domingo, 26 de mayo de 2019

«Pelle, el conquistador», de Bille August o «los santos inocentes» suecos.



Otro capítulo más de la historia universal de la infamia: la forzada «huida»  del campesinado sueco a Dinamarca o la eterna emigración que no cesa… 

Título original: Pelle erobreren  
Año: 1987
Duración: 138 min.
País:  Dinamarca
Dirección: Bille August
Guion: Bille August (Novela: Martin Andersen Naxo)
Música: Stefan Nilsson
Fotografía: Jörgen Persson
Reparto: Max von Sydow,  Pelle Hvenegaard,  Astrid Villaume,  Lars Simonsen,  Erik Paaske, Kristina Tornqvist,  Björn Granath,  Troels Asmussen,  Karen Wegener,  Sofie Gråbøl, Buster Larsen,  John Wittig,  Troels Munk,  Nis Bank-Mikkelsen, Lena-Pia Bernhardsson,  Anna Lise Hirsch Bjerrum,  Thure Lindhardt.

En su momento no la vi, e ignoro por qué razones, pero vista hoy, cuando el fenómeno migratorio se ha convertido en uno de los grandes asuntos que afectan a Europa y a tantos otros espacios, como la Usamérica de Trump, esta película adquiere una importancia que va mucho más allá de la que ya obtuvo en su momento y que la llevó a ganar el Oscar a la mejor película extranjera.
         Lo más chocante, desde el mismo inicio, es la emigración de los suecos para luchar contra la hambruna y la falta de trabajo que no palía la incipiente industria que comienza a desarrollarse en el país y que lo llevará, andando el tiempo, a convertirse en referente político para cualquier sociedad. Esta película se centra en los momentos en que los campesinos suecos tuvieron que emigrar en busca de trabajo y alimento, por esclavo que fuera el primero e insuficiente el segundo. Algunos optaron por lo más próximo: Dinamarca, como los protagonistas de esta película. Otros, por el sueño lejano del «nuevo mundo» para repoblar como colonos el centro y el oeste usamericanos.
         Un padre y su hijo, él demasiado mayor para tener un hijo tan pequeño -por la edad parece más el abuelo- llegan al mercado de trabajo danés en busca de trabajo, refugio y comida. Son contratados como mozos de establo para dormir en el propio establo y trabajar propiamente por la comida y poco más. A partir de ese momento, la película se centra, casi como si fuera un documental en la descripción de las durísimas condiciones de vida de los trabajadores de la finca y en cómo Pelle va asumiendo el sueño de hacerse a la mar para «conquistar» otras tierras donde ser libre y labrarse un porvenir, y cómo su padre no aspira sino a contraer matrimonio con quien pueda cuidarlo en la ya inmediata vejez que se le viene encima como una maldición.  Cuando cree hallar esa «salida» en brazos de una supuesta viuda, pues desde hacer tres años nada sabe de su marido, un marino, este regresa y aborta las aspiraciones del viejo sueco La relación entre el padre, incapaz y borrachín, aunque amante de su hijo y de que asista a la escuela para «formarse» forman el núcleo duro de la película, aunque la extensión de la misma, dos horas y casi media, dan par que se desarrollen otras historias paralelas que enriquecen notablemente, con esas perspectivas distintas, la terrible situación de quienes están sujetos a las arbitrariedades del capataz, ante la complacencia de un amo putero a quien su esposa, abandonada y marginada por las aventuras galantes del cacique, acabará castrando a modo de venganza por haber seducido incluso a su sobrina, que vivía con ellas y en quien la esposa confiaba como ayuda también para su cercana vejez.
         Es muy posible que Bille August viera tres años antes de hacer su película Los santos inocentes, de Camus, porque la película tuvo un éxito internacional muy sonado y porque, sin ir más lejos, hoy que está de actualidad el premio del festival de Cannes a Antonio Banderas, fueron también premiados en él ex aequo Paco Rabal y Alfredo Landa, quienes dieron dos recitales interpretativos, sin duda, en dicha película, que, sin el componente de la inmigración, refleja la explotación de los campesinos en las grandes dehesas extremeñas, propiedades de la aristocracia.
