viernes, 13 de enero de 2017

“Paterson” o la democratización de la poesía, de Jim Jarmusch.




En el umbral del misterio: una película poética donde naufraga la poesía: Paterson, de Jarmusch,o el misterio de la tautología. 

Título original: Paterson
Año: 2016
Duración: 113 min.
País: Estados Unidos
Director:  Jim Jarmusch
Guión: Jim Jarmusch
Fotografía: Frederick Elmes
Reparto: Adam Driver, Golshifteh Farahani, Kara Hayward, Sterling Jerins, Luis Da Silva Jr., Frank Harts, William Jackson Harper, Jorge Vega, Trevor Parham, Masatoshi Nagase, Owen Asztalos, Jaden Michael, Chasten Harmon, Brian McCarthy.


Vaya por delante que un exceso de expectativas ha influido lo suyo en la decepción final con que he salido de la contemplación de una película poética donde, como señalo en el título, lo que naufraga es la propia poesía, vulgarizada hasta la extenuación, democratizada y, feliz hallazgo del designio de los dioses, literalmente desgarrada con la incisividad de quien se erige en tribunal insobornable de lo bello, y perdóneseme que empiece por el final, pero se ha de haber recorrido un viaje interminable de hora y tres cuartos para llegar a un final en el que se acaba entendiendo un desenlace que, a mi juicio, bien pudiera haber sido el inicio de la película, con la finalidad de recuperar la verdadera dimensión de la inanidad perdida, aunque eso hubiera sido, evidentemente, “mi” película, no la de Jarmusch, y yo he venido aquí, obviamente, a hablar de “su” película. Paterson tiene todos los ingredientes  para repetir un éxito indiscutible como Flores rotas, y Jarmusch los filma con una elegancia y una estilización que, a través de la puesta en escena, sobre todo en la casa de la pareja y en los recorridos urbanos por la ciudad de Paterson, lo acercan a la verdadera poesía de la imagen, como las secuencias de la ciudad reflejada en el parabrisas del autobús que conduce el protagonista con tan rigurosa repetición de sus actos que cualquier innovación supone algo así como la irrupción de la anarquía en el mundo perfecto, que el protagonista confunde con la poesía, en vez de con las ideas, si nos atenemos a Platón. El propio Platón, por cierto, que defiende, como motor poético, lo que él llama la “cuarta locura”, la “manía” o “furor” poético, al que tan ajeno vive el protagonista poeta y conductor de autobuses (recordemos, incidentalmente, que el gran padre de la poesía usamericana, Walt Withman, lo fue durante un tiempo, supliendo a un amigo enfermo). El único espacio en el que la repetición adquiere la forma de innovación constante es en el de la casa del protagonista. Su mujer, con veleidosas aspiraciones artísticas, las manifiesta en la decoración, la moda, la pastelería y, finalmente, en la música, actividades que se plantea como vías de acceso a un futuro “estrellato” en el que verse, finalmente, realizada. Ambos artistas se ensalzan mutuamente, que es la condición primera de la mediocridad, y están convencidos de la trascendencia de sus respectivas artes, o de sus innatas capacidades artísticas. La película ha de “leerse” con dos claves básicas para poder acceder a entender el porqué de una película semejante: el sueño de la mujer del protagonista, que ha soñado que tenía gemelos, y el triángulo que forma la pareja protagonista con Marvin, el perro que “preside” sus días, facilita el hábito “aventurero” nocturno del protagonista y, finalmente, se erige en instancia justiciera de las pretensiones poéticas del protagonista. Apenas he leído crítica que repare en la importancia del papel de Marvin, a quien la mujer del protagonista se dirige propiamente como al amor de su vida, como al ser cuya importancia está un escalón por encima de su propia pareja. La posición de privilegio que ocupa el perro en la vivienda, en el sillón orejero, y, más tarde, en la mesa, ocupando el sitio que ocupa habitualmente el marido, como ella se encarga de recalcar, son mensajes inequívocos de la importancia de ese perro en la película, ¡como para pasarlo por alto!  