domingo, 19 de mayo de 2019

«Canciones del segundo piso», de Roy Andersson o «Amanece que no es poco» en Suecia.





El deprimente y magnífico humor negro sueco en una comedia más apocalíptica que surrealista: Canciones del segundo piso o el Goya moderno de los Disparates.

Título original: Sånger från andra våningen (Songs from the Second Floor)
Año: 2000
Duración: 98 min.
País: Suecia
Dirección: Roy Andersson
Guion: Roy Andersson
Música: Benny Andersson
Fotografía: István Borbás, Jesper Klevenas
Reparto: Lars Nordh,  Stefan Larsson,  Bengt C.W. Carlsson,  Torbjörn Fahlström, Rolando Núñez,  Sten Andersson,  Lucio Vucina,  Per Jörnelius,  Peter Roth, Klas-Gösta Olsson,  Nils-Åke Eriksson,  Hanna Eriksson,  Tommy Johansson, Sture Olsson.


El milenarismo y su apocalipsis pertinente parecen encarnarse filmicamente en esta obra de Andersson rodada en el cambio de centuria. La perspectiva sombría del final de todo lo que conocemos, encarnada en el trabajador al que despiden de su empresa, quien tiene un hijo que se ha vuelto loco por escribir poemas y que decide meterse en el negocio de vender crucifijos, tiene un arranque genial que, contra todo pronóstico se extiende hasta el último minuto de la proyección. A mí me resulta evidente que Andersson es un devoto de la extraordinaria película de José Luis Cuerda Amanece que no es poco, porque lo comparte todo con ella. Hecha la preceptiva  búsqueda de información acerca del autor, me llevo la sorpresa de que, aun sin ver citado a Cuerda, el autor reconoce, como he anticipado en la entradilla de la crítica, que Goya es una de sus principales inspiraciones, lo cual me produce un subidón de autoestima crítica sobre el que no insistiré…, pero sigo echando de menos esa vinculación con Cuerda. Seguiré intentando encontrarla. La película de Andersson se nos ofrece como una comedia negra muy singular, porque el patetismo se eleva a categoría estética para la composición, además, de gags en que la crueldad, el desarraigo y, sobre todo, el absurdo conforman una visión de la realidad entre sorprendente y crítica que dejan al espectador estupefacto. No hay una historia clásica con sus tres unidades básicas: planteamiento nudo y desenlace. Cada escena abre la puerta, de la mano de un plano fijo en la mayoría de las ocasiones, si no en todas,  a un mundo completo en el que la alteración del orden lógico, la suspensión del causalismo y otras virguerías conceptuales de esa condición, nos dejan a los espectadores frente a situaciones en las que hemos de penetrar escudriñando todos sus rincones, porque, dado el plano fijo, no estamos, sin embargo, ante el estatismo o el hieratismo, sino que en diferentes distancias del plano se agita una suerte de vida larvaria a la que conviene prestar atención, porque emerge de ese juego de perspectivas una realidad muy próxima a la nuestra. Usualmente asociamos con los suecos la seriedad, el rigor, la impasibilidad, el silencio, la reconcentración y, por qué no, también la crueldad psicológica. A partir de esos prejuicios, de tal visión superficial o ajustada al tópico, Andersson va a ir descomponiendo el reputado “modelo de éxito” social sueco para ofrecernos una agria visión de la existencia, atenuada en todo momento por un sentido del humor negrísimo que tan emparentado lo advierto con el de Buñuel o el propio de Cuerda. Para los aficionados al cine de Aki Kaurismäki, la sorpresa del cine de Andersson no será tan grande como para los que no. Hay un nexo evidente en la “manera” de plantear la escena entre Kaurismäki y Andersson: el plano fijo, el silencio pétreo, el minimalismo gestual de los intérpretes, etc. Pero son muchas, también, las diferencias, sobre todo porque en Kaurismäki aún pervive una narración, que está ausente en los planteamientos de Andersson. Por decirlo de un modo gráfico, pictórico, pues el propio Andersson es un enamorado de la pintura: imaginemos una película que transcurra en los escenarios de los cuadros de Magritte o de El Roto… Algo parecido advertí, para mi satisfacción en la película Monsieur Hire, de Patrice Leconte, por ejemplo. A lo largo de las muchas escenas de la película, a cual más disparatada, hay verdaderas bellezas que quedan grabadas en la mente del espectador. Distingamos los chistes más o menos discretos, pero muy efectivos, como el del mago que sierra al voluntario del público, después de haberlo introducido en los cajones que le van a permitir “separarlo” en vida,  y acaba llevándolo de urgencias al hospital con todo el vientre en carne viva…, y recordemos la espectacular escena en que se abren las puertas que dan acceso a un enorme pasillo, ofrecido en diagonal, y que los viajeros han de atravesar, llevando, a durísimas penas sus monumentales equipajes, como los de los árabes en los coches con que atraviesan la península para volver a sus países de origen, y asistimos a un titánico esfuerzo por desplazarse hacia los mostradores ocupados por impasibles dependientas…. Recordemos, asimismo,  la suerte de auto de fe en que se condena a una niña a ser arrojada al precipicio con los ojos vendados, y la posterior escena de quien la empuja intentando auparse a un taburete en la barra de un bar repleto de gente… Hay, para disfrute del espectador, tal cantidad de información en cada plano que no se trata de una película que solo se haya de ver una vez, sino que exige varios visionados, porque se descubren siempre nuevos detalles que enriquecen la obra; del mismo modo que la película de Cuerda, Amanece que no es poco, es imposible verla una sola vez y decir que “ya la has visto”. Se trata de obras en constante crecimiento, y que requieren, como digo, de más visionados. Hay mucho de los Brueghel, como hay mucho de El Bosco en la película de Andersson, y conviene no perder ripio del complejo mundo de referentes pictóricos y fílmicos que ha sabido destilar para crear una obra muy, pero que muy personal. Los espectadores pueden verla tantas veces como deseen en Filmin, cuya selección de películas con el título What the fuck! nos permite ver obras, como esta de Andersson, incatalogables. Son muchas las situaciones de la vida social a las que presta atención Andersson en su obra, y hay en ellas algo así como una síntesis narrativa extrema que nos ha de inducir a verlas como gemas autónomas que no necesariamente, salvo por su acumulación, construyen una narrativa. La falta de subrayados y la “naturalidad” con que las tales se suceden a lo largo de la obra es lo que más me lleva a emparentarla con Amanece que no es poco.  La puesta en escena, como no podía ser de otro modo, es determinante, así como la increíble fotografía que consigue unos efectos espectrales sorprendentes. Se advierte en esa "composición" la condición de cineasta publicitario de Andersson, porque todo está cuidado al milímetro, en cada una de las secuencias que conforman la película. Nada hay dejado al azar, no les ocurre, a dichas secuencias, lo que sí a los personajes de las mismas: que han de sufrir la fatalidad, el Hado, sin siquiera poder componer una figura heroica que se oponga a él: casi todas las escenas nos hablan del ridículo de los personajes, de su destrucción o de su muerte. Los espectadores tienen la última palabra, pero no creo que discrepen de la sólida reputación de cineasta singular que ha cultivado quien se estrenó con una obra muy notable: Una historia de amor, y ha acabado construyendo una de las obras más libres y atractivas del cine europeo.

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