         Aquí también hay una nítida división entre el mundo refinado, exquisito  y lleno de comodidades de los dueños de la finca y el mundo miserable de los labradores y encargados de cuidar y alimentar las vacas y otros animales. La interrelación entre ambos mundo a través de la esposa abandonada del cacique, que controla el alcohol  que Pelle pretende hacerle llegar a escondidas de él, es una de las pates más líricas de una película en la que abunda el dramatismo de la crueldad, a veces gratuita, como sucede siempre en el ejercicio arbitrario del poder. Hay otra historia, de las muchas paralelas que se cuentan en la película, que llega, por su dramatismo al corazón partido de los espectadores: la historia de amor entre un joven danés y una campesina sueca, con embarazo de por medio y un final tan trágico como realista.. Y, además, cuando hay un conato de rebelión contra el capataz, la mala suerte se ceba en el cabecilla, reduciéndolo a la condición de retrasado mental por un golpe en la cabeza que impide que la consume. La película recuerda mucho la de Ermanno Olmi, El árbol de los zuecos, porque, a pesar de las circunstancias terribles que afectan a los personajes, incluso la alegría auténtica, sincera, y un  casi injustificado optimismo vitalista es capaz de hacer acto de presencia. Ni siquiera, y esa es la más hermosa lección de la película, en tan adversas circunstancias es capaz de desaparecer el sentido del humor, como en la historia del padre de Pelle con la supuesta viuda.
         Comparada con Los santos inocentes -una auténtica joya literaria, de Delibes, acaso no lo suficientemente valorada por la crítica-, nada nos sorprende en esta película tan triste como desesperada, y la sucesión infinita de agravios que sufren los personajes, solo en parte los compensa un doble final irreprochable, y lo revelo porque acaso sea de los pocos que la han vista tan tarde desde su estreno y el logro de su Oscar: el padre se queda en la finca, sin fuerzas para ningún desafío más, y Pelle, finalmente, se lanza a la aventura de embarcarse para conquistar mundos que le permitan salir de la humillación constante, de la esclavitud hiriente. Como el Quirze de la obra de Delibes, que a la que puede se escapa de la opresión de los terratenientes; Pelle sigue el mismo camino, si bien este, a diferencia de aquel, sí que pasa por todas las humillaciones imaginables, tanto en la finca como cuando comienza a ir a la escuela y los compañeros le cogen ojeriza y lo maltratan casi hasta la muerte hacia la que se lanza para escapar de ellos. Todas las secuencias de la escuela, con la figura del profesor que en todo recuerda a aquellos de los que en España se decía que alguien pasaba más hambre que un maestro de escuela, son excepcionales, la muerte del mismo incluida.
         La dureza del clima invernal de la isla danesa donde transcurre la acción la siente el espectador en cada plano, y los harapos y la falta de defensa de los protagonistas contra las inclemencias atmosféricas dibujan una línea de sufrimiento a la que es difícil que el espectador se hurte. La alternativa de las estaciones permite, eso sí, planos de poderosa belleza cromática; o la oposición, a menos de cincuenta metros entre el lujoso interior de la mansión y la miseria del establo donde viven los protagonistas.
Se trata, en definitiva, de una película que tiene hoy mucho más sentido que cuando se estrenó, cuando aún las migraciones masivas no se habían enseñoreado de las primeras páginas de los medios de comunicación. Ver cómo los campesinos suecos son tratados despóticamente por los terratenientes daneses en todo es equivalente a la explotación que tantos inmigrantes sufren en las explotaciones agrícolas de nuestro país, dejadas de la mano de la inspección del Ministerio de Trabajo y del de Sanidad. Triste. Todo, en efecto, muy triste. Y actualísimo.


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