La solución del misterio del poste del buzón inclinado, obra “vengativa” del perro, abunda en la importancia de esa dirección hermenéutica. No hará mucho vi una película, Nunca es demasiado tarde (Still Life), de Uberto Pasolini, con la que me parece que esta de Jarmusch tiene muchos puntos de contacto, al menos por lo que hace a la fe ciega en el cumplimiento exacto de la repetición como fuente consoladora del sentido de la existencia. Paterson en Paterson es algo así como una repetición inevitable que se convierte, en el desarrollo de la película, en una tautología, del mismo modo que muchos personajes con los que se encuentra el protagonista son gemelos idénticos. El protagonista está convencido de que esa tautología se inscribe, poéticamente, en las anotaciones -me cuesta lo mío llamarles poemas…- que escribe con un voluntarismo trascendente sobre cuya ridiculez acabará juzgando su rival en el trío familiar. Ese acto justiciero, que puede revelar la crítica sutil y compasiva del director hacia el sucedáneo de la verdadera poesía, viene, por efecto colateral, a demostrar que incluso lo antipoético es capaz de darle sentido a una vida, como demuestra el poético final del encuentro del lector japonés de Williams Carlos Williams, poeta usamericano y autor de un celebrado poema que lleva por título Paterson, quien, en ese largo poema épico que acabo de leer, pretende describir a man like a city, un hombre al que describe sniffing the trees,/  just another dog/  among a lot of dogs. What/ else is there? And to do?, cita que me viene pintiparada para abonar mi interpretación, basada en la importancia del perro como “tercero” de una relación que, a mi juicio, tiene bastante más de naíf que de poético. De hecho, si Paterson es esa “maravilla” que a tantos les parece serlo, Requisitos para ser una persona normal, de Leticia Dolera, deberían de considerarla poco menos que como una joya indiscutible, que lo es, by the way. Me temo que en el juicio crítico sobre la película no acaba de deslindarse bien el fenómeno de la poesía propia de la película, ¡mayúscula e impactante!, del juego “sobre” la poesía a partir de la tautología de la repetición como requisito de la identidad, que es lo que “vive”, en el estricto sentido biológico, el protagonista, al que la desaparición física del cuaderno donde escribe su obra lo deja literalmente tullido, y emocionalmente aniquilado. No se concibe a sí mismo sin su actividad poética, como no se concibe sin el resto de las rutinas que conforman su existencia y le dan sentido. El regalo del poeta japonés, admirador de Williams Carlos Williams, un cuaderno con las hojas en blanco, tiene un carácter simbólico que no le puede pasar desapercibido a nadie. Es lo que le va a permitir “reemprender” su vida discreta, humilde, parte del latido de Paterson, la ciudad, parte del poema épico de Williams Carlos Williams, un elemento sin el que la ciudad puede acabar disolviéndose en la insignificancia, en el sinsentido, como cuando una avería interrumpe el recorrido cotidiano de su autobús y todos cuantos se relacionan con él le dicen que podría haber saltado por los aires como una bomba, porque, de hecho, la interrupción del ritmo cotidiano de la existencia de la ciudad es una auténtica y peligrosa deflagración. Más allá de la propia película, cuya morosidad, unida a la concepción exageradamente naíf de los protagonistas la lastra irremediablemente -¡nada que ver con la lentitud majestuosa y solemne de Sólo los amantes sobreviven!-, hay en la poesía de Williams Carlos Williams, referente sin el cual resulta bastante más difícil acercarse al sentido último de la película a un espectador no usamericano, un afán de hallar un lengua poético que exprese la americanidad, algo así como la versión poética del The Making of Americans (Ser norteamericanos) de la prosa de Gertrude Stein. Paterson en Paterson es, en última instancia, la constatación de que el todo poético de la ciudad engulle las metódicas vidas de sus habitantes, sean o no poetas, transformándolos en latidos del pulso poético que la anima, la ciudad, el gran corazón de la vida corriente. Lo anodino de las vivencias que conforman la vida de los protagonistas, el perro incluido, son prueba inequívoca de esa usamericanidad, vidas muy alejadas de la espectacularidad que nos llega a través de la propia industria cinematográfica y que nada tienen que ver con el pulso cotidiano de una pequeña ciudad en la que se vive más en clave de comedia que de tragedia, y la prueba de ello es el “incidente” del bar -un amante rechazado amenaza con matar a su amada o matarse él- que, desde la perspectiva de esa industria, se hubiera resuelto en tragedia. De hecho, la sola posibilidad de que algo así pudiera haber ocurrido, basta para conmocionar al protagonista, sacándolo de los confortables esquemas de su vida tautológica. Paterson no es, a mi entender, un “canto” a la poesía de lo sencillo, de “las pequeñas cosas”, de la “vida corriente”, sino el intento, afortunado estéticamente -malogrado narrativamente-, de traducir cinematográficamente el poema Paterson de Williams Carlos Williams, algo que se aprecia allá donde el lector se remita del texto a la película:  Say it! No ideas but in things. Air/ Paterson has gone away/ to rest and write. Inside the bus one sees/ his thoughts sitting and standing. His/ thoughts alight and scatter...

