  1. Vi esta bienintencionada película con agrado. Me pareció buena la interpretación de Eduard Fernández, pero, Juan Poz, leída tu crítica, sobrada de fundamento en cuanto considera el filme como un producto edulcorado y aceptable por el establishment nacionalista en cuanto perspectiva correcta de la historia del principado, veo que tienes razón. Hay alguna crítica en Filmaffinity en la misma dirección, pero ¿qué quieres que te diga? Es cine, hecho en unas coordenadas políticas que son las que son. Hay infinidad de temas que no se pueden abordar acordes con la realidad profunda. Cuando ves los créditos de las películas, te das cuenta de qué instituciones las financian. Televisiones, ayuntamientos, gobiernos regionales, institutos varios, y está claro que hay una 'verdad' políticamente correcta y todo lo que se sale de ahí no puede ser subvencionado. Cualquier desvío de lo aceptable es inmediatamente cancelado en cualquier tema: inmigración, historia política, toda cuestión de la mujer, el llamado género... Cuando una película llega a los cines es que ha superado todas las barreras ideológicas y políticas, y los cineastas ya lo saben. No hay posibilidad de cine independiente realmente, y ¡qué quieres que te diga! Viven muy bien. Ahí tienes a Almodóvar abrazando y elogiando a Sánchez, ahí tienes a Marisa Paredes que quiso echar a Ayuso del velatorio de Concha Velasco. A Bardem, etc, etc. Son progres viviendo del pienso público. Así que no te extrañes que esta comedia blanda sobre una lucha vecinal sea lo que es. No puede ser otra cosa. Aún espero una película valiente sobre el asesinato de Andreu Nin por los servicios de la policía soviética en 1937. Pero ni se ha hecho, ni se hará.

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