lunes, 6 de enero de 2025

«El diablo en el cuerpo», de Claude Autant-Lara o las «adaptaciones».

 

Una infiel recreación de la sorprendente novela de Raymond Radiguet, pero con un trabajo sobresaliente de un monstruo de la interpretación: Gèrard Philipe.

 

Título original: Le diable au corps

Año: 1947

Duración: 110 min.

País: Francia Francia

Dirección: Claude Autant-Lara

Guion: Jean Aurenche, Pierre Bost. Novela: Raymond Radiguet

Reparto: Gèrard Philipe; Micheline Presle; Jean Debucourt; Jean Varas; Denise Grey.

Música: René Cloërec

Fotografía: Michel Kelber (B&W).

         

          Para cuando Autant-Lara decide llevar a la pantalla la novela homónima de Raymond Radiguet, esta era ya un clásico y el director aún no había sido condenado por la intelectualidad francesa por su desembarco, negación del holocausto incluida, en la extrema derecha francesa del Frente Nacional. Aunque absuelto por la Justicia, la Academia de Bellas Artes le prohibió ocupar su asiento. Estamos, pues, ante una película muy anterior a su ostracismo sociopolítico. Se trata de una adaptación que responde fielmente a ese concepto, dado que los guionistas bien puede decirse que se inspiran muy libremente en la novela de Radiguet para ofrecernos un anticipo de lo que muchos años después aparecería en las librerías con el nombre de En brazos de la mujer madura, de Stephen Vizinczey, que conoció, por cierto, una parece ser que floja adaptación fílmica española, con el mismo título, a cargo de Manuel Lombardero.

          La historia, conocida para quien haya leído la novela, relata los amores de un adolescente con la hija acuarelista de unos conocidos de la familia cuyo novio está luchando en el frente y con quien mantiene un contacto epistolar. El grado de tensión erótica que supone dicha relación se va a convertir en el centro nuclear de la trama, y admitirá, por cierto, una transparente trasposición metafórica a través del fuego de la chimenea, tanto para el clímax como para el anticlímax.

          Impresionado por la presencia de una elegante y bella mujer que llega al hospital improvisado en un Liceo, el joven estudiante François siente la ardiente necesidad de entrar en contacto con ella, y cuando se entera de que la recién llegada no ha podido superar el choque con la realidad de los mutilados para prestar sus servicios como enfermera, sale corriendo en su búsqueda, porque no quiere perder la oportunidad de relacionarse con ella.

Se inicia, entones, un particular asedio por parte del joven, que ella resiste con paciencia y prudencia, dada la juventud del pretendiente. La presencia, sin embargo, de un Gèrard Philipe extremadamente joven, ocho años más joven de la reseñada en este Ojo, Las maniobras del amor, de René Clair, en la que también ejerce de amante poco menos que «profesional», un papel que borda, basta para dar por bueno el visionado de la película, pues encarna a la perfección al amante egoísta, imperioso, celoso y acaparador que se describe en la novela; esa presencia, digo, resulta poco menos que irresistible. En efecto, aunque ella, dada la diferencia de edad, se resiste y le parece poco menos que una frivolidad dar esperanzas a un  candidato tan joven, máxime teniendo un prometido que lucha en el frente de la Primera Guerra  Mundial, comprobaremos que no tardará en ceder al entusiasmo de un ardoroso joven bien plantado, de mirada y sonrisa muy seductoras, quien ejerce su dominio sobre ella tras unos dubitativos primeros pasos de acercamiento, y dado el rechazo del padre a unas correrías que más tarde disculpará y aun animará.

La lucha familiar, porque un amor al que todo se allana parece menos total que el que ha de superar obstáculos, forma parte de la adaptación de la película, pues en la novela original los padres se lo permiten todo, propiamente. ¿Estamos ante un melodrama? Pues sí, tiene todos los ingredientes, dada la relación adúltera con un menor, pero, ateniéndonos a las terribles circunstancias de estar el país en guerra, la culpabilidad de ambos viene más por ese lado de, mientras el país se desangra, dedicarse ellos a las dulces batallas amorosas, en las que, no obstante, también hay heridos.

          La diferencia de edad entre ambos es un factor que condiciona el desarrollo de la película, porque, como ya hemos indicado, más parece que la mujer madura se preste a iniciar al joven en los secretos del arte amoroso que propiamente se preste, atraída por el joven, a una relación de igual a igual. Siempre, ella, lleva la voz cantante y detiene o acelera los ritmos de su relación, y aun lo desespera cuando le marca la distancia que impone, por ejemplo, la obligación contraída por ella con su prometido.

          La película, buena parte de la cual transcurre en exteriores, tiene un ritmo muy fluido, aunque se remansa, a veces, en largas secuencias, como la de su cambio de ropa ante la chimenea tras haberse empapado con la lluvia que ha desafiado para ir a verla o la escena cómica en el restaurante cuando se empecinan en que el vino está picado y se establece una cadena de degustadores que ha de juzgar la reclamación. La historia se narra mediante flashbacks, a partir de la muerte de la protagonista, y tiene un conjunto de planos extraordinariamente bellos, como la secuencia del paseo en barca, con él tendido en el interior y apoyado en el regazo de ella, o muchos otros planos en los que la fotogenia de Philipe destaca muy poderosamente. La exquisita fotografía en blanco y negro le confieren a la película una pátina de gran cine que se consigue por la delicadeza del director en la composición del plano y, como vengo diciendo, por las interpretaciones. No es fiel a la novela, pero sí a la pasión que surge entre los personajes. Ver al estudiante debatirse entre sus deberes estudiantiles y familiares de jovencito y su pasión amorosa de adulto sí responde fielmente al conflicto fundamental de la novela, y, por supuesto, Autant-Lara escogió un actor a quien, de haberlo conocido Radiguet, hubiera dad su plácet hasta con entusiasmo. El autor tiene, por las fotos, un aire taciturno que no se corresponde con la expresión de Philipe, pero a este le cabe el honor de representar a la perfección la ambigüedad de los muchos y contradictorios estados anímicos propios del proceso amoroso, por lo que la película puede verse como un ejemplo muy propio de melodrama.

1 comentario:

  1. "No es fiel a la novela, pero sí a la pasión que surge entre los personajes" es de lo mejor que se puede decir de una adaptación. Hace poco he tomado consciencia de la larga lista de autores cancelados por sus opiniones y adhesiones a las ideas y al bando que perdió la segunda guerra mundial. Fue a raiz de un autor al que estaba leyendo, Benoit y una novela sobre la Atlántida. Antes habia comentado sobre Hamsun y su novela Pam, se ve que mi interlocutor, más sabio y cultivado que yo, al oirme en pocos días hablar de esas lecturas no pudo aguantarse más....y me explicó lo que era la luz y lo que era la la oscuridad. Bien, aprendí una lección aunque aun no tengo claro cuál es: si es que debo no leer a determinados autores o simplemente debo callármelo... al menos de Neruda y García Márquez aun puedo hablar...

    ResponderEliminar