12 comentarios:

  1. Poco hay que añadir a tu sesudo y aniquilador comentario sobre la película que no te ha convencido. De ello no cabe duda. En la sala donde la vi -pequeña- estábamos cinco personas, dos parejas y yo. Una pareja joven, después de comerse en una fiambrera algo así como unas albóndigas, yo escuchaba los útiles metálicos, se salió a los veinte minutos. En los cines Splau si te sales en la primera media hora te dan un pase para otro día para que elijas otra película. Así que el ritmo lento de la película no debió convencerles. La otra pareja, mayor y catalana, terminó de ver la película y dijeron en la lengua de Guimerà "¡Qué bodrio! ¡Y ha durado dos horas!" Les dije en la intimidad de la sala adeu y me fui con la sensación de haber visto algo muy interesante. Es una película que me cautivó. No puedo competir con tu apararto crítico contundente para decir lo contrario. Puede que tengas razón, pero la historia del autobusero y su poesía de la experiencia cotidiana -aunque fuera no realmente buena-, algo que Jarmush ha debido tener claro, me interesó y mucho. Esa vida hecha de repeticiones diarias en las que surge algo poético. Pero deberíamos entrar en el debate imposible de qué es poético. Tal vez sea la historia de dos perdedores, de dos artistas mediocres, y él no sea el trasunto de Williams Carlos Williams, sino un conductor de autobuses que escribe poemas antes de comenzar el día. Tu crítica parece pulverizar que eso sea una creación poética de calidad pero ¿qué pasa si no ha pretendido Jarmush que lo sea? ¿No te has imaginado a un currante común que lleva una vida común, sin nada excepcional, que tenga una libreta donde escribe sus pensamientos, sus poemas, sí, poemas, que nadie conoce. Y él y su compañera se estimulan mutuamente ¿cómo signo de la mediocridad? -aduces-. Y yo reflexiono sobre tal juicio, eso de ensalzarse mutuamente como signo de la mediocridad. ¿Acaso Jarmush ha querido expresar la realidad de un poeta genial desconocido? ¿Y si esa no es su intención? Toda tu crítica en ese punto naufraga. Puede que no sea Paterson un poeta como Carlos Williams pero hace lo que puede y no lo enseña a nadie, no lo publica en Facebook buscando lectores que le den al like. Paterson es un hombre común, de ahí el interés de la película. No es un artista maldito desconocido. Es un hombre vulgar, sin atributos, sin exquisitez poética. Él tampoco lo pretende. Solo dedica unos minutos cada día a escribir algo que parecen poemas, tal vez lo sean o tal vez no. Su vida no es la de Rimbaud o Whitman. Esa visión de dos personas que en su cotidianidad mediocre hacen algo que les saca de la rutina. Uno escribe poemas malos tal vez, y la otra es una artista plástica que juega con el blanco y con el negro, incluso en sus pasteles o en su guitarra. Se ensalzan mutuamente. ¿Qué les queda si no? La mujer de Savater le estimulaba a escribir. Supongo que Juan Pérez también es estimulado a escribir. ¿Genial, mediocre? Emily Dickinson llevó una vida terriblemente anodina, apenas salió de casa, no tuvo experiencias vitales fuera de su creación poética. Ella tal vez acertó por el valor que se da hoy a su poesía. Paterson no es Dickinson, ni Williams ni Whitman, es un hombre trivial -ese que abunda tanto en la literatura del siglo XX-, no es un héroe, es más bien un antihéroe. Solo tiene esa libreta en que anota algo que le saca de su rutina aplastadora y que le hace ver las cosas de otro modo. Pero dentro de su mediocridad es grande igual que su esposa porque el espectador llega a quererlos dentro de sus limitaciones. Tal vez sea como yo, alguien que sueña que es artista y en realidad no lo es.

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  2. En cuanto al perro, le das una importancia que para mí pasó desapercibida. De hecho, hace un mes que la vi y ya no lo recordaba. Has metido tu acero despiadado y racionalista en la película y la has desmontado. Ya no funciona. Pero yo la vi y me pareció emocionante culminando en ese diálogo entre el japonés y Paterson que me pareció sobresaliente. Y el hecho que le regale un cuadernillo a Paterson es como algo que hace renacer la esperanza. ¿Qué tenía aquel trabajador que se levantaba cada día a la misma hora sino ese cuaderno?

    Tengo alguna ex alumna que escribe poemas en instagram y cada día son mejores, pero claro tiene 19 años y no es Emily Dickinson. ¿Acaso su sueño de escribir poesía merecería un despiadado acero que le hiciera ver que no lo es? ¿Acaso su intento, como el de Paterson, aunque no sea una maldita, no es en sí mismo tierno y poético? Es eso lo que veo en Paterson. Una mirada tierna sobre la falta o no falta de talento.

    A mí me gusto, como te dije.

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    1. Buen, bueno, Joselu, qué explosión de risa me ha provocado tu segundo comentrio. De hecho, se lo he comentado a mi Conjunta y los dos nos hemos partido el esternón de reír, porque a ella, que la vio conmigo, lo del perro también la ha descolocado lo suyo..., como no podía por menos de suceder. De todos modos, he encabezado la crítica con el cartel alemán de la película, en el que figura, ¡viva Kant!, el perro, claro está... En mi defensa he de argüir que yo he hecho una distinción muy clara entre la película poética de Jarmusch, que me lo parece, ¡y mucho!, y el naufragio de la poesía, tal y como solemos entenderla los lectores habituales del género, "dentro" de la película. A mí la película me ha gustado mucho y no me ha interesado nada, lo cual en modo alguno es contradictorio. Reconozco todas las virtudes de la realización y estoy dispuesto a admitir, y creo haberlo dicho en la crítica, y, si no, se me ha olvidado, que incluso la mala poesía es capaz de darle sentido a una vida. Y lo de esos personajes es, en definitiva, "lo que ha de ser", porque nunca se sabe a ciencia cierta lo que devendrá arte reconocido y admirado. Y, en última instancia, no siempre el reconocido y admirado vale absolutamente nada, como es publico y notorio. Es cierto que hay en la película una mirada hasta cierto malévola del director hacia el personaje protagonista, pero no es algo que yo me invente, y mucho menos que el perro se convierta en crítico literario de primer orden por vía metafórica. ¡es lo que hay, es decir, lo que yo he visto! Puede que me pase de "visión", que la tenga deformada o que mire con lentes que todo lo distorsionan, pero no creo ser inmune a la mucha poesía que hay en las imágenes de la película. La entrevista con el japonés es definitiva, un final excepcional. Y la libreta en blanco, creo haberlo dicho, una metáfora de "lo posible", de "lo deseable" y de "la aventura", aunque esta sea la del orden metódico, minucioso, riguroso. A mí también me gustó, Jose.

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  3. Ajá. Qué buena polémica. Como no puedo entrar en ella como me gustaría, dado el calibre de los conversantes y mis ocupaciones, me limitaré a lanzar al aire un par de vuelaplumas. Al anfitrión, donde escribe "tautología" intente poner "palíndromo", y tal vez se percate de que esa intuición inicial de que "el final podría haber sido el principio" en realidad es lo que es. Es probable que sin la escena final buena parte de todo lo que le critica al filme pudiera sostenerse, pero es precisamente ese final lo que ordena y da sentido, y sobre todo verdad poética, al conjunto. El papel del perro claro que es fundamental, y uno de los grandes aciertos narrativos, aunque resulte un poco previsible su actuación y algo desmesurado su peso en la historia y, sobre todo, en su resolución, mitad agente provocador, mitad dios aciago. En resumen, y como se ve, estoy más de acuerdo con la algo tímida pero finalmente poderosa defensa de Joselu, aunque de ambos puntos de vista participó y aprendo mucho. Lamento no conocer bien la obra de WCW para poder valorar partes sustanciales de las "pegas" de Poz. Aunque para mí esa es otra virtud de la peli: su invitación a ponerle remedio a esa carencia, a leer. Coincido con ambos en que lo más destacado es la escena final, cuyo diálogo se cierra, claro, con un descomunal palíndromo, pleno de sentido y de resonancias desde el momento en que uno cae en su conmovedora obviedad: «AJÁ» (y, naturalmente, cada loco con su tema).
    Abrazos dobles.

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    1. Gracias por la aportación, Alfredo, tan iluminadora. Pasé por alto ese "ajá", en efecto, y no debería haberlo hecho, porque ese "ajá" es el núcleo zen de la terapia Gestalt, el "awareness" perfecto, el "darse cuenta" del aquí y el ahora donde ha de instalarse quien quiere estar arraigado en la verdadera experiencia de la vida, a la que se accede por la intuición, no por el conocimiento, por la revelación, podríamos decir, desde la perspectiva poética que es de lo que nos habla la película. El cuaderno en blanco admite varias interpretaciones y entre ellas no sé si es demasiado rebuscada la de que la verdadera poesía es la que respeta el silencio de la página en blanco, la que se vive, no la que se expresa, que era el ideal poético de Mallarmé, por cierto. Un placer estar tan bien acompañado en este ojo mediopolifémico...

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  4. Para lo del cuaderno blanco, cuya significación puede ir por lo que dices pero también como un acicate a la creación (ambas cosas son complementarias), creo que es muy oportuno el conocido apunte de Octavio Paz: «un poema no existe sino se escucha antes que su palabra su silencio». Por otro lado, con la elección de un hombre normal en medio de los hombres (el conductor de autobús) para encarnar al poeta puede que Jarmusch lo que haya querido es traducir el propio papel de WCW, médico de familia y pediatra que, al parecer, a veces escribía sus poemas en el dorso de los impresos de recetas para sus enfermos. Échele un vistazo al artículo (enlace al final) de Jordi Doce, excelente poeta, traductor y crítico (además de buen amigo). Junto con un comentario de mi librera, fue precisamente ese texto el que me puso en la pista de la película. El placer que dice es, ya lo sabes, también el mío.

    El enlace: http://cultura.elpais.com/cultura/2017/01/06/babelia/1483725392_535953.html

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    1. En la cita de (supuestamente) Paz hay un "sino" que, obviamente, debe leerse "si no". Además, la cita, aunque coherente con la poética de Paz, es en realidad de un texto de José Ángel Valente y dice literalmente así: «Un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio». Hecha la precisión, mis disculpas por las confusiones de la memoria y el dedo precipitado.

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  5. Otro dato curioso, en lo tocante a Marvin, el bulldog, feroz crítico literario y antagonista principal, rival amoroso incluso, del protagonista. Y de tan controvertida presencia. Si no leí ni interpreté mal los títulos de crédito, al final, la película está dedicada a él; bueno, al perro-actor que hizo el papel, cuyo nombre lamento no recordar (lo he buscado por la red, pero en vano). No me extrañaría nada que fuera un can del entorno cercano del cineasta, quizás su propio perro, y provisto en consecuencia de una cierta familiaridad con el mundo del cine (¿sería exagerado hablar de `cultura cinematográfica´?), lo que explicaría su excelente comportamiento ante las cámaras. Inevitable, por reciente, el recuerdo de otro animal-actor: el can de "Truman", la película de Cesc Gay.

    Por lo demás, enredando un poco más he visto que, si bien son mayoría las críticas elogiosas, tampoco faltan las que califican al filme de "truño" y le niegan el pan y la sal. Creo que sólo hay un aspecto con valoración positiva indiscutible: el final, que todo el mundo elogia.

    Más saludos.

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    1. Alfredo, el artículo de Doce me ha parecido magnífico e ilustrativo. He leído casi todo el poema de WCW, "Paterson", y es, en efecto, un mundo autónomo lleno de hallazgos poéticos muy interesantes, al menos en inglés, ignoro cómo se puede traducir. Muy oportuna la relación con Truman, aunque este murió muy poco después de acabada la película. Le deseo larga vida a Marvin. Aún recuerdo las feroces críticas que recibió "Solo los amantes sobreviven", que a mí me encantó, y con esto casi doy a entender que es mi sino (bien juntito, claro...) acabar llevando la contraria... Me ha vuelto a pasar con La La Land, cuya importancia rebajo de cuajo. Pero aquí sí que no voy a admitir "oposición crítica", porque cuando los progres de los 60 echaban pestes de los musicales usamericanos, ya era yo un devoto... Gracias por tu presencia.

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    2. Juan, me parece que Marvin (su nombre es, al parecer, un homenaje a Lee) también es ya póstumo. Creo incluso recordar que en la dedicatoria de la película aparecen los fatales paréntesis con fechas dentro. Como tengo intención de verla de nuevo, procuraré estar atento. En lo de «La, La,Land», mucho me temo que no será necesario oponerse. Iba a ir a verla este domingo pero un asunto de última hora y el enfriamiento que me produjo tu crítica (fíjate hasta dónde llega tu influencia en mis decisiones ;-) me llevaron a aplazarla. Como mi mujer y mi hija están empeñadas en verla, no tardará en caer. Celebro (por aprovechar el pliego) que te haya gustado la de Coixet, pues me temía que pudiera ser un mero aunque vistoso reportaje publicitario con ínfulas sociológicas. Creo que la están poniendo en televisión. A ver si la pillo. Porque en cine no sé si ni siquiera se ha estrenado e Madrid. Gracias a ti por tanto y tan interesante despliegue. Son estas cosas las que aún me mantienen atento a las redes sociales, aunque me parece que no tardaré en seguir el camino del autobusero Paterson... Abrazo.

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  6. Leí la crítica y todos los comentarios. Apasionante!
    Intentaré aportar algo nuevo: creo que es importante mencionar el carácter introvertido del protagonista, contrapuesto al de su novia. Usted habla de como se ensalzan el uno al otro, pero él no tiene nada de megalómano o egocéntrico. Sus poesías se limitan a observar la realidad, que apenas interpreta. Su cuaderno es secreto. Tan secreto, que lo único que acaba recitándole a su novia es el poema de una niña que se ha encontrado en la calle. En cambio, la chica invade el espacio con su arte y sus aspiraciones. Ella es pintora, estilista, pastelera y cantante folk. Él no es nada, "escribe poemas", y no muestra ningún interés en hacerse un hueco en el mercado literario: Para mi, esa es la clave de la película: Paterson utiliza la poesía (su forma de entenderla) para él mismo, como un mantra que justifica su pasividad, su status quo que para nada pretende cambiar. Lo único que conduce de su vida es el autobús. Fuera de este, hasta Marvin elige hora e itinerario! Por cierto, creo que Marvin es importante, pero es sobretodo una extensión del verdadero antagonista, la chica, que es la carga de su vida hasta el último plano de la peli, donde él se levanta para ir a trabajar y ella se queda en la cama durmiendo. Ese plano, precisamente, carga de ironía la página en blanco del cuaderno japonés. Ajá! Porqué volver a empezar con sus poesías significa que nada, nada va a cambiar.
    Quizás lo mejor que consigue Jarmush en esta película es que nos mete en la piel de Paterson, hasta el punto de vivir su patética existencia con la misma sonrisa que él. De ahí esa sensación contradictoria que comparto en cierta medida con usted: la película me gustó mucho y me interesó menos. Lo que pasa es que, al no poder dejar de hablar de ella, me doy cuenta que me interesó más de lo que pensaba. Acaso no tenemos todos un poco de Paterson? Un punto naif frente al arte y la forma de vivirlo y entenderlo, que nos abre la puerta al arte como terapia?

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    1. Pau, recuerde el título de la critica: La democratización de la poesía..., que es algo así como que el arte puede y debe servir a la gente como una dimensión de ella misma a la que no debe de renunciar independientemente de su posible proyección. Otra cosa es, como le ocurre a la novia, lo ve Vd. muy bien, que no concba el arte sin el triunfo, sin la dimensión estelar del reconocimiento ajeno, y desde ese punto de vista, siempre es preferible la actitud de Paterson, por supuesto, porque encarna, la de la propia ciudad: se vive sin otra finalidad concreta que la de meramente existir, siendo consciente de su existencia, hasta el más mínimo detalle, como capta en las conversaciones de los pasajeros, algo así como un muestrario del pulso, del latido de la ciudad. Que Paterson personaje lleve a la gente de un lado a otro de la ciudad, sin salir nadie de ella, de la ciudad, nos ofrece ese carácter circular de la película que, siendo real, no deja de producir una cierta tristeza, como si, en definitiva, estuvieran encerrados, cumpliendo un destino escrito por otros. Sí, realmente, es una película que da de sí para el comentario. Muchas gracias por el suyo, tan perspicaz